La vida
de Augusto Rodin fue turbulenta y trágica,
pero
legó al mundo varias de las raras obras maestras que en él perduran.
En el reino del arte cambia con asombrosa
rapidez la moda. Hace apenas 25 años muchas personas de buen gusto rechazaban
la obra de Augusto Rodin, a quien consideraban ampuloso, vulgar y mal escultor.
Hoy, sin ninguna razón obvia, el clima de la opinión general ha cambiado, y
Rodin, nacido en 1840, es aclamado como un maestro y el último heredero de los
grandes románticos de principios del siglo XIX ; quizá el más grande escultor
desde la época de Miguel Ángel.
Para
comunicar su fuerza y su talento, Rodin utilizaba los dedos, diestros como los
de un médico o los de un quiropráctico y capaces de infundir vida con su solo
toque. La energía y la riqueza de sus mejores obras emanan de su obsesiva
contemplación del cuerpo humano, que supo ver como muy pocos lo han hecho.
Inmediatamente, con febril celeridad, modelaba o dibujaba cualquier gesto o
movimiento que excitara su fuerza creadora, temeroso de que se le escapara. De
este modo Rodin descubrió más posibilidades expresivas en la figura humana que
ningún otro artista posterior a Rubens.
Pocos
de sus descubrimientos fueron aceptables para el criterio artístico
predominante en su época, pero a Rodin nunca le sedujo el favor del público.
Pudo haber explotado fácilmente el filón de su famoso Pensador, esculpido en 1880, y que originalmente intentó ser un
retrato simbólico de Dante cavilando en todas sus creaciones; pero Rodin
prefirió seguir escrupulosamente los dictados de su propia conciencia, con el
resultado de que la mayoría de sus mejores piezas escultóricas suscitaron
críticas acerbas.
El
grupo Los burgueses de Calais fue la
excepción. Fácil de comprender por todos, el elemento dramático es intrínseco,
no añadido; la actitud de cada uno de esos burgueses expresa en forma
escultórica los sentimientos del hombre común. En un momento de clarividencia,
Rodin pidió que colocaran la obra a ras de tierra en la plaza principal de
Calais, para que esos personajes parecieran todavía ser parte del pueblo que
circula en torno de ellos, y así podría vivir la heroicidad de aquel acto.
La
otra gran obra monumental de Rodin fue su Balzac,
que en vida del escultor no cosechó ningún aplauso. Se la encargó en 1892 la Sociedad de Gente de
Letras. Debía estar terminada en 1894, y se había pensado colocarla en el
centro del Palais-Royal, en honor del célebre novelista francés.
Rodin
consideró la tarea excepcionalmente difícil. En todas sus composiciones
anteriores utilizó modelos vivos, pero Balzac había muerto hacía más de 40
años. Era rechoncho, de talla corta, y su aspecto distaba mucho de ser heroico.
Sin embargo, el escultor tenía que esculpir una figura dominante de 2,75 metros de altura.
Aquello pondría a prueba su doctrina de la verosimilitud en el arte.
Modeló siete estatuas grandes del novelista desnudo y las colocó en
círculo en su taller para estudiarlas detenidamente. Todas ellas plasman con
veracidad la figura de Balzac. Pero los individuos de la Sociedad no las habrían
aceptado si les hubiera permitido visitar el taller, lo cual no ocurrió, y en
1894, al vencer el plazo de los dos años, varios literatos acusaron a Rodin de
no haber hecho nada, y lo tildaron de charlatán y estafador. El artista siguió
observando varios años más los siete modelos desnudos, y finalmente decidió
cubrir cada uno con un vaciado en forma de ropaje para que sugiriera una bata.
Luego eligió una de las estatuas y la envió al Salón de 1898. Fundado en París
en el siglo XVII, el Salón constituía la exposición pictórica y escultórica de
mayor prestigio de aquel tiempo. Los jueces que lo visitaban, conservadores e
intolerantes con las ideas nuevas, tenían el poder de consagrar o hundir a los
artistas.
