PASACANCHA-SIHUAS-ANCASH
DE: ORACIONES SIGLO XX
“SUBLIME DECISIÓN”
Señor:
Entre los slogans de vida que presiden la existencia de nuestros
contemporáneos, campean cada vez más los que tienen por denominador común “la
ley del menor esfuerzo”. Esto nos predica una publicidad multiforme, al
servicio de la técnica aplicada, que en lugar de ayudarnos y a superarnos a
nosotros mismos, corre el peligro de materializarnos.
Por eso, Señor, me ha chocado la divisa que
tomó para regir su tarea el rey Gustavo
Adolfo de Suecia: “El deber ante todo”. Y pienso que no nos vendría mal a todos
una buena dosis de este slogan vital a
la hora de concretar nuestra jerarquía de valores.
“El deber, ante todo”. Señor,
recuérdanos que fuiste Tú primero que el soberano sueco quien colocaste en el
frontispicio de tu vida la frase de la Escritura: “Aquí estoy para hacer tu
voluntad, oh Dios”; y que registe toda tu existencia con la máxima: “Yo hago
siempre lo que le gusta”; y que la última frase que se escapa de tus labios
moribundos es que: “Todo está ya cumplido”.
“El deber, ante todo”. Señor, acláranos que
este deber del hombre no es un impersonal y duro deber por el deber, sino un
grato oficio de amar, ya que todo el deber del hombre se cifra en amarte a Ti y
amar a los demás.
Rafael de Andrés.
“No es digno de mí el que ama a su padre
o a su madre más que a mí; no es digno de mí el que ama a su hijo o a su hija
más que a mí. No es digno de mí el que no toma su cruz para seguirme. El que
procure salvar su vida la perderá, y el que la pierda por mí, la hallará.
El que recibe a ustedes, a mí me recibe,
y el que recibe a mí, recibe al que me envió. El que recibe a un profeta porque
es profeta, recibirá recompensa digna de un profeta. El que recibe a un hombre
bueno por ser bueno, recibirá la recompensa que corresponde a un hombre bueno.
Lo mismo, el que dé un vaso de agua
fresca a uno de los míos, porque es discípulo mío, yo les aseguro que no
quedará sin recompensa”.
Mateo 10, 37-42
Jesús en su itinerario de
formación a sus discípulos, empieza por hacerlos conscientes de la importancia
de las relaciones familiares que no deben ser obstáculo en la construcción de
una nueva fraternidad. Desde este acento, está enseñando que el modelo
patriarcal, en el que se ha fundamentado la identidad de Israel, con el Señor
adquiere una nueva dinámica en lealtad a Cristo como Salvador. Es decir, desde
la experiencia firme y convincente en nuestra fidelidad discipular, hacemos
presente al Señor en medio de la historia, quien es la vez, sacramento del
Padre: “Quien me recibe a mí recibe a aquel que me ha enviado”.
Perder la vida para encontrarla
Perder la vida para encontrarla
Realmente las palabras de
Jesús son paradójicas, desafían cualquier lógica humana para su comprensión.
Ayer y hoy lo sigue haciendo: he ahí el poder del Evangelio. El discípulo está
invitado a cargar “su cruz” y seguir al Maestro. La opción por la persona de
Jesús, tiene su “cara de muerte”, su dimensión de persecución y pérdida de la
propia vida: así el discípulo se hace semejante a su Maestro.
Mateo nos hace saber que la
urgencia del Evangelio invita, incluso, a perder la vida; “todo y nada vale” a
la hora de anunciar la buena Noticia de Jesús. Perder la vida por Jesús y su
evangelio, es equivalente a encontrarla y ganarla; y por el contrario, “salvar”
o encontrar la vida a costa del evangelio, equivale a perderla.
Esta es la ilógica del
proyecto de Jesús.
Podemos preguntarnos hoy:
¿Estoy dispuesto/a a “perder” la vida por Él? ¿Qué significa para mí “perder la
vida”?
Recibir a Jesús
El largo discurso de las
instrucciones a los discípulos misioneros –en palabras de Aparecida – termina
con una promesa de recompensa. Jesús promete que nada quedará sin recompensa.
Es interesante el movimiento que se produce entre los sujetos del texto: va
desde el mayor (un profeta) hasta el
menor de todos (pequeños). Esto nos sugiere que el Evangelio debe llegar hasta los
más pequeños, los más humildes de este mundo. Tanto el profeta como el
“pequeño”, recibirán recompensa.
Jesús se identifica con sus
discípulos, con sus “pequeños” y afirma una de las grandes verdades de su
evangelio: el que recibe a sus discípulos, lo recibe a Él mismo y el que lo
recibe a Él recibe al Padre que lo envió. Este misterio de identificación
“sacramental” humano-divino es un desafío a nuestras estrecheces mentales e
ideológicas: el Padre está en los pequeños, en los discípulos. Por eso, no quedará
sin recompensa lo mínimo que alguien
puede ofrecer: un vaso de agua.
Si los versículos anteriores
(37-39) invitaban a la entrega radical, creo que estos últimos nos invitan a
pensar en nuestra capacidad de acogida, de recibimiento, de apertura a todos
aquellos profetas y pequeños discípulos de Jesús de Nazareth.
Podemos preguntarnos: ¿Soy
consciente de recibir a Jesús? ¿Cómo es mi capacidad de acogida y apertura a
los otros? ¿Soy capaz de compartir al menos un vaso de agua? ¿Qué significa eso
para mí?
Fr. Edgar Amado D. Toledo
Ledezma, OP. (Paraguay)
DE MI ÁLBUM
(Pasacancha)
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