El Tema más
apasionante del mundo actual toma aquí la palabra para brindarnos sorprendentes
comentarios.
Pregunta: ¿Qué opina de la atención que todos prestan a usted en estos
tiempos?
Respuesta: No me molesta en absoluto. Más vale que se hable de uno
y no que lo pasen por alto. Sin embargo, me agradaría mucho más que la gente,
al hablar de mí, supiera lo que dice. ¿Por qué se figura usted que he accedido
a esta entrevista, después de tantos siglos? Porque conviene aclarar las
innumerables tergiversaciones que circulan en torno de mí.
P. Perfecto. Así pues, ¿cómo se definiría
usted a sí mismo? ¿Qué es usted, exactamente?
R. Soy el instinto sexual. En esencia, un
apetito natural, como el hambre o la sed. Si la gente no tuviera instinto
sexual, no sabría cómo reproducirse y la raza humana se extinguiría.
P. Me es difícil considerar al instinto
sexual como un simple apetito. ¿Y el exquisito placer que la gente obtiene de
usted?
R. El placer es el medio de que la Naturaleza se vale para que la
gente siga el instinto. Porque no hay que olvidar que eso de tener y criar un
hijo bien puede ser una carga abrumadora.
P. ¿Y qué me dice del misterio, la fantasía
y el amor? Por lo que usted me cuenta, el amor no tiene que ver con el instinto
sexual.
R. Así es.
P. ¿Pero es que no son lo mismo? ¿No van
juntos?
R. Van juntos, sí, pero no son lo mismo. El
instinto sexual, que es algo puramente orgánico, se puede demostrar,
clasificar, medir, reconocer y exhibir en propaganda, como los dentífricos.
Pero el amor, que es un estado anímico, es más difícil de precisar.
P. Bien, si el amor y el instinto sexual son diferentes, ¿cómo es que la gente dice a menudo que “ama”, cuando lo que quiere decir es que “satisface su instinto”?
R. En parte, supongo, porque la gente está
sinceramente equivocada. Es tan frecuente que el amor y el instinto sexual
vayan juntos, que es natural que la gente tome al uno por el otro. La verdad es
que el instinto sexual, el apetito carnal, es una necesidad biológica que
despierta por el efecto de unas hormonas producidas por las glándulas. La
persona que sólo se excita sexualmente, únicamente busca su propia
satisfacción. Una vez satisfecha, quizá ni siquiera desee permanecer al lado de
quien compartió su satisfacción física. Porque en su momento culminante, el
instinto sexual dista mucho de ser melindroso.
En cambio, el amor es muy
delicado. Insiste en darse a cierta persona determinada, y no a otra
cualquiera. El instinto sexual constituye un apasionado interés por el cuerpo
de otra persona. El amor puede ser no menos apasionado, pero su interés abarca
al individuo en toda su personalidad. Podemos obligar a una persona a
satisfacer nuestro instinto, pero no a que nos ame.
P. Veo que el amor y el instinto sexual son
diferentes, pero cómo sabemos si lo que sentimos es simple deseo carnal o si es
verdadero amor?
R. No hay una contestación sencilla a su
pregunta. Una de las pruebas que determinan el verdadero carácter de nuestro
sentimiento es el tiempo. En la pasión carnal obra una especie de ritmo: un
flujo y reflujo de nuestro apetito. El apetito crece y, luego, una vez que se
ha desahogado físicamente, se siente satisfecho y el deseo se apaga.
El amor, sin embargo, e muy
diferente. El amor es un sentimiento profundo y constante por otra persona. El
tiempo no importa aquí. Lo más notable es que la dicha de la persona amada
llega a ser tan importante para nosotros como la propia o aun más. La persona
que nos ama desea sobre todo que seamos dichosos eternamente.
Lo importante es que el amor implica
una gran dosis de fe; fe, porque nos coloca en situación vulnerable y nos
expone a sufrir un desencanto. Amamos a una persona por lo que es, no por lo
que hace o deja de hacer para demostrarnos que nos ama. Quien ama no impone
condiciones ni exige nada, salvo las que nos imponemos y lo que nos exigimos a
nosotros mismos.
