domingo, 23 de julio de 2017

EL DÍA FESTIVO POR EXCELENCIA


DE: ORACIONES SIGLO XX

“MIL CARAS TIENE EL AMOR”

Señor:
Todavía existe una raza de fieles, que reducen su espiritualidad a la geografía raquítica de su yo, con sus pequeños problemas personales, y que se extrañan  de esos aires modernos de catolicidad que soplan en la Iglesia de hoy.

Aunque siempre ha sido propio del Evangelio suscitar una postura abierta ante los demás, sin ceñir lo religioso al terreno de lo personal, Señor tu Vicario en la tierra acaba de escribir en su encíclica “Populorum progressio” que “una renovada toma de conciencia de las exigencias del mensaje evangélico obliga a la Iglesia a ponerse al servicio de los hombres”.

Haz llegar, Señor, el eco de esta frase papal al oído y al corazón de los católicos que quieren encerrar su vida espiritual en la visita semanal al templo, sin que intervenga en la zona económica, social y profesional. Hazles sentir que resulta insoportable la existencia de cristianos fieles al cumplimiento del precepto dominical e infieles a tu mandato de amar al prójimo como así mismo.

Señor, que la reducción y aun supresión de las distancias en un mundo empequeñecido por los jets y la televisión, amplíe en tus cristianos el concepto de prójimo hasta el último hombre del más remoto rincón del planeta; y alargue su amor práctico hasta la necesidad del hermano desnudo o hambriento o a la intemperie en cualquier parte del mundo.
En otras palabras: haznos tomar conciencia de las exigencias del mensaje evangélico de servir a los demás.

Rafael de Andrés.


DOM. XVII DEL TIEMPO ORDINARIO

El tesoro, la perla y la red


“El Reino de los Cielos es semejante aun tesoro escondido en un campo. El hombre que lo descubre lo vuelve a esconder y se siente tan feliz que vende cuanto tiene y compra ese campo.

El Reino de los Cielos es semejante a un comerciante que busca perlas finas. Si llega a sus manos una perla de gran valor, vende cuanto tiene, y la compra.

El Reino de los Cielos es semejante a una red que se echa al mar y recoge peces de todas clases. Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla”… Mateo 13, 44-52

En esta ocasión, encontramos las tres últimas parábolas del capítulo trece de San Mateo, a saber, el tesoro escondido y hallado, la perla preciosa y la red. El tesoro, desde la comprensión bíblica, es una alusión directa a las buenas obras, que requiere una conversión, vender lo que tiene, para alcanzar una riqueza mayor, Dios. Para el mundo judío, la perla es imagen de algo de gran estima, como es la “Torah”, que a partir de Jesús, se transforma en el Mandato del Amor. Por último, la red, indica la apertura y generosidad de Dios para ir en búsqueda de todos, no es un mensaje de exclusión, todos están invitados a su aceptación.


Tres pequeñas parábolas de Jesús sobre el reino  de Dios. La primera habla de un campesino que ha encontrado un tesoro escondido. En la antigüedad se escondían tesoros en vasijas o cofres bajo tierra. Según las leyes judías, si alguien fortuitamente los encontraba, se podía hacer dueño de ellos comprando el campo.  El campesino de la parábola vende todo lo que tiene para poder adquirirlo. En la segunda parábola el protagonista es un mercader de perlas que encuentra una de gran valor. Y, lo mismo, vende todo lo que tiene y la adquiere.

Se sugiere la idea de que uno tiene que decidirse por lo que vale más; es decir, por el Reino de Dios, simbolizado en el tesoro y la perla. Para alcanzarlo hay que “venderlo todo”. Frente a él todo ha de ser relativizado. Pero no se trata de una obligación impuesta desde el exterior, que se asume a regañadientes, sino de una decisión fruto de la alegría que siente la persona: Por la alegría que le da… vende todo.

Decisiones así se producen en el campo del amor humano: quien encuentra a la persona que andaba buscando y que lo llena de alegría, la prefiere por encima de las demás. Ocurre también con el amor a Dios: sólo un gran amor a él puede hacer que se relativicen ante él todas las cosas del mundo. No porque pierdan valor o atractivo, sino porque sólo tienen sentido por  en función de lo que se ama. El Evangelio no dice que el campesino del tesoro y el mercader de la perla echen todo a rodar, sino que invierten todo lo que poseen para adquirir lo que vale más. Uno no “pierde” nada; más bien lo gana todo. Dios no quita nada; más bien, Dios lo da todo. Es la razón por la cual, para seguir a Jesús, los discípulos dejan redes y barcas, esposa, hijos, campos. Pablo dirá que, ante la “sublimidad del conocimiento de Cristo”, todo lo que antes era para él ganancia, ahora lo considera pérdida.

En este sentido, las parábolas del tesoro escondido y de la perla preciosa nos hacen comprender que el amor de Dios, su Reino y la persona de Jesús y su mensaje, una vez descubiertos como el valor supremo, llenan a la persona de una alegría tan íntima (“alegría inefable y gloriosa”, dice San Pedro -1Pe 3, 8) que la mueve a tomar decisiones difíciles, definitivas y totales para poder dedicarle la vida entera.

La tercera parábola, la de la red que recoge toda clase de peces, hacer ver que el Señor llama a todos sin distinción para que alcancen la alegría de su Reino. Su Iglesia no está compuesta sólo de puros y santos. En su mesa no se niega la fraternidad a ningún hijo o hija de Dios. Y una vez reunidos, como los peces en la red, el Señor tiene paciencia, espera a que nos convirtamos a él de verdad y no niega a nadie su tiempo oportuno. La fe es eso, llamada y respuesta, don y responsabilidad…

Carlos Cardó, S. J. Parroquia Nuestra Señora de Fátima-Lima.

DE MI ÁLBUM





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