En el artículo anterior
publicado en este espacio, el autor, tras resaltar los puntos positivos, inició
una fuerte crítica acerca de la ilusoria propuesta de la COP 21 sobre el
calentamiento global. No puede negarse la buena intención de todos, solo que
esa intención no es buena para la vida, para la humanidad y para la Casa Común:
la forma como se quiere prevenir el techo de 2ºC de calentamiento y caminar
hasta 2100 en dirección a los niveles pre-industriales que eran de 1,5ºC. Todo
esto deberá ser alcanzado sin alterar el flujo comercial y financiero del
mundo, según se deduce del lema de la Convención: “transformando nuestro mundo:
la agenda 2030 para un desarrollo sostenible”.
Aquí reside el nudo del
problema. El desarrollo que predomina en el mundo no es en modo alguno
sostenible, pues es sinónimo de puro crecimiento material ilimitado dentro de
un planeta limitado. Este es conseguido mediante la desmesurada explotación de
los bienes y servicios naturales, aunque esto implique una perversa desigualdad
social, devastación de ecosistemas, erosión de la biodiversidad, escasez de
agua potable, contaminación de los suelos, de los alimentos y de la atmósfera.
Después de decenas de años
de reflexión ecológica, parece que los negociadores y jefes de Estado no han
aprendido nada. Ellos simplemente no piensan en el destino común. Solo dan alas
a la furia productivista, mercantilista y consumista, pues esa es la corriente
dominante globalizada. Ahora bien, este es el tipo de desarrollo/crecimiento
que produce el caos de la Tierra y la depredación de la naturaleza. Los datos
científicos más serios y recientes dicen que hemos alcanzado el Earth Overshoot
Day, el día de la sobrecarga de la Tierra, es decir, el día en que la Tierra
perdió su biocapacidad de atender las demandas humanas. Si tomamos como
referencia un año, en agosto ya había gastado su depósito de abastecimientos
para el sistema-vida. ¿Cómo quedan los demás meses? Siendo así, ¿todavía tiene sentido
hablar con propiedad de desarrollo sostenible para 2030? Si el bienestar de los
países ricos fuese universalizado ―esto ha sido científicamente calculado y
está en los manuales de ecología― necesitaríamos por lo menos tres Tierras
iguales a la actual.
La COP 21 quiere curarnos
dándonos el veneno que nos está matando. No por casualidad, y esto es
vergonzoso y humillante para cualquier persona que se preocupa de la naturaleza
y la Madre Tierra, en ningún lugar del documento final, aparecen las palabras
naturaleza y Tierra. Los representantes son rehenes del paradigma científico
del siglo XVI para el cual la Tierra no pasaba de ser una cosa inerte y sin
propósito, antes un baúl de recursos colocados a nuestra disposición que la
Magna Mater. No han valido de nada las reflexiones de los grandes nombres de la
ciencia de la vida y de la Tierra, como Prigogine, de Duve, Capra, Wilson,
Maturana, Swimme, Lutzenberger, teniendo como antecesores a Heisenberg, Bohr,
Schrödinger y especialmente Lovelock, sin olvidar la encíclica del Papa
Francisco “cuidando de la Casa Común”, entre tantos otros fundadores del nuevo
paradigma. En el texto predomina la más descarada tecnocracia (dictadura de la
tecnología y de la ciencia), tan duramente criticada por el Papa en su encíclica,
como si solamente a través de ella nos vinieran las soluciones mesiánicas para
la adaptación y la mitigación de los climas. No hay ningún sentido de ética y
de llamadas a valores no materiales. Todo gira alrededor de la producción y del
desarrollo/crecimiento, en un craso materialismo.
Según el nuevo paradigma,
basado en una visión de la cosmogénesis que ya dura desde hace por lo menos
13,7 millones de años, vemos a todos los seres inter-retro-relacionados, cada
uno con valor intrínseco pero abierto a conexiones en todas las direcciones,
formando órdenes cada vez más altos y complejos hasta permitir la emergencia de
la vida y de la vida humana inteligente y portadora de creatividad.
Concuerdo con el mayor
especialista sobre el calentamiento global, el profesor de la Universidad de
Columbia y antes del a NASA, James Hansen (cfr. The Guardian de 14/12/2015),
que es ilusorio pedir a las petroleras que dejen bajo el suelo el petróleo, el
gas, el carbón, energías fósiles emisoras de CO2, y las sustituyan por energías
renovables. Todas las energías renovables juntas no llegan al 30% de lo que
necesitamos. Las metas de la COP21 son totalmente irreales, porque las energías
fósiles son más baratas y van a seguirse quemando, especialmente si se mantiene
la economía de acumulación con las consecuencias ecológicas y sociales que
acarrea.
Pero habría una posibilidad
si realmente quisiéramos estabilizar el clima entre 1’5º y 2ºC, lo que sería
todavía administrable; deberíamos cambiar de paradigma: pasar de una sociedad
industrialista/consumista a una sociedad de sostenimiento de toda la vida,
orientada por el biorregionalismo y no por el globalismo uniformizador. La
centralidad la tendría la vida en su diversidad y no el desarrollo. La
producción se haría a los ritmos de la naturaleza, en el respeto de los
derechos de la Madre Tierra y de la diversidad de las culturas humanas. Aquí
nos inspira más el Papa Francisco en su encíclica que los tecnócratas de la
COP21. De seguir sus consejos, estaremos pavimentando el camino que nos conduce
al desastre.
Leonardo BOFF/ 22-diciembre-15
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