martes, 1 de diciembre de 2015

COMPOSITORES PERUANOS DEL SIGLO XX / Luis Antonio MEZA


Alfonso de Silva,  Carlos Sánchez Málaga,
F. Ibáñez,  Daniel Alomías Robles,
Teodoro Valcárcel,  Ernesto López Mindreau.

   Por primera vez en el siglo XX aparecen en el Perú generaciones de músicos que miran lo suyo desprovistos de prejuicios y premunidos de cierto exagerado, pero comprensible, celo nacionalista. En rápida síntesis les toca desempeñar el papel equivalente a todo un siglo de tradición romántica europea y el de aquella búsqueda de lo nativo y popular como motivo de inspiración artística que tanto impulso cobró en el viejo continente en las décadas entre ambas centurias; síntesis evidentemente necesaria pero sin duda apresurada, y en muchos casos carente de una solidez técnica que la respaldara, la que representaron esos compositores, de los que cabe mencionar a Carlos Sánchez Málaga, fundador del Conservatorio Nacional en 1946; a Roberto Carpio Valdez, músico de inspiración; a Luis Pacheco de Céspedes que se dedicó principalmente a la estilización de motivos populares con miras a un dudoso Ballet Peruano neoclasicista.

   Un fenómeno aislado, curioso y bastante triste, en cuanto implicó frustración fue el de Alfonso de Silva, artista de talento singular, eminente cultor de la pequeña forma y del intimismo, cuya encarnación demasiado convincente y convencida de un romanticismo trasnochado, le llevó a una muerte prematura. Teodoro Valcárcel, músico de relativa formación europea dio impulso a una especie de indigenismo musical que no alcanzó los vuelos de su equivalente plástico en el ámbito nacional. También cabe mencionarse a Daniel Alomías Robles cuya tarea de recopilación melódica en el área centro andina ha sido particularmente valiosa.

   Caso aparte representan el belga Andrés Saas, y el alemán Rodolfo Holzmann, ambos peruanos por adopción. Músicos de la mejor formación europea, compositores e investigadores ambos, su presencia en la escena musical peruana ha sido decisiva en cuanto a la formación y orientación de las generaciones posteriores. Casi no puede mencionarse músico peruano, destacado en la segunda mitad del siglo, que no haya pasado por el taller severo y luminoso de uno u otro de estos maestros, sino de ambos, cual es el caso de este hablante. Inapreciable tarea didascálica que enunciamos con gratitud y sin desmedro de su menos valiosa labor creadora.

La generación del ‘50
   La generación de postguerra – segunda guerra mundial se entiende – nos enfrenta a unos músicos pujantes de renovación y generalmente provistos de la adecuada solvencia técnica, formados principalmente bajo la tutela de Saas y/o Holzmann como ya anotamos, y en muchos casos con estudios de perfeccionamiento en centros europeos o norteamericanos.  Esta generación un tanto iconoclasta, tuvo la primera tareas de romper con el anquilosamiento de un nacionalismo pintoresquista y un romanticismo trasnochado y perviviente; la segunda mano y su segunda tarea, de la cual salió igualmente airosa, fue la de imponer las tendencias musicales llamadas entonces modernas; o sea, desde un postdeslucismo (máxima audacia tolerada por entonces) hasta las consecuencias últimas de Stravinsky, Bartók o Schoenberg. Entre sus exponentes cabe mencionar a Enrique Iturriaga, creador músico particularmente dotado, aunque últimamente está siendo absorbido por la docencia; Celso Garrido Lecca, que radicó muchos años en Chile y goza de gran prestigio internacional; José Malsio quien como como pocos ha tenido la ventaja de su amplia formación, y como los dos anteriores fue director del Conservatorio Nacional de Música; Rosa Alarco, muy fina arreglista de motivos populares, etc. En su mayoría estos músicos han gozado de premios, becas, viajes, amén de las ventajas menores, pero nada más despreciables como libros, discos, cintas magnetofónicas, etc. de que no disfrutaron sus predecesores.

  En mayor grado aún, tales beneficios recayeron sobre la llamada generación del 50, a la cual pertenezco, muy próxima temporalmente a la anterior pero totalmente diferente en cuanto a problemática y procedimiento. Por lo pronto los músicos que la integraron son casi todos de mucha menor edad y sus planteamientos estéticos fueron definidos claramente, desde el principio y con toda libertad, como de la más absoluta lealtad a la época, lo que les permitió sin tapujos de ninguna clase, afrontar la tarea creatriz con plena convicción y abundancia de recursos.

   Debo mencionar, entre sus integrantes a Enrique Pinilla, compositor prolífico, a Edgar Valcárcel, igualmente fértil y de vasto prestigio internacional; a Olga Pozzi Scott, quien no obstante  su condición femenina ha hecho una notable carrera de compositora siendo profesora del Conservatorio de Boston; a César Bolaños, que después de estudios en el Instituto Superior Torcuato de Tela de Buenos Aires, parece haber sido ganado definitivamente por las causas electrónicas; a Francisco Pulgar Vidal, compositor algo más ecléctico en procedimientos e igualmente bien dotado en cuanto a inspiración, etc. Cabe hacer notar que en los últimos años varios de estos músicos han abandonado las técnicas atonales y dodecafónicas por procedimientos más de vanguardia como los aleatorios, los electrónicos y aún los ruidajes concretos.  Hay que hacer notar, empero, que en cuanto a las técnicas mecánicas electrónicas no pueden ser cultivadas directamente en el país por carencia de los laboratorios adecuados.

   Desde luego, que el panorama compositivo peruano no acaba, no podría acabar allí. Una nueva generación de músicos, general y felizmente preconizadora de la más decisiva vanguardia ha logrado ya interesantes realizaciones en tarea tan bella como ardua. Varios de ellos están dispersos por el mundo, otros, sin moverse del pupitre, sufren todos los vaivenes y desconciertos propios de una época en que los efímeros postulantes estéticos se suceden y contradicen inagotables.

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