Un cúmulo impresionante de pruebas recientes
demuestran que la tensión y la irritación de cada día producen más enfermedades
coronarias que todas las causas juntas a las cuales se achacaban
tradicionalmente estos males: las grasas, el humo del tabaco y la falta de
ejercicio.
DESDE HACE
mucho tiempo se intuía que la cólera reprimida puede estallar; es decir, que la tensión prolongada es capaz
de enfermar a la gente. Esta idea popular cuenta ahora con un número
considerable de pruebas científicas que la abonan. Trabajando
independientemente, varios grupos de investigadores médicos norteamericanos
recogieron un gran cúmulo de constancias en que los factores emocionales
aparecen como responsables, en primer término, de muchas de las enfermedades
crónicas que afligen a los varones de edad madura, principalmente de las
afecciones cardíacas. Poniendo en tela de juicio un dogma médico, esos
facultativos niegan que los alimentos grasosos, el hábito de fumar y la vida
sedentaria constituyan los peligros mayores para los hombres que están en pleno
rendimiento. Afirman que es mucho más
importante la tensión sicosomática, esto es,
las reacciones involuntarias del organismo ante las exigencias de la
vida que llevamos de grado o por fuerza.
Esas reacciones
orgánicas están profundamente enraizadas en la prehistoria. El hombre primitive
sobrevivió en un medio brutal porque, además de un cerebro más perfeccionado,
poseía mecanismos de respuesta orgánica que funcionaban instatánea e
impremeditadamente cuando se veía en peligro. Imaginémonos a un primitivo
haciendo la digestion después de la caza, tumbado al sol en la entrada de su
caverna. De pronto advierte la sombra de un carnívero que acecha en busca de
presa. Sin pensarlo, nuestro hombre reacciona con una multitud de recursos
corporales. Descarga en su sangre una
secreción de adrenalina, que envía a los músculos y al cerebro las fuerzas
almacenadas en forma de azúcar y de grasas, movilizando instantáneamente toda
la energía y estimulando el pulso, la respiración y la tension arterial. La
digestion cesa inmediatamente a fin de que toda la energía esté disponible para
la tarea de afrontar el peligro. Aumenta el índice de coagulación sanguínea,
para el caso de sufrir heridas. Los glóbulos rojos se desbordan del bazo para
ingresar en el acelerado torrente sanguíneo y ayudar a que el sistema
respiratorio absorba el oxígeno y expela al anhidrido carbónico cuando el
hombre prehistórico ataque a garrotazos a la bestia acechante, o cuando se
precipite dentro de la cueva en busca de refugio.
Hoy, según
los investigadores de la tension sicosomática, el hombre de negocios de
character active y emprendedor reacciona en una forma químicamente muy
parecida, aunque las amenazas de nuestra época suelen ser de tipo abstracto:
por ejemplo un frío memorando de un superior en que se insinúa “fusionar su
sección con la de almacenes y establecerse en otra region”. Las hormonas se
vierten precipitadamente en la sangre; el pulso se acelera. Pero el gerente que
recibe ese memorando no puede luchar físicamente ni huir. Obligado por las
circunstancias a mantener la calma, reprime el temor o la cólera y los acumula
sin poderlos dirigir contra un objetivo adecuado, a no ser contra él mismo. Si
la amenaza cede o queda superada, vuelve la estabilidad.; pero si el ataque se
prolonga, el sistema de defensa del hombre agredido se va debilitando gradualmente.
Y entonces sobreviene el daño.
El Dr. Hans
Selye, canadiense que se ha convertido ya en autoridad mundial por lo que se
refiere a las cosecuencias de la tension sicosomática (stress), compara la
dotación de energía que trae cada hombre a la vida –esto es, su capacidad paa
resistir la tensión- con los mantos
petrolíferos profundos: una vez que se ha extraído a la superficie y se ha
quemado, el petróleo se acaba. Si el hombre elige una carrera en que predominan
las tensiones, gasta pronto su dotación y envejece rápidamente. Entonces será
un candidato óptimo para sufrir un temprano ataque coronario. Si no adquiere
una enfermedad coronaria, tendrá jaquecas, úlceras, asma o colitis ulcerante; o
quizá choque en la carretera, pues las personas con tensiones son más propensas
a los accidentes. Hablando en términos generales , el hombre, cazador de otras
especies, se caza a sí mismo en su interior.
En los
Estados Unidos la investigación de este tipo de tension se centra cada vez más
–y no sin razón- en las enfermedades
cardiacas. Los padecimientos cardiovasculares cobran ahora un pavoroso total
anual de vidas de norteamericanos en pleno vigor de la edad madura. En gran
parte, según John French, hijo, el probelma está en el trabajo que uno
desempeñe. “Las organizaciones actuales pueden imponer tensiones que amenazan
seriamente el bienestar material y sicológico de la gente que pertenece a
ellas. Cuando un hombre muere o queda incapacitado por un ataque cardiaco, cabe
tanta culpa a la organización como al individuo y a su familia”. Una encuesta
organizada en toda la nación y dirigida por Robert Kahn, colega de French,
encontró pruebas de que hay una tension de tipo ocupacional muy extendida.
