miércoles, 15 de mayo de 2013

PALLADIO, EL MOZART DE LA ARQUITECTURA / Janet GRAHAM


Inspirado en las formas clásicas de la antigua Roma, este ex cantero diseñó algunos de los edificios más elegantes e imitados del mundo.

BAJO el abrazador sol  romano, un hombrecito, acuclillado en las ruinas del Foro, medía, dibujaba la gigantesca columna de un templo.  Era Andrea Palladio, tallador de piedra del siglo XVI convertido en arquitecto. Natural de Vicenza, ciudad del norte de Italia, reproducía con gran cuidado las características de varios monumentos magníficos de la antigüedad. Trabajaba febrilmente, pues poco antes los nuevos vándalos habían destruido parcialmente aquel templo y sus bellezas se habían perdido.
   Sus laboriosos dibujos de los edificios romanos eran de una exactitud impecable y, junto con sus soberbios diseños originales, más livianos y aéreos, pero inspirados en los cánones clásicos, conquistarían fama mundial. Su gran obra Los cuatro libros de la arquitectura, publicada en 1570, contribuyó a convertir a su autor en el arquitecto más imitado de todos los tiempos. Su influencia fue grande en Inglaterra durante los reinados de los cuatro primeros Jorges (de 1714 a 1830; así como en la  época colonial de Estados Unidos, y proyectó una elegante sombra sobre toda Europa, desde San Petersburgo (ahora Leningrado) hasta Portugal. Traducido a casi todos los idiomas europeos, este tratado se ha reimpreso hasta en los tiempos modernos.
   Aunque la armonía y la gracia de sus creaciones valieron a Palladio ser llamado “el Mozart de la arquitectura”, sus comienzos fueron muy humildes. Nació en Padua el 30 de noviembre de 1508, día de san Andrés y por eso lo bautizaron Andrea. Hijo de un pobre molinero, a los 13 años entró de aprendiz de un cantero excesivamente estricto. Después huyó del taller y a los 16 se estableció en Vicenza. Allí, un maestro bondadoso le empleó para esculpir decoraciones en zaguanes, altares y lápidas sepulcrales.
   Un día lo llevaron a trabajar a una casa de campo propiedad del conde Giangiorgio Trissino, aristócrata aficionado al arte. Según la leyenda, éste encontraba dificultades para instalar una nueva escalera en su villa. El confiado obrero, que entonces tenía 20 años, sugirió algo fuera de lo común : una gradería de caracol ingeniosamente dispuesta. El conde supo apreciar la originalidad de Andrea ; interesado por él, decidió darle albergue y educación. Pronto se impresionó tanto por el talento del joven que le apodó “Palladio”, en recuerdo de Palas Atenea, diosa griega de la sabiduría y de las artes.
   De aspecto vivaz y ojos brillantes, Palladio poseía atractiva personalidad. En 1534 contrajo matrimonio con la hija  de un carpintero, que le dio cuatro varones y una niña. A menudo enviaba a su mujer, junto con los muchachos, a cobrar el dinero que le debían sus clientes, pues no obstante su creciente popularidad seguía en la pobreza. En los años de 1560 a 1569 tenía más encargos de los que podría realizar, pero debió solicitar a un asilo para niños menesterosos que aceptara a Silla, su hijo menor. Un amigo afectuoso hablaba de él como del “pobre tío Andrea, que gasta cuanto gana”.
   Uno de los primeros clientes de Palladio fue el Consejo de los Ciento, parlamento de Vicenza, entonces ciudad de 20.000 habitantes que pertenecía a la República de Venecia. El Consejo se reunía en un edificio gótico cuyos pórticos de dos pisos se habían derrumbado poco después de terminados, e invitó a los arquitectos más célebres del norte de Italia a presentar proyectos para reconstruirlos, pero ninguno satisfizo a los diputados. Desilusionados, se dirigieron al artífice local, el desconocido cantero que hasta entonces sólo había diseñado tres villas de modestas proporciones.
   En tres ocasiones Trissino había llevado a Palladio a Roma, y en la Ciudad Eterna el joven arquitecto se sintió cautivado por las glorias de la arquitectura clásica. En marzo de 1546, a raíz de su segundo viaje, Palladio respondió a la petición del Consejo con el proyecto de un edificio que luego se conocería como la Basílica de Vicenza. Entusiasmado por las espléndidas fachadas que había visto, diseñó dos pisos con pórticos de piedra blanca, de arcos de medio punto separados por columnas jónicas que rodearían al viejo edificio, creando un exterior de admirable armonía. La fachada incluía una serie de altos arcos centrales flanqueados por pequeñas aberturas rectangulares. Los arquitectos conocen desde entonces esta disposición, copiada incesantemente, como el “motivo de Palladio”.
   El plan fue aceptado, pero el autor nunca vio su basílica terminada, pues faltaron fondos y la construcción tardó 65 años en acabarse. Desde 1614 la gran fachada se eleva majestuosa en el corazón de la plaza principal de Vicenza. A su lado, una estatua del arquitecto abarca con mirada benevolente los puestos de los mercaderes, las mesas de los cafés y la multitud de turistas.
   En cuanto obtuvo el encargo de la basílica, Palladio recibió otros muchos, tanto del gobierno como de particulares. Los aristócratas de Vicenza deseaban construir villas de veraneo en sus campos, pero no les bastaba con simples granjas, pues eran hombres cultos y requerían bibliotecas además de graneros. En Palladio hallaron el arquitecto ideal, en el que se hermanaban un sano sentido común y un clasicismo elegante. Sobre todo, subrayaba la necesidad de utilizar proporciones exactas, y relacionaba artísticamente cada habitación y cada detalle con la simetría del conjunto. Palladio estaba convencido de que las leyes de la proporción arquitectónica son tan exactas como las de la armonía musical y, al igual que la música, muy propias para elevar el ánimo y calmar al espíritu conturbado. Edificaba cada casa campestre con el propósito de que “en ella la mente, fatigada por la agitación de la ciudad, se restaure y conforte”.