P. ¿Sabe usted que esta conversación me
parece curiosísima? Aquí estoy, cara a cara con el instinto sexual, y hemos
hablado del amor más que de nada. Hablemos de usted. ¿Acaso el instinto sexual
resulta más satisfactorio en ciertas condiciones que en otras?
R. Sin duda. Claro está que cada persona es un
individuo, y sus gustos y reacciones difieren según los caracteres. Pero
existen ciertas reglas generales, como la que se refiere a la intimidad. El
instinto sexual es algo muy personal y privado. En mi opinión, si hubiera
probabilidades de que las descubrieran y observaran, para la mayoría de las
personas el acto sexual nada tendría de atractivo.
P. Lo comprendo. ¿Y qué más?
R. A mi modo de ver, el interés puesto en el
acto carnal sigue en importancia a su carácter íntimo. Cuanto más llaneza e
irreflexión haya en él, menos satisfacción nos proporcionará. El impulso que
nos lleva a consumar el acto sexual se origina en las glándulas, pero la
capacidad para gozar de él está gobernada por el cerebro y las emociones. Si el
acto mismo no tiene un sentido de satisfacción, se convierte en algo puramente
mecánico y el placer que podría proporcionarnos desaparece.
P. Según eso, el contacto carnal con una
persona desconocida o con alguien a quien no se le tiene especial cariño,
¿podría dejar que desear?
R. Créame usted, el amor es lo único que
realmente comunica al acto sexual un sentimiento de satisfacción. Si uno se
entrega a la simple sensación física, tal vez obtenga del acto una impresión
fugaz y en cierto modo superficial. Pero la satisfacción que se experimenta
dura tanto y resulta tan honda como la emoción que nos proporciona subir a la
montaña rusa. Mucho me desagrada tener que expresarme de mí mismo en estos
términos, pero le diré que, aunque sea eso, es preferible a algunos usos
siniestros que se dan al instinto sexual.
P. ¿A qué se refiere usted?
R. Al uso que se hace del instinto sexual como
medio para alcanzar otros fines. Para conseguir el poder, por ejemplo,
dominando con él a otra persona; para evitar la reprobación de algún grupo o
ganarse la aprobación de cierta gente; para forzar a alguien al matrimonio;
para castigar a alguna persona o castigarnos a nosotros mismos; para sentirse
uno importante, o ya adulto, o todavía joven. Todas estas y otras más son
aplicaciones bastante condenables para valerme una mala reputación.
P. Hace un momento decía usted que le tiene
muy descontento la forma en que la gente habla y escribe de usted.
R. En efecto. Siempre me he considerado como
algo fundamental, a la vez que fundamentalmente honorable. Y ahora, de repente,
al parecer me encuentro rodeado de un ejército de pretendidos propagandistas
míos que no vacilan en atribuirme virtudes que estoy muy lejos de poseer, ni en
hacer en mi nombre promesas que me es absolutamente imposible cumplir. El instinto sexual ya no
es tal instinto y nada más. Se le ha dado de pronto el carácter de libertad, de
realización, de expresión del yo.
P. Aparte de la molestia que le causa en lo
personal, ¿cree usted que eso haga daño realmente?
R. Por supuesto que hace daño. Ocupa el sitio
que corresponde al amor. Empuja a la gente a perseguir desordenadamente fines
bastardos. La expone a sufrir desilusiones, como haría quien empezara a
distribuir mapas de tesoros ocultos que en realidad no existen. Impide a la
humanidad fijar la atención en la busca de un fin para el cual vivir o de una
esperanza que alimentar. Y el peor de todos los males que puede acarrear es que
despoja a la juventud de su derecho natural y de su misión en la vida.
P. ¿De su derecho natural? ¿De su misión?
Temo no entenderlo.
R. El derecho natural de la juventud es la
libertad. Y su misión es ahora la misma que ha sido siempre: perfeccionar el
pasado, forjar un mundo mejor que el legado a ellos por sus padres.
La juventud podría acariciar
un sueño: un sueño verdaderamente revolucionario, que sacudiría a toda esa
gente para quien sucedió ayer todo lo bueno. La juventud podría demostrar a
todos, algún día lo que significa amar realmente.
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