sábado, 5 de diciembre de 2015

EL MUNDO EN BROMA / Luis SACRISTÁN

Quienes deciden mirar a la vida
por su cara risueña, más que
las gentes taciturnas.


 Jorge Manrique
Claudio Bernard

Brummel

Luis XIV

Rudyard Kipling

Gabriele D'Annunzio

Nicolas Boileau

Breton de los Herreros

Barbey D'Aurevilly

Sacha Guitry

Cicerón dijo que “vivir es pensar”, seguramente recordando la manoseada frase  “cogito, ergo sum”  (pienso, luego existo). Vio la vida bajo la luz del prisma filosófico. Pero no siguió el más antiguo consejo de  “primero vivir, luego filosofar”.

   Otros, como Jorge Manrique en sus célebres coplas, la miraron a través del cristal dramático:  “Nuestras vidas son los ríos –que van a dar en el mar –que es el morir”. No tan patético, al cabo, como puede parecer a primera vista, pues deja libre el tiempo del tránsito desde el manantial a la desembocadura. La copla, pues, es casi optimista, de compararse con la frase rotunda, cortante como hacha de verdugo, sin salida posible, pronunciada por Claudio Bernard:  “La vida es la muerte”.

   Pero como la variación humana es infinita gracias a Dios, hay quienes contemplan el vivir desde el polo opuesto y la tiñen de gracia, de humor, de alegría.
   Por ejemplo: un día paseaba Brummel, el famoso árbitro de la elegancia francesa, por un parque de París, cuando tropezó con un joven amigo de cabellos ridículamente rizados, quien llevaba junto a sí, en su coche, un enorme perro de aguas. Brummel le preguntó a bocajarro:
--El coche de la familia, ¿eh?

   Es éste un humor fácil, sin demasiado ácido, pues hay otros hirientes como el filo de una daga. Y si no, recuérdese la frase de Luis XIV, rey de Francia, cuando le dijeron: “Majestad, el cardenal Mazarino ha entregado su alma a Dios”, a lo que el monarca respondió:  “Dudo que se la haya aceptado”.

   Hay un proverbio árabe que asegura que quien no ríe por lo menos una vez al día, no llegará a los cien años. No sabemos lo que clínicamente tendrá de valor la afirmación. Pero lo que sí sabemos es que quien haya reído de buena gana, quien haya mirado la vida por su cara jovial, quien haya evitado que los pesares se le subieran a los hombros pesándole como montañas, habrá disfrutado de la vida mucho mejor que quien haya circulado por caminos contrarios. Le habrá resultado, en fin de cuentas, más agradable.

   Las bromas a personalidades han sido frecuente tema de humor. Se cuenta de un individuo, cuya identidad nunca fue conocida, que envió, allá por el año de 1925, a una importante publicación inglesa, un poema titulado   “La vieja guardia”  calzado con la firma de Rudyard Kipling, el gran escritor británico. La revista se apresuró a insertarlo en la edición inmediata. Cuando se descubrió el engaño, Kipling no se molestó gran cosa, pues tenía ya bien cimentada su fama. Y en charla amena con el director de la publicación, le dijo:  “El poema es detestable…” y el periodista le contestó, sin darse cuenta de lo que decía: “Desde luego; pero creyéndolo de usted, no vacilamos en publicarlo”.

   A la inversa, a veces son los grandes hombres quienes enredan el ingenio humorístico en sus frases. A este propósito recordamos el caso que se cuenta de Gabriel D’Annunzio, el gran poeta italiano, quien sabiendo la debilidad de su ayuda de cámara por las corbatas del conquistador de Fiume, le advirtió mientras preparaba el equipaje para un largo viaje: “En esa maleta ponga usted mis camisas, mis camisetas y no olvide nuestras corbatas…”

   Más raramente se hallan muestras del humano ingenio cuando se dirigen sus dardos a altos personajes. Pero las hay. Como aquel caso en que el rey francés Luis XIV mostraba a Boileau unos versos que había compuesto en momentos de ocio, solicitando su opinión. La cual le fue dada francamente por el interpelado al responder: “Señor, nada hay imposible para Su Majestad. Habéis querido componer unos versos malos ¡y con cuán pasmosa facilidad lo habéis conseguido”.

   Los flechazos entre los ingenios, especie de duelo intelectual, son los más a propósito para enlazarlos en este trabajo sobre el mundo en broma. Cuéntase que vivían en Madrid, en el mismo edificio, el escritor Bretón de los Herreros y un médico apellidado Mata. Este último estaba un poco molesto por el sinnúmero de veces que llamaban a su puerta preguntando por el escrito, y colocó al cabo un letrerito en la de su casa en el que se leía: “En aquesta habitación, no vive ningún bretón”. A lo que el aludido ripostó inmediatamente con la célebre cuarteta:
“Hay en esta vecindad
cierto médico poeta,
que al fin de cada receta
pone mata, y es verdad”.

   En el campo de la política menudean las alusiones en broma. Recordemos al fanático extremista francés Luis Augusto Blanqui, fundador de un diario titulado “Ni Dios ni amo”, que era sumamente bajito de estatura y a quien un día dijo Barbey D’Aurevilly al observar que Blanqui olvidaba su lápiz sobre la mesa del café: “Perdón, pero parece que se deja su bastón olvidado”.

   Sacha Guitry, el autor y actor, de primera en ambos quehaceres, comentaba su estruendoso fracaso en el estreno de la obra “La llave”…”Lo recuerdo bien”, dijo. “Fue una jornada inolvidable… La mitad de la sala silbaba estrepitosamente…”  Alguien que conversaba con él le preguntó: “¿Y la otra mitad?”, a lo que el actor respondió sin inmutarse: “La otra mitad estaba vacía”.

   Y hablando de estrenos, recordemos el simpático episodio de una zarzuelita muy mala que se ofrecía n Madrid, titulada “El diablo rojo”, en la que en un pasaje, al final de la obra, un actor decía: “Salta una Venus de Milo, coge del lecho una sábana…” Instante en que la voz aguda de un espectador traspasó el silencio: “/Eso sería antes de perder los brazos!”

   Queriendo cierta dama aristocrática inglesa que Bernard Shaw visitase su casa, le envió una tarjeta con la invitación redactada en el estilo de rigor: “Fulana de tal… estará en su casa mañana a las cinco”. A lo que el dramaturgo autor de “Pigmalión” contestó con otra tarjeta en la que consignó sólo: “Yo, también”.

   Se cuenta de cierto periodista cubano que acostumbraba a dar cada noche una moneda de veinte centavos a un pordiosero que rondaba su casa a la hora en que aquél se recogía. Cierta vez, el periodista había estado jugando con unos amigos y había perdido como se dice “hasta la camisa”. Y al acercarse a él el pordiosero, tuvo que confesarle: “Lo siento, pero esta noche no puedo darte nada, porque perdí hasta el último centavo jugando”. Obteniendo una respuesta de reconvención: “¿Y por qué se jugó usted mi dinero?”

   Bill Sontham, editor canadiense excéntrico y rico, regresaba una noche en compañía de su  amigo Jack  Council, tras una prolongada juerga. La esposa de Council los fulminó con los ojos y dijo a Sontham: “/Quisiera ver cómo está su estómago por dentro!” Al día siguiente recibió un gran sobre que éste le envió, conteniendo dos radiografías de su estómago.

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