martes, 28 de mayo de 2013

RODIN : PENSADOR EN BRONCE / Kenneth CLARK

La vida de Augusto Rodin fue turbulenta y trágica,
pero legó al mundo varias de las raras obras maestras que en él perduran.
En el reino del arte cambia con asombrosa rapidez la moda. Hace apenas 25 años muchas personas de buen gusto rechazaban la obra de Augusto Rodin, a quien consideraban ampuloso, vulgar y mal escultor. Hoy, sin ninguna razón obvia, el clima de la opinión general ha cambiado, y Rodin, nacido en 1840, es aclamado como un maestro y el último heredero de los grandes románticos de principios del siglo XIX ; quizá el más grande escultor desde la época de Miguel Ángel.
   Para comunicar su fuerza y su talento, Rodin utilizaba los dedos, diestros como los de un médico o los de un quiropráctico y capaces de infundir vida con su solo toque. La energía y la riqueza de sus mejores obras emanan de su obsesiva contemplación del cuerpo humano, que supo ver como muy pocos lo han hecho. Inmediatamente, con febril celeridad, modelaba o dibujaba cualquier gesto o movimiento que excitara su fuerza creadora, temeroso de que se le escapara. De este modo Rodin descubrió más posibilidades expresivas en la figura humana que ningún otro artista posterior a Rubens.
   Pocos de sus descubrimientos fueron aceptables para el criterio artístico predominante en su época, pero a Rodin nunca le sedujo el favor del público. Pudo haber explotado fácilmente el filón de su famoso Pensador, esculpido en 1880, y que originalmente intentó ser un retrato simbólico de Dante cavilando en todas sus creaciones; pero Rodin prefirió seguir escrupulosamente los dictados de su propia conciencia, con el resultado de que la mayoría de sus mejores piezas escultóricas suscitaron críticas acerbas.
   El grupo Los burgueses de Calais fue la excepción.  Fácil de comprender por todos, el elemento dramático es intrínseco, no añadido; la actitud de cada uno de esos burgueses expresa en forma escultórica los sentimientos del hombre común. En un momento de clarividencia, Rodin pidió que colocaran la obra a ras de tierra en la plaza principal de Calais, para que esos personajes parecieran todavía ser parte del pueblo que circula en torno de ellos, y así podría vivir la heroicidad de aquel acto.
   La otra gran obra monumental de Rodin fue su Balzac, que en vida del escultor no cosechó ningún aplauso. Se la encargó en 1892 la Sociedad de Gente de Letras. Debía estar terminada en 1894, y se había pensado colocarla en el centro del Palais-Royal, en honor del célebre novelista francés.
   Rodin consideró la tarea excepcionalmente difícil. En todas sus composiciones anteriores utilizó modelos vivos, pero Balzac había muerto hacía más de 40 años. Era rechoncho, de talla corta, y su aspecto distaba mucho de ser heroico. Sin embargo, el escultor tenía que esculpir una figura dominante de 2,75 metros de altura. Aquello pondría a prueba su doctrina de la verosimilitud en el arte.
   Modeló siete estatuas grandes del novelista desnudo y las colocó en círculo en su taller para estudiarlas detenidamente. Todas ellas plasman con veracidad la figura de Balzac. Pero los individuos de la Sociedad no las habrían aceptado si les hubiera permitido visitar el taller, lo cual no ocurrió, y en 1894, al vencer el plazo de los dos años, varios literatos acusaron a Rodin de no haber hecho nada, y lo tildaron de charlatán y estafador. El artista siguió observando varios años más los siete modelos desnudos, y finalmente decidió cubrir cada uno con un vaciado en forma de ropaje para que sugiriera una bata. Luego eligió una de las estatuas y la envió al Salón de 1898. Fundado en París en el siglo XVII, el Salón constituía la exposición pictórica y escultórica de mayor prestigio de aquel tiempo. Los jueces que lo visitaban, conservadores e intolerantes con las ideas nuevas, tenían el poder de consagrar o hundir a los artistas.