La
impresión que causó la obra superó las mayores esperanzas de sus enemigos. Ante
tan extraordinaria aparición no se esforzaron mucho para convencer a la Sociedad y a la mayoría
del público de que Rodin estaba loco y de paso había insultado a Francia. La Sociedad se negó a
aceptar la estatua. Mientras en el Salón, los visitantes que se aglomeraron
alrededor de la base de la figura expresaban una opinión unánime sobre un
detalle: la actitud era imposible, y no se podía concebir un cuerpo debajo de
esos ropajes. Rodin sabía que un martillazo dejaría visible el cuerpo, pero
optó por retirar la estatua del Salón y la colocó en el jardín de su casa de
Meudon. “Si la verdad ha de morir”, declaró, “mi Balzac será destruido por las generaciones futuras. Si la verdad es
imperecedera, predigo que mi obra será reconocida. Representaba la labor de
toda mi vida y el eje de mi estética. Fue un paso radical en mi evolución; he
forjado un eslabón entre las grandes y perdidas tradiciones del pasado y mi
época, y este eslabón se reforzará cada día”.
En mi
opinión, el Balzac representa exactamente lo que de él dijo su autor. Después
de todas sus tentativas en otros estilos, logró hacer algo completamente suyo,
que sin embargo parece surgir del corazón de la tradición escultórica
universal. Es al mismo tiempo la más moderna obra de Rodin, en el sentido de
que la imitación de las apariencias está subordinada del todo a la idea
puramente escultórica.
Con
todo, hay una ironía trágica en la declaración de Rodin, pues ésta implicaba
que el Balzac iniciaría una nueva
etapa en su desarrollo artístico. En realidad fue su última gran creación.
Después hizo algunas piezas menores muy hermosas, pero algún muelle principal
de la maquinaria creadora del escultor parecía haberse roto, pienso, debido a
una tragedia de su vida que entonces afligió.
En su
juventud Rodin vivió con una mujer bravía y casi analfabeta, Rose Beuret. Ella
le ayudaba a hacer moldes y a vaciar estatuas, y también le servía a la mesa.
El escultor le era infiel continuamente. En 1887 se enamoró perdidamente de una
de sus discípulas, Camille Claudel, hermana del poeta. Durante diez años ésta
toleró a regañadientes el papel que desempeñaba Madame Rose en la vida del artista, pero en 1897 le pidió que
abandonara a Rose y se casara con ella. Él se negó, y Camille Claudel perdió la
razón.
La
ruina de aquel gran amor arrojó a Rodin a una serie de aventuras degradantes.
Fue víctima de una norteamericana que se hacía llamar la duquesa de Choiseul,
que le obligaba a ponerse levita y sombrero de copa de seda, y lo exhibía por
toda Europa en carruaje negro abierto, como si fuese un oso de circo. Los
amigos del escultor lograron finalmente persuadirle de que se librara de la
horrible duquesa, pero sólo para que llegaran a su puerta nuevas rondas de
mujeres parásitas. Por último, 1917, en los meses finales de su vida, lo
convencieron de que se casara con Madame
Rose. Por desgracia, ya entonces tanto él como ella estaban seniles, y apenas
tuvieron conciencia de lo que realmente sucedía en la ceremonia.
Tan
triste historia explica la ausencia de grandes obras en los últimos años de
Rodin. También nos revela algo sobre el empañamiento de su fama después de su
muerte: los críticos que escribieron entonces acerca de él no podían ser
imparciales, porque lo recordaban como
un fantoche de levita, impaciente, arbitrario, que aceptaba vanidosamente la
más torpe adulación. El modelador magistral, el enamorado de lo visible, había
sido eclipsado por el filósofo de pacotilla. Sin embargo, al recordar Los burgueses de Calais y el Balzac,
comprende uno que la gloriosa tradición romántica tuvo un ocaso digno de
ella.