DE: “LAS MÁS BELLAS
ORACIONES DEL MUNDO”
Como el girasol, siempre
mirando al poderoso Sol,
con la lealtad del vasallo,
siguiendo sólo a uno,
de la misma manera hazme
Señor.
Taulero
SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA
“La tarde de ese mismo día, el primero
de la semana, los discípulos estaban a puertas cerradas por miedo a los judíos.
Jesús se hizo presente allí, de pie en medio de ellos.
Les dijo: “La paz sea con ustedes”. Después de
saludarlos así, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se llenaron
de gozo al ver al Señor.
“Ten alegría”, “Jaire”, era
el saludo griego. El romano saludaba deseando: “Ten salud”, “Salve”. El hebreo
“Shalom”, “Ten paz”.
El primer deseo de Cristo resucitado,
manifestado a sus apóstoles, es que tengan la paz. Con asociación inmediata,
subrayando que no es un mero saludo rutinario y dando la base real de la paz,
Cristo los envía a predicar el evangelio y les da el poder de perdonar los
pecados. Porque no puede haber paz ni en la ignorancia de Dios y del prójimo ni
en la enemistad con Dios y el prójimo.
Humanamente hablando, la paz –el bien
social más deseable porque supone la
existencia de los otros bienes y hace posible su conservación y desarrollo –es
fruto de la autoridad democrática,
fuerte y prudente. De la continuidad
en el trabajo, la propiedad, la subsistencia, la familia. De la estabilidad, que es la conservación de
la continuidad. De la seguridad, que
es la fortaleza y la capacidad defensiva y preventiva frente a los adversarios
injustos de la autoridad, de la continuidad y de la estabilidad. Del equilibrio, es decir, de la justicia en
la autoridad, la continuidad, la estabilidad y la seguridad.
En un mundo de tensiones injustas y justas,
nervioso, febril, exacerbado, vertiginoso, en el que los hombres se ignoran
mutuamente por la masificación colectiva y por la angustia individual y en el
que no sólo se ignoran sino que se combaten por la politización y la
“ideologización” de la vida y por la lucha en ciudades cada vez más pobladas y
complejas, es muy difícil la paz, porque están en constante riesgo el
equilibrio, la seguridad, la estabilidad, la continuidad, la autoridad.
La paz es el equilibrio justo y durable. Como
la definían los antiguos teólogos: “la tranquilidad en el orden”. Una
tranquilidad dinