viernes, 10 de mayo de 2013

LA FUERZA DE LA PACIENCIA / Por Norman Vincent PEALE


Puede llevarnos a una vida de paz y satisfacción… ¡pero somos tan pocos los que la practicamos!

   AÑOS ATRÁS, cuando era yo un eclesiástico joven e impaciente, fui llamado para hacerme cargo de una gran iglesia de la ciudad de Nueva York. Iba lleno de ideas, estaba decidido a hacer toda clase de innovaciones, mi entusiasmo no reconocía límites. Por desgracia para mí, dos de los miembros más influyentes de la congregación eran unos señores ya ancianos, cautos y tradicionalistas. Se resistían firmemente a todo cambio y reprobaban casi todo lo que yo hacía.
   Cierto domingo, después de predicar un sermón que, en mi concepto, fue bastante bueno, uno de mis censores se acercó a mí para decirme, fríamente, que en aquella iglesia la duración del sermón debía limitarse a 25 minutos, y yo me había extralimitado: el mío había durado 27.
   Procuré conservar la calma, hasta llegar a mi casa. Una vez allí, estallé y manifesté a grito herido que la congregación tendría que elegir entre ese par de fósiles o yo.
   Ese día, mi padre, también ministro de la iglesia, había ido a mi casa para comer con nosotros. Después de escuchar mi andanada sin pestañear, me dijo:
   -Mira, hijo, puedes ir y desahogarte, si quieres, pero te aseguro que lo vas a lamentar. Vas a crearte dos enemigos acérrimos, probablemente dividirás a tu congregación, y lo más seguro es que perjudiques tu carrera.
   Guardó silencio durante un momento, procurando mirarme a la cara, y continuó:
   -¿Puedo hacerte una sugerencia? En la vida, el éxito es una mezcla de ingredientes. Me parece a mí que para solucionar tu problema lo que necesitas es ese ingrediente tan difícil de lograr que es la paciencia; ya sé que está muy sobado aquello de “ la virtud de la paciencia”, pero como casi todas las frases muy sobadas, es cierta y da resultado. Creo que debes ponerlo a prueba.
   -Muy bien –repliqué-. Pero…¿qué debo hacer?
   -Lo primero, es dejar que el tiempo obre por ti, fría y calculadoramente, siguiendo una estrategia dinámica. Estudia a esos señores, trata de imaginar las causas de su modo de ser. Ve las cosas desde sus puntos de vista. Hazles sentir que los amas, como prójimos tuyos que son. Luego, cuando hayan aprendido a confiar en ti, cuando te vean con simpatía, podrás comenzar a exponerles tus ideas. La paciencia posee un poder enorme: ¿por qué no explotarlo?
   Seguí su consejo en aquella ocasión, y continúo haciéndolo, porque mi padre tenía razón. No importa a qué dificultad nos enfrentemos, la práctica de la paciencia creadora es el camino seguro para superarla.
   No hay eclesiástico que no encuentre tristes ejemplos de lo que cuesta no valerse de esa fuerza. Recuerdo el caso de un  joven médico y su esposa, que acudieron a mí en busca de consejo. Él era un hombre idealista, profundamente interesado en la investigación. Ella, por su parte, era materialista y se sentía decepcionada porque el esposo no ponía más empeño en utilizar su talento para ganar dinero. Traté de persuadirlos para que experimentaran con la paciencia, pues estaba convencido de que con el tiempo su matrimonio saldría adelante. Pero la esposa se empeño en divorciarse. Tres años más tarde, este médico fue elegido para dirigir un vasto programa de investigación y entonces llovieron sobre él tanto el prestigio como el bienestar económico que la ex esposa ambicionaba, y de los que se privó por su incapacidad o su falta de voluntad para ejercer la paciencia.
   ¿Qué impide a la gente hacer en su vida un mejor uso de la paciencia? Ante todo, creo yo, tiene esta virtud tres grandes enemigos: el desaliento, esa bandera blanca de la rendición que hace que la persona se dé por vencida demasiado pronto; el sentimiento de fracaso, que engendra esa ira que nos nubla el entendimiento y nos hace perder el sentido de las proporciones; y por último, la tendencia a reaccionar exageradamente cuando algo nos tiene en tensión, nos produce pánico, nos hace perder la ecuanimidad. Yo sé algo acerca de estos tres fantasmas, porque  -como mi esposa puede confirmar- soy propenso a dejarme influir por los tres. En consecuencia, he tenido que buscar con ahínco la manera o maneras de contrarrestarlos.
   Quizá algunas de mis técnicas resulten de utilidad para otras personas. Helas aquí:
   Primero: cuando no se producen los resultados que yo esperaba, no obstante mis esfuerzos, y empieza a dominarme el desengaño, pienso en aquel filósofo que dijo que el genio no es sino una singularísima aptitud para la paciencia. Pienso en Luther Burbank, quien en cierta ocasión calculó que durante los 16 años que tardó en lograr un cacto comestible para el ganado se había extraído de los  dedos un millón de espinas. O en Thomas Edison, quien alegremente replicó al escéptico que le preguntó cómo podía justificar 1000 ensayos fracasados en un solo proyecto: “! Ahora conocemos 1000 maneras que no sirven!”  En resumen, en vez de meditar en los fracasos, procuro pensar en las recompensas que se obtienen con la paciente persistencia.
   Segundo, cuando siento que las llamas de la frustración empiezan a calentarme la cabeza, recuerdo algo que dijo Winston Churchill durante la segunda guerra mundial: “ ¡Señor mío” , gruñó el Primer Ministro a un general tan impaciente como explosivo, “ usted no es dueño de sus emociones: ellas lo dominan a usted!”
   En momentos de frustración he descubierto que lo que Paul Dubois, el siquiatra suizo, llamó “ terapia de las palabras”  resulta útil. Su teoría es que las palabras como “serenidad”, “tranquilidad”  o “paz” dichas en voz alta, o sólo con el pensamiento, tienden a neutralizar la exasperación producida por el fracaso. Pero, sobre todo, la oración contribuye a recuperar la paciencia. El sentimiento de frustración es siempre egoísta, y la oración lo contrarresta al alejar nuestros pensamientos de nosotros mismos. La próxima vez que alguno de ustedes tenga urgencia de llegar  a alguna parte y se vea retrasado por una serie de luces rojas, en vez de enfurecerse a riesgo de que le suba la tensión arterial, trate de orar por alguna persona conocida que realmente esté en dificultades. Si obran con sinceridad, ese sentimiento de frustración perderá fuerza en un instante.
   En cuanto al tercer enemigo de la paciencia –esa tendencia a perder la ecuanimidad en los momentos de crisis -, tuve hace tiempo la ocasión de aprender una valiosa lección en una estación naval. Había allí un oficial que sentía gran admiración por cierto almirante al que conocí durante una comida en las habitaciones del comandante. “ Nada lo agita” , me dijo, “ está hecho de acero”. Y me contó que el almirante aludido había tenido a su mando un gigantesco portaaviones. Cierto día, cuando llevaba su nave a puerto, se le había cruzado por la proa un buque cisterna. La colisión parecía inminente. En ese momento crítico, un suboficial llegó desalado al puente, gritando que había fuego en la cubierta de hangares.
   Ahora bien, un incendio en un portaaviones es el peor de los peligros, pero el capitán, fijos los ojos en el buque cisterna, no respondió al suboficial.
   -¡Fuego en la cubierta de hangares! –gritó el teniente, más agitado aun.
   -¡Ya lo oí! –dijo el capitán-, ¡Vaya y apáguelo!
   Más tarde pregunté al almirante si el episodio era verídico. “Sí”, dijo él. “Sucedió… y en el fondo creo que yo estaba más agitado que mi joven suboficial, pero me obligué a tener paciencia, a ocuparme del problema más apremiante: evitar la colisión. La experiencia me había enseñado ya que si nos obligamos a actuar con serenidad se contagia a los que nos rodean”
   Hay muchas formas de conocer el valor de la paciencia creadora. Oyendo hablar de ella a una persona más experimentada, como me ocurrió a mí, o viéndola obrar en las vidas de otras personas, o bien observando la vida misma. Después de todo, nada puede apresurar la salida del sol ni alterar el ritmo de las mareas: en estos fenómenos de la Naturaleza está presente una paciencia eterna que el hombre, tan impaciente, tomará de ejemplo, si es inteligente.
   Pero lo principal, sea uno quien sea y esté uno donde esté, es tratar de adquirir la paciencia y perseverar en el intento: es la clave del éxito en la vida, y todos podemos aspirar a ella.

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