   La mayoría de las villas que construyó tienen la característica “fachada de templo”, que actualmente vemos reproducida en incontables edificios públicos. En las viviendas, la sala de estar, el comedor y los dormitorios se encuentran generalmente en el piso principal, algo elevado para permitir gozar con la vista del paisaje circundante. Abajo, el sótano hace las veces de bodega, mientras el desván se destina a guardar heno y cereales. Las fachadas están a menudo embellecidas por escalinatas exteriores que ostentan variados motivos decorativos.
   Tanto las villas como las granjas que las acompañan fueron diseñadas para formar un conjunto unificado. De muchas de esas casas parten peristilos, como brazos que las unen con los establos, los graneros y las viviendas de los labradores. Palladio deseaba que la villa pareciera internarse en la campiña para dar la bienvenida al visitante. Nikolaus Pevsner, historiador del arte, escribe : “Allí, por primera vez en la arquitectura occidental, los paisajes y los edificios se concibieron como elementos interdependientes”.
   La más encantadora villa de Palladio es la de Maser, cerca de Treviso. El arquitecto la construyó para su amigo Daniele Barbaro. Es una joya del Renacimiento, ricamente decorada, pero aun en ella es posible admirar su visión práctica de campesino. Las salas elevadas miran hacia una gruta ornamental sombreada de cipreses, un estanque y una fuente. Palladio dirigió el agua de esta fuente hacia la cocina; de allí, a dos estanques para criar peces, donde también abrevaban otros animales, y finalmente la distribuyó por el huerto, para regarlo.
   En los alrededores de Vicenza erigió Palladio la llamada Villa Rotonda, para un monseñor jubilado. No la destinó a residencia, sino a pabellón de fiestas. La Rotonda es un bloque cuadrado con un domo de escasa elevación y cuatro pórticos idénticos. Desde cada uno de ellos se admira un hermoso panorama y hay elegantes escalinatas en todos los costados. Terminada en 1555, su diseño fue adaptado más tarde en toda Europa, incluso en Italia, Francia, Polonia y Suecia. En Inglaterra hubo por lo menos cuatro versiones, entre ellas el castillo de Mereworth, que hace poco logró fama porque allí se filmó la película Casino Royale, de James Bond.
   En 1570 Palladio fue nombrado arquitecto asesor de la República de Venecia. Se trasladó allí con su familia para inspeccionar obras públicas, organizar la restauración del palacio de los Duces, dañado por un incendio, y para edificar grandes monasterios e iglesias. Los turistas concuerdan en que cumplió muy bien su misión cuando se detienen cerca de la plaza de San Marcos y ven la fachada de piedra blanca de San Giorgio el Mayor levantarse luminosa en su isla.
   Pero la vida de Palladio se vio pronto oscurecida por una desgracia familiar. Dos de sus hijos murieron, y el arquitecto se entristeció tanto que comenzó a llevar una existencia recluída. A principios de 1580 regresó a Vicenza. Algo más tarde comenzó a trabajar allí en la última gran obra que le fue confiada: un teatro de madera. Pero el anciano no logró concluirlo, pues murió en agosto de ese año, a la edad de 71 años, y toda la República de Venecia estuvo de luto. El Teatro Olímpico fue completado por Scamozzi, uno de sus discípulos; es el más antiguo de los techados que existen actualmente, y aún se dan en él representaciones de óperas y dramas clásicos.
   Muerto Palladio, la arquitectura italiana se apartó cada vez más de su sereno clasicismo y adoptó la exuberancia del barroco. Pero la influencia del artista perduró en el resto de Europa. A principios del siglo XVII el gran arquitecto inglés Íñigo Jones visitó los edificios de Palladio y, entusiasmado con ellos, regresó a Londres para construir en Whitehall la Casa de los Banquetes, que fue la primera obra neoclásica inglesa.
   Un siglo después lord Burlington, arquitecto autodidacto, logró adquirir durante un viaje a Italia una rica colección de bocetos originales de Palladio. Contribuyó a publicar muchos de ellos, y su entusiasmo por este artista cundió por toda Inglaterra. Banister Fletcher, historiador de la arquitectura, afirmó : “Con Burlington, el paladionismo entró en la corriente arquitectónica inglesa”. Mientras, el movimiento se propagaba por toda Europa. Los monumentos inspirados en Palladio abarcan el Mauritshuis de La Haya, el Riddarhus de Estocolmo, el palacio Czernin de Praga, el castillo de La Vacherie en Normandía, y el Tsarskoe Selo (hoy llamado Pushkino), cerca de Leningrado. Los diseños de Palladio fueron también utilizados ávidamente por los plantadores del sur de Estados Unidos. En 1850 dos continentes poseían mansiones neoclásicas, y nuestro siglo también erige notables edificios en ese estilo, entre los cuales destaca la Galería Nacional de Bellas Artes de Washington, D. C.  Y de las treinta y tantas construcciones originales de Palladio, en Venecia y Vicenza, o cerca de ellas, unas 25 aún están en pie.
   El Mozart de la arquitectura edificó para todos los climas y para todas las edades; nunca pasa de moda. Anhelaba que sus creaciones “den una suave impresión de armonía a quienes las contemplen”. En un mundo donde reina la confusión visual, Palladio nos ofrece orden, equilibrio y serenidad. Pocos hombres han alterado tan profundamente el gusto y el ambiente de las generaciones que les sucedieron.

No hay comentarios:

Publicar un comentario