viernes, 10 de mayo de 2013

ARTURO TOSCANINI


En la época en que estuvo al frente de la Orquesta Sinfónica de la NBC fue calificado como el mejor director contemporáneo, “quizá de todos lo tiempos”, añadió un entusiasta locutor radiofónico antes de la transmisión de un concierto.
Estados Unidos encontró en Toscanini un producto que podía vender con la garantía del fabricante: Lo mejor. No acepte imitaciones.
En un proyecto industrial, la calidad se alcanza eliminando los fallos: este coche no se calará, tal desodorante no lo abandonará… Por el contrario, en el arte se abren posibilidades: esta sinfonía de Mahler puede acabar en tragedia, un cuadro de Goya puede inquietarle o una película de Hitchcok le hará sudar frío.
Las grabaciones de Toscanini se venden porque en ellas se suprimen las imperfecciones: ¡No más orquestas en baja forma! ¡Diga adiós al “tempo” fluctuante! ¡Acicale a Beethoven como se merece! No tiene más que escuchar y percibir la calidad: esos acordes tan equilibrados, un golpe limpio. Ese ritmo sin tregua, como un metrónomo, nunca falla. Este Arturo y su banda dan sopas con ondas a las orquestas europeas tocando las mismas sinfonías.
El mayor talento de Toscanini es el haber adquirido tal disciplina y precisión en el ejercicio de su autoridad. Se creó una reputación en el Opera House, donde las apuestas suelen ser a favor del fracaso: si no es la misma magnitud y ambición del trabajo lo que hace que el espectáculo naufrague, lo hará el choque de personalidades dominantes.
Toscanini consiguió poner a cada uno en su sitio. Tenía setenta años cuando se creó para él la Orquesta Sinfónica de NBC. Como si temiese que la edad le hubiese endulzado el carácter, se acercó a la música con la furia de un zelote. Sus berrinches durante los ensayos se hicieron célebres cuando afinaba la orquesta, hasta que cada imprecision de los músicos era subsanada, y la música salía poderosa, como de un martillo mecánico.
Para llegar a la sincronizacion total borró las diferencias que hacen que el sonido de un instrumento de cuerda se desarrolle más tarde que el de una trompeta o un clarinete; esas sutilezas hacen que una orquesta respire como un organismo vivo, en vez de resoplar y traquetear como una máquina.
Su forma de hacer música se distingue por una claridad de pensamiento y ejecución inigualables. El fraseo y el equilibrio son agudísimos, y la conduccion rítmica inconfundible.
La fidelidad de Toscanini a la partitura, aunque no era absoluta, sí que era muy notable para su época. Las bruscas acotaciones y la disciplina obsesiva de las interpretaciones de Toscanini se abrieron camino a través de los silbidos y crepitaciones de las emisiones de radio anteriores a la FM, los discos de laca de 78 rpm y los primeros de vinilo mejor que las de sus rivales. Esto demuestra que luchó por nuevos patrones de precisión orquestal. Tenía la técnica y la fuerza de voluntad suficiente para alcanzar sus objetivos. Pero sus grabaciones son muy duras, muy tensas y tan flexible como las máquinas que las imprimían. Arturo Toscanini no fue el director más grande de todos los tiempos.
AUDIOCLÁSICA / Noviembre  1996

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