DE: ORACIONES SIGLO XX
“MIL CARAS
TIENE EL AMOR”
Señor:
Todavía existe
una raza de fieles, que reducen su espiritualidad a la geografía raquítica de
su yo, con sus pequeños problemas personales, y que se extrañan de esos aires modernos de catolicidad que
soplan en la Iglesia de hoy.
Aunque siempre
ha sido propio del Evangelio suscitar una postura abierta ante los demás, sin
ceñir lo religioso al terreno de lo personal, Señor tu Vicario en la tierra
acaba de escribir en su encíclica “Populorum progressio” que “una renovada toma
de conciencia de las exigencias del mensaje evangélico obliga a la Iglesia a
ponerse al servicio de los hombres”.
Haz llegar,
Señor, el eco de esta frase papal al oído y al corazón de los católicos que
quieren encerrar su vida espiritual en la visita semanal al templo, sin que
intervenga en la zona económica, social y profesional. Hazles sentir que
resulta insoportable la existencia de cristianos fieles al cumplimiento del
precepto dominical e infieles a tu mandato de amar al prójimo como así mismo.
Señor, que la
reducción y aun supresión de las distancias en un mundo empequeñecido por los
jets y la televisión, amplíe en tus cristianos el concepto de prójimo hasta el
último hombre del más remoto rincón del planeta; y alargue su amor práctico
hasta la necesidad del hermano desnudo o hambriento o a la intemperie en
cualquier parte del mundo.
En otras
palabras: haznos tomar conciencia de las exigencias del mensaje evangélico de
servir a los demás.
Rafael de
Andrés.
DOM. XVII DEL
TIEMPO ORDINARIO
El tesoro, la
perla y la red
“El Reino de
los Cielos es semejante aun tesoro escondido en un campo. El hombre que lo
descubre lo vuelve a esconder y se siente tan feliz que vende cuanto tiene y
compra ese campo.
El Reino de
los Cielos es semejante a un comerciante que busca perlas finas. Si llega a sus
manos una perla de gran valor, vende cuanto tiene, y la compra.
El Reino de
los Cielos es semejante a una red que se echa al mar y recoge peces de todas
clases. Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla”… Mateo 13, 44-52
En esta
ocasión, encontramos las tres últimas parábolas del capítulo trece de San
Mateo, a saber, el tesoro escondido y hallado, la perla preciosa y la red. El
tesoro, desde la comprensión bíblica, es una alusión directa a las buenas
obras, que requiere una conversión, vender lo que tiene, para alcanzar una
riqueza mayor, Dios. Para el mundo judío, la perla es imagen de algo de gran
estima, como es la “Torah”, que a partir de Jesús, se transforma en el Mandato
del Amor. Por último, la red, indica la apertura y generosidad de Dios para ir
en búsqueda de todos, no es un mensaje de exclusión, todos están invitados a su
aceptación.
Tres pequeñas parábolas de
Jesús sobre el reino de Dios. La primera
habla de un campesino que ha encontrado un tesoro escondido. En la antigüedad
se escondían tesoros en vasijas o cofres bajo tierra. Según las leyes judías,
si alguien fortuitamente los encontraba, se podía hacer dueño de ellos
comprando el campo. El campesino de la
parábola vende todo lo que tiene para poder adquirirlo. En la segunda parábola
el protagonista es un mercader de perlas que encuentra una de gran valor. Y, lo
mismo, vende todo lo que tiene y la adquiere.
Se sugiere la idea de que
uno tiene que decidirse por lo que vale más; es decir, por el Reino de Dios,
simbolizado en el tesoro y la perla. Para alcanzarlo hay que “venderlo todo”.
Frente a él todo ha de ser relativizado. Pero no se trata de una obligación
impuesta desde el exterior, que se asume a regañadientes, sino de una decisión
fruto de la alegría que siente la persona: Por la alegría que le da… vende
todo.
Decisiones así se producen en el campo del amor humano: quien encuentra a
la persona que andaba buscando y que lo llena de alegría, la prefiere por
encima de las demás. Ocurre también con el amor a Dios: sólo un gran amor a él
puede hacer que se relativicen ante él todas las cosas del mundo. No porque
pierdan valor o atractivo, sino porque sólo tienen sentido por en función de lo que se ama. El Evangelio no
dice que el campesino del tesoro y el mercader de la perla echen todo a rodar,
sino que invierten todo lo que poseen para adquirir lo que vale más. Uno no
“pierde” nada; más bien lo gana todo. Dios no quita nada; más bien, Dios lo da
todo. Es la razón por la cual, para seguir a Jesús, los discípulos dejan redes
y barcas, esposa, hijos, campos. Pablo dirá que, ante la “sublimidad del
conocimiento de Cristo”, todo lo que antes era para él ganancia, ahora lo
considera pérdida.
En este sentido, las
parábolas del tesoro escondido y de la perla preciosa nos hacen comprender que
el amor de Dios, su Reino y la persona de Jesús y su mensaje, una vez
descubiertos como el valor supremo, llenan a la persona de una alegría tan
íntima (“alegría inefable y gloriosa”, dice San Pedro -1Pe 3, 8) que la mueve a
tomar decisiones difíciles, definitivas y totales para poder dedicarle la vida
entera.
La tercera parábola, la de
la red que recoge toda clase de peces, hacer ver que el Señor llama a todos sin
distinción para que alcancen la alegría de su Reino. Su Iglesia no está
compuesta sólo de puros y santos. En su mesa no se niega la fraternidad a
ningún hijo o hija de Dios. Y una vez reunidos, como los peces en la red, el
Señor tiene paciencia, espera a que nos convirtamos a él de verdad y no niega a
nadie su tiempo oportuno. La fe es eso, llamada y respuesta, don y
responsabilidad…
Carlos Cardó, S. J.
Parroquia Nuestra Señora de Fátima-Lima.
DE MI ÁLBUM
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