En la época en que estuvo al frente de la Orquesta Sinfónica de la NBC
fue calificado como el mejor director contemporáneo, “quizá de todos lo tiempos”,
añadió un entusiasta locutor radiofónico antes de la transmisión de un
concierto.
Estados Unidos encontró en Toscanini un producto que podía vender con la
garantía del fabricante: Lo mejor. No acepte imitaciones.
En un proyecto industrial, la calidad se alcanza eliminando los fallos:
este coche no se calará, tal desodorante no lo abandonará… Por el contrario, en
el arte se abren posibilidades: esta sinfonía de Mahler puede acabar en
tragedia, un cuadro de Goya puede inquietarle o una película de Hitchcok le hará
sudar frío.
Las grabaciones de Toscanini se venden porque en ellas se suprimen las
imperfecciones: ¡No más orquestas en baja forma! ¡Diga adiós al “tempo”
fluctuante! ¡Acicale a Beethoven como se merece! No tiene más que escuchar y
percibir la calidad: esos acordes tan equilibrados, un golpe limpio. Ese ritmo
sin tregua, como un metrónomo, nunca falla. Este Arturo y su banda dan sopas
con ondas a las orquestas europeas tocando las mismas sinfonías.
El mayor talento de Toscanini es el haber adquirido tal disciplina y
precisión en el ejercicio de su autoridad. Se creó una reputación en el Opera
House, donde las apuestas suelen ser a favor del fracaso: si no es la misma
magnitud y ambición del trabajo lo que hace que el espectáculo naufrague, lo
hará el choque de personalidades dominantes.
Toscanini consiguió poner a cada uno en su sitio. Tenía setenta años
cuando se creó para él la Orquesta Sinfónica de NBC. Como si temiese que la
edad le hubiese endulzado el carácter, se acercó a la música con la furia de un
zelote. Sus berrinches durante los ensayos se hicieron célebres cuando afinaba
la orquesta, hasta que cada imprecision de los músicos era subsanada, y la música
salía poderosa, como de un martillo mecánico.
Para llegar a la sincronizacion total borró las diferencias que hacen
que el sonido de un instrumento de cuerda se desarrolle más tarde que el de una
trompeta o un clarinete; esas sutilezas hacen que una orquesta respire como un
organismo vivo, en vez de resoplar y traquetear como una máquina.
Su forma de hacer música se distingue por una claridad de pensamiento y
ejecución inigualables. El fraseo y el equilibrio son agudísimos, y la
conduccion rítmica inconfundible.
La fidelidad de Toscanini a la partitura, aunque no era absoluta, sí que
era muy notable para su época. Las bruscas acotaciones y la disciplina obsesiva
de las interpretaciones de Toscanini se abrieron camino a través de los
silbidos y crepitaciones de las emisiones de radio anteriores a la FM, los
discos de laca de 78 rpm y los primeros de vinilo mejor que las de sus rivales.
Esto demuestra que luchó por nuevos patrones de precisión orquestal. Tenía la técnica
y la fuerza de voluntad suficiente para alcanzar sus objetivos. Pero sus
grabaciones son muy duras, muy tensas y tan flexible como las máquinas que las
imprimían. Arturo Toscanini no fue el director más grande de todos los tiempos.
AUDIOCLÁSICA / Noviembre 1996
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