sábado, 1 de julio de 2017

EL DÍA FESTIVO POR EXCELENCIA

                                                           PASACANCHA-SIHUAS-ANCASH

DE: ORACIONES SIGLO XX

“SUBLIME DECISIÓN”

Señor:

   Entre los slogans de vida que presiden la existencia de nuestros contemporáneos, campean cada vez más los que tienen por denominador común “la ley del menor esfuerzo”. Esto nos predica una publicidad multiforme, al servicio de la técnica aplicada, que en lugar de ayudarnos y a superarnos a nosotros mismos, corre el peligro de materializarnos.

    Por eso, Señor, me ha chocado la divisa que tomó para regir  su tarea el rey Gustavo Adolfo de Suecia: “El deber ante todo”. Y pienso que no nos vendría mal a todos una buena dosis  de este slogan vital a la hora de concretar nuestra jerarquía de valores.

“El deber, ante todo”. Señor, recuérdanos que fuiste Tú primero que el soberano sueco quien colocaste en el frontispicio de tu vida la frase de la Escritura: “Aquí estoy para hacer tu voluntad, oh Dios”; y que registe toda tu existencia con la máxima: “Yo hago siempre lo que le gusta”; y que la última frase que se escapa de tus labios moribundos es que: “Todo está ya cumplido”.

   “El deber, ante todo”. Señor, acláranos que este deber del hombre no es un impersonal y duro deber por el deber, sino un grato oficio de amar, ya que todo el deber del hombre se cifra en amarte a Ti y amar a los demás.

    Rafael de Andrés.


DOM. XIII DEL TIEMPO ORDINARIO


“No es digno de mí el que ama a su padre o a su madre más que a mí; no es digno de mí el que ama a su hijo o a su hija más que a mí. No es digno de mí el que no toma su cruz para seguirme. El que procure salvar su vida la perderá, y el que la pierda por mí, la hallará.

El que recibe a ustedes, a mí me recibe, y el que recibe a mí, recibe al que me envió. El que recibe a un profeta porque es profeta, recibirá recompensa digna de un profeta. El que recibe a un hombre bueno por ser bueno, recibirá la recompensa que corresponde a un hombre bueno.

Lo mismo, el que dé un vaso de agua fresca a uno de los míos, porque es discípulo mío, yo les aseguro que no quedará sin recompensa”. Mateo 10, 37-42

Jesús en su itinerario de formación a sus discípulos, empieza por hacerlos conscientes de la importancia de las relaciones familiares que no deben ser obstáculo en la construcción de una nueva fraternidad. Desde este acento, está enseñando que el modelo patriarcal, en el que se ha fundamentado la identidad de Israel, con el Señor adquiere una nueva dinámica en lealtad a Cristo como Salvador. Es decir, desde la experiencia firme y convincente en nuestra fidelidad discipular, hacemos presente al Señor en medio de la historia, quien es la vez, sacramento del Padre: “Quien me recibe a mí recibe a aquel que me ha enviado”.



Perder la vida para encontrarla

Realmente las palabras de Jesús son paradójicas, desafían cualquier lógica humana para su comprensión. Ayer y hoy lo sigue haciendo: he ahí el poder del Evangelio. El discípulo está invitado a cargar “su cruz” y seguir al Maestro. La opción por la persona de Jesús, tiene su “cara de muerte”, su dimensión de persecución y pérdida de la propia vida: así el discípulo se hace semejante a su Maestro.

Mateo nos hace saber que la urgencia del Evangelio invita, incluso, a perder la vida; “todo y nada vale” a la hora de anunciar la buena Noticia de Jesús. Perder la vida por Jesús y su evangelio, es equivalente a encontrarla y ganarla; y por el contrario, “salvar” o encontrar la vida a costa del evangelio, equivale a perderla.

Esta es la ilógica del proyecto de Jesús.
Podemos preguntarnos hoy: ¿Estoy dispuesto/a a “perder” la vida por Él? ¿Qué significa para mí “perder la vida”?



Recibir a Jesús

El largo discurso de las instrucciones a los discípulos misioneros –en palabras de Aparecida – termina con una promesa de recompensa. Jesús promete que nada quedará sin recompensa. Es interesante el movimiento que se produce entre los sujetos del texto: va desde el mayor (un profeta)  hasta el menor de todos (pequeños). Esto nos sugiere que el Evangelio debe llegar hasta los más pequeños, los más humildes de este mundo. Tanto el profeta como el “pequeño”, recibirán recompensa.

Jesús se identifica con sus discípulos, con sus “pequeños” y afirma una de las grandes verdades de su evangelio: el que recibe a sus discípulos, lo recibe a Él mismo y el que lo recibe a Él recibe al Padre que lo envió. Este misterio de identificación “sacramental” humano-divino es un desafío a nuestras estrecheces mentales e ideológicas: el Padre está en los pequeños, en los discípulos. Por eso, no quedará sin recompensa  lo mínimo que alguien puede ofrecer: un vaso de agua.





Si los versículos anteriores (37-39) invitaban a la entrega radical, creo que estos últimos nos invitan a pensar en nuestra capacidad de acogida, de recibimiento, de apertura a todos aquellos profetas y pequeños discípulos de Jesús de Nazareth.

Podemos preguntarnos: ¿Soy consciente de recibir a Jesús? ¿Cómo es mi capacidad de acogida y apertura a los otros? ¿Soy capaz de compartir al menos un vaso de agua? ¿Qué significa eso para mí?

Fr. Edgar Amado D. Toledo Ledezma, OP. (Paraguay)

DE MI ÁLBUM
(Pasacancha)





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