Alfonso de Silva, Carlos Sánchez Málaga,
F. Ibáñez, Daniel Alomías Robles,
Teodoro Valcárcel, Ernesto López Mindreau.
Por primera
vez en el siglo XX aparecen en el Perú generaciones de músicos que miran lo
suyo desprovistos de prejuicios y premunidos de cierto exagerado, pero
comprensible, celo nacionalista. En rápida síntesis les toca desempeñar el
papel equivalente a todo un siglo de tradición romántica europea y el de
aquella búsqueda de lo nativo y popular como motivo de inspiración artística
que tanto impulso cobró en el viejo continente en las décadas entre ambas
centurias; síntesis evidentemente necesaria pero sin duda apresurada, y en
muchos casos carente de una solidez técnica que la respaldara, la que
representaron esos compositores, de los que cabe mencionar a Carlos Sánchez Málaga, fundador del Conservatorio
Nacional en 1946; a Roberto Carpio
Valdez, músico de inspiración; a Luis
Pacheco de Céspedes que se dedicó principalmente a la estilización de
motivos populares con miras a un dudoso Ballet Peruano neoclasicista.
Un fenómeno aislado, curioso y bastante
triste, en cuanto implicó frustración fue el de Alfonso de Silva, artista de talento singular, eminente cultor de
la pequeña forma y del intimismo, cuya encarnación demasiado convincente y
convencida de un romanticismo trasnochado, le llevó a una muerte prematura. Teodoro Valcárcel, músico de relativa
formación europea dio impulso a una especie de indigenismo musical que no
alcanzó los vuelos de su equivalente plástico en el ámbito nacional. También
cabe mencionarse a Daniel Alomías Robles
cuya tarea de recopilación melódica en el área centro andina ha sido particularmente
valiosa.
Caso aparte representan el belga Andrés Saas, y el alemán Rodolfo Holzmann, ambos peruanos por
adopción. Músicos de la mejor formación europea, compositores e investigadores
ambos, su presencia en la escena musical peruana ha sido decisiva en cuanto a
la formación y orientación de las generaciones posteriores. Casi no puede
mencionarse músico peruano, destacado en la segunda mitad del siglo, que no
haya pasado por el taller severo y luminoso de uno u otro de estos maestros,
sino de ambos, cual es el caso de este hablante. Inapreciable tarea didascálica
que enunciamos con gratitud y sin desmedro de su menos valiosa labor creadora.
La generación del ‘50
La generación
de postguerra – segunda guerra mundial se entiende – nos enfrenta a unos
músicos pujantes de renovación y generalmente provistos de la adecuada
solvencia técnica, formados principalmente bajo la tutela de Saas y/o Holzmann
como ya anotamos, y en muchos casos con estudios de perfeccionamiento en
centros europeos o norteamericanos. Esta
generación un tanto iconoclasta, tuvo la primera tareas de romper con el
anquilosamiento de un nacionalismo pintoresquista y un romanticismo trasnochado
y perviviente; la segunda mano y su segunda tarea, de la cual salió igualmente
airosa, fue la de imponer las tendencias musicales llamadas entonces modernas;
o sea, desde un postdeslucismo (máxima audacia tolerada por entonces) hasta las
consecuencias últimas de Stravinsky, Bartók o Schoenberg. Entre sus exponentes
cabe mencionar a Enrique Iturriaga,
creador músico particularmente dotado, aunque últimamente está siendo absorbido
por la docencia; Celso Garrido Lecca,
que radicó muchos años en Chile y goza de gran prestigio internacional; José Malsio quien como como pocos ha
tenido la ventaja de su amplia formación, y como los dos anteriores fue
director del Conservatorio Nacional de Música; Rosa Alarco, muy fina arreglista de motivos populares, etc. En su
mayoría estos músicos han gozado de premios, becas, viajes, amén de las
ventajas menores, pero nada más despreciables como libros, discos, cintas
magnetofónicas, etc. de que no disfrutaron sus predecesores.
En mayor grado aún, tales beneficios
recayeron sobre la llamada generación del 50, a la cual pertenezco, muy próxima
temporalmente a la anterior pero totalmente diferente en cuanto a problemática
y procedimiento. Por lo pronto los músicos que la integraron son casi todos de
mucha menor edad y sus planteamientos estéticos fueron definidos claramente,
desde el principio y con toda libertad, como de la más absoluta lealtad a la
época, lo que les permitió sin tapujos de ninguna clase, afrontar la tarea
creatriz con plena convicción y abundancia de recursos.
Debo mencionar, entre sus integrantes a Enrique Pinilla, compositor prolífico,
a Edgar Valcárcel, igualmente fértil
y de vasto prestigio internacional; a Olga
Pozzi Scott, quien no obstante su
condición femenina ha hecho una notable carrera de compositora siendo
profesora del Conservatorio de Boston; a César
Bolaños, que después de estudios en el Instituto Superior Torcuato de Tela
de Buenos Aires, parece haber sido ganado definitivamente por las causas
electrónicas; a Francisco Pulgar Vidal,
compositor algo más ecléctico en procedimientos e igualmente bien dotado en
cuanto a inspiración, etc. Cabe hacer notar que en los últimos años varios de
estos músicos han abandonado las técnicas atonales y dodecafónicas por
procedimientos más de vanguardia como los aleatorios, los electrónicos y aún
los ruidajes concretos. Hay que hacer
notar, empero, que en cuanto a las técnicas mecánicas electrónicas no pueden
ser cultivadas directamente en el país por carencia de los laboratorios
adecuados.
Desde luego, que el panorama compositivo
peruano no acaba, no podría acabar allí. Una nueva generación de músicos,
general y felizmente preconizadora de la más decisiva vanguardia ha logrado ya
interesantes realizaciones en tarea tan bella como ardua. Varios de ellos están
dispersos por el mundo, otros, sin moverse del pupitre, sufren todos los
vaivenes y desconciertos propios de una época en que los efímeros postulantes
estéticos se suceden y contradicen inagotables.
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