   La impresión que causó la obra superó las mayores esperanzas de sus enemigos. Ante tan extraordinaria aparición no se esforzaron mucho para convencer a la Sociedad y a la mayoría del público de que Rodin estaba loco y de paso había insultado a Francia. La Sociedad se negó a aceptar la estatua. Mientras en el Salón, los visitantes que se aglomeraron alrededor de la base de la figura expresaban una opinión unánime sobre un detalle: la actitud era imposible, y no se podía concebir un cuerpo debajo de esos ropajes. Rodin sabía que un martillazo dejaría visible el cuerpo, pero optó por retirar la estatua del Salón y la colocó en el jardín de su casa de Meudon. “Si la verdad ha de morir”, declaró, “mi Balzac será destruido por las generaciones futuras. Si la verdad es imperecedera, predigo que mi obra será reconocida. Representaba la labor de toda mi vida y el eje de mi estética. Fue un paso radical en mi evolución; he forjado un eslabón entre las grandes y perdidas tradiciones del pasado y mi época, y este eslabón se reforzará cada día”.
   En mi opinión, el Balzac representa exactamente lo que de él dijo su autor. Después de todas sus tentativas en otros estilos, logró hacer algo completamente suyo, que sin embargo parece surgir del corazón de la tradición escultórica universal. Es al mismo tiempo la más moderna obra de Rodin, en el sentido de que la imitación de las apariencias está subordinada del todo a la idea puramente escultórica.
   Con todo, hay una ironía trágica en la declaración de Rodin, pues ésta implicaba que el Balzac iniciaría una nueva etapa en su desarrollo artístico. En realidad fue su última gran creación. Después hizo algunas piezas menores muy hermosas, pero algún muelle principal de la maquinaria creadora del escultor parecía haberse roto, pienso, debido a una tragedia de su vida que entonces afligió.
   En su juventud Rodin vivió con una mujer bravía y casi analfabeta, Rose Beuret. Ella le ayudaba a hacer moldes y a vaciar estatuas, y también le servía a la mesa. El escultor le era infiel continuamente. En 1887 se enamoró perdidamente de una de sus discípulas, Camille Claudel, hermana del poeta. Durante diez años ésta toleró a regañadientes el papel que desempeñaba Madame Rose en la vida del artista, pero en 1897 le pidió que abandonara a Rose y se casara con ella. Él se negó, y Camille Claudel perdió la razón.
   La ruina de aquel gran amor arrojó a Rodin a una serie de aventuras degradantes. Fue víctima de una norteamericana que se hacía llamar la duquesa de Choiseul, que le obligaba a ponerse levita y sombrero de copa de seda, y lo exhibía por toda Europa en carruaje negro abierto, como si fuese un oso de circo. Los amigos del escultor lograron finalmente persuadirle de que se librara de la horrible duquesa, pero sólo para que llegaran a su puerta nuevas rondas de mujeres parásitas. Por último, 1917, en los meses finales de su vida, lo convencieron de que se casara con Madame Rose. Por desgracia, ya entonces tanto él como ella estaban seniles, y apenas tuvieron conciencia de lo que realmente sucedía en la ceremonia.

   Tan triste historia explica la ausencia de grandes obras en los últimos años de Rodin. También nos revela algo sobre el empañamiento de su fama después de su muerte: los críticos que escribieron entonces acerca de él no podían ser imparciales, porque lo recordaban  como un fantoche de levita, impaciente, arbitrario, que aceptaba vanidosamente la más torpe adulación. El modelador magistral, el enamorado de lo visible, había sido eclipsado por el filósofo de pacotilla. Sin embargo, al recordar Los burgueses de Calais y el Balzac, comprende uno que la gloriosa tradición romántica tuvo un ocaso digno de ella.

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