Según esa encuesta, el 35 por ciento de los empleados interrogados se quejaron
de no conocer claramente los fines ni las responsabilidades del trabajo que
desempeñaban. Casi la mitad –el 48 por ciento- se sentían a menudo atrapados
entre personas que les pedían cosas diferentes. Aproximadamente el 45 por
ciento de los entrevistados se lamentaron de excesos de trabajo, de que les
exigían más del que podían desempeñar en una jornada normal, o más del que eran
capaces de hacer lo bastante bien para no sufrir en su amor propio.
Entre estas
tensones del trabajo que se descubrieron en la encuesta estaban la inseguridad
que asalta a quien tiene que ejecutar actividades desacostumbradas; el trato
con jefes o subordinados difíciles; la
preocupación de tener que asumir la responsabilidad de otros; la sensación de
no intervener en las decisiones que rigen el trabajo propio (sentimiento de
frustración que, según French, merma claramentge la productividad).
Los cargos de
gerencia son los cargos más peligrosos que la mayoría de los trabajos
restantes. En un detallado studio hecho por la Administración Nacional de Aeronáutica
y el Espacio, en el Centro Goddard de Vuelos Espaciales, los investigadores de
la Universidad de Michigan hallaron que los administradores estaban mucho más
expuestos a la tension que los ingenieros o los científicos. La responsabilidad
por otras personas –explica French- produce más tension que la responsabilidad
por las cosas.
El studio de
los investigadores de la Universidad de Michigan viene a confirmer otro que
hicieron dos cardiólogos de California –Meyer Fridman y Ray Rosenman- y su
equipo del Instituto Harold Brunn, del Hospital Monte Sión, en San Francisco.
En los últimos 17 años esos especialistas, que dedicaron miles de horas a su
labor, reunieron un número enorme de datos, de los cuales se sigue que ciertas
formas de conducta y ciertos tipos de tension común en nuestros días, son los
principales responsables de la abundancia de ataques coronarios entre los
norteamericanos de edad madura, y que también el tipo de personalidad es de
importancia decisiva en este aspecto.
El rograma de
pruebas que consideran más convincente es el iniciado en 1960. Entrevistaron a
un total de 3500 varones de edades comprendidas entre los 39 y 59 años, sin
antecedents de enfermedades coronarias, y los clasificaron en dos tipos: el
designado como tipo A, que se caracteriza por sus impulsos relativamente
intensos, agresividad, ambición, espíritu de competencia, afán de hacer las
cosas y prisa constante; y el designado como tipo B, de personas que pueden ser
igualmente serias en su conducta, pero tienen costumbres más apacibles, rara
vez se impacientan y dedican más tiempo a las distracciones; no se sienten
apremiadas por el reloj; no están preocupadas por los logros sociales, tienen
espíritu de competencia y hasta hablan más moduladamente. Lo raro del caso es
que las personas del tipo A se acuestan la mayoría de las noches más temprano
que las del tipo B, quienes tienden a interesarse por cosas que no son
importantes para su carrera, se desvelan más o cultivan con mayor gusto la vida
social. (La nayoría de la gente presenta una mezcla de los tipos A y B, pero el entrevistador avezado descubre en
cada individuo el predominio de uno u otro).
Hasta ahora,
257 personas del grupo de prueba (formado aproximadamente por una mitad del
tipo A y otra del B) han sufrido enfermedades coronarias. El 70 por ciento de las víctimas son del tipo A.
Así pues, en la edad Madura, las personas del tipo A están de dos a tres veces
más expuestas a estos padecimientos que las del tipo B.
Todavía más
revelador es el cuadro que apareció cuando se valoraron los tipos A y B en
relación con los factores generalmente considerados como peligrosos para el
corazón. En conjunto, el tipo A tenía concentraciones más elevadas de
colesterol que el tipo B, pero se descubrió que incluso las personas de tipo A,
que, según los conocimientos tradicionales, hubieran sido clasificadas como más
sanas por su tensión arterial, antecedentes familiares y otros factores
predisponentes, eran más propensas a los padecimientos coronarios. Y a la inversa, los hombres del tipo B podían
acusar factores adversos de tensión arterial, o de otra índole, y sin embargo
ser relativamente inmunes. El Dr. Rosenman informó que cualquier tipo B cuyos
niveles de colesterol y otros ácidos grasos estén dentro de los límites
normales, “tiene completa inmunidad a las enfermedades coronarias, aunque
ingiera muchas grasas y colesterol, tenga antecedentes familiares y fume y
lleve una vida sedentaria”.
¿Cómo se forma
el tipo B o el tipo A? Los citados cardiólogos no lo saben, pero para ellos es
evidente que en el proceso de diferenciación intervienen tanto la herencia como
el medio. Los tipos A se sienten naturalmente atraídos a profesiones que
requieren agresividad y donde siempre hay prisa. La vida de nuestros días
abunda en esas carreras. Pero las personas de tipo A tienen que refrenar sus ímpetus, aunque les cueste trabajo, aconseja el Dr. Friedman.
En todo el
mundo se estudian hoy la tensión y sus efectos. En 1950 Hans Selye publicó el
primer tratado acerca del tema, pero posteriormente se presentaron casi 6000
informes independientes sobre la tension.
Ahora que
también los cardiólogos están empezando a creer que las enfermedades del
corazón se pueden atribuir en ultimo extremo al afán insaciable de competir y
al instinto de agresividad, ¿vendrá una
oleada de hipocondriaco temor por la tensión? Es muy probable, pues nada hay
más fascinante para el lego en la materia que ver una creencia popular
confirmada por científicos de gran reputación.
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