LA CANCIÓN DE LA VIDA PROFUNDA.
Hay días en que somos tan móviles, tan móviles,
como las leves briznas al viento y al azar.
Tal vez, bajo otros cielos, la gloria nos sonríe,
la vida es clara, undívaga y abierta como el mar.
Y hay días en que somos tan fértiles, tan fértiles,
como en abril, el campo que tiembla de pasión;
bajo el influjo próvido de espirituales lluvias,
el alma está brotando florestas de ilusión.
Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos,
como la entraña oscura de oscuro pedernal:
la noche nos sorprende con sus profusas lámparas,
en rutiles monedas tasando el bien y el mal...
Y hay días en que somos tan plácidos, tan plácidos
(¡niñez en el crepúsclo lagunas de zafir!...),
que un trino, un verso, un monte, un pájaro que cruza
y hasta las propias penas nos hacen sonreír.
Y hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos,
que nos depara en vano su carne la mujer:
tras de ceñir un talle y acariciar su seno,
la redondez de un fruto nos vuelve a estremecer.
Y hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres,
como las noches lúgubres el canto del pinar:
el alma gime entonces bajo el dolor del mundo,
y acaso ni Dios mismo nos pueda consolar.
Mas hay también, ¡oh Tierra!, un día, un día,
en que levaremos anclas para jamás volver:
un día en que discurren vientos inexorables,
un día en que ya nadie nos puede detener....
PORFIRIO BARBA JACOB.
ALABA A UNA PASTORA AMIGA DEL POETA.
Eres fértil. Y eres igual que la temprana
flora de estas campiñas, donde el amor se acendra
tu cuerpo en cuyo intenso despertar la mañana
sonríe, huele a sándalo y a geranio y a almendra.
No oyó flauta más clara la tarde montesina
que tu palabra, música donde ríe la innata
frescura melodiosa del agua cantarina
que arrastra sus nerviosos cascabeles de plata.
Tú, Cloe o Amarilis, has de amar las estrellas,
y en las noches del bosque van siguiendo tus huellas,
dirá un canto pretérito que tu nombre recuerde;
Soñarás junto al agua de los mudos remansos,
y un día, al tibio aliento de los ganados mansos,
te entregarás medrosa sobre la hierba verde...
GREGORIO CASTAÑEDA ARAGÓN.
INOCENCIA.
Ella y él, dos rapaces que aún no llegan
a saber de apariencias ni decoro,
entre las ondas del trigal de oro
cual dos gorriones bulliciosos juegan.
En torno a las espigas se doblegan,
llena el ambiente su charlar sonoro,
y libres, inocentes, sin desdoro,
a los caprichos de su edad se entregan.
¡Oh, qué inquietud, al fin desfallecidos
ruedan sobre las mieses y, rendidos,
respiran sudorosos, fatigados!
¡Del viento escuchan la apacible orquesta
y se adormecen en tranquila siesta
sobre los trigos por la luz dorados!
ALFREDO GÓMEZ JAIME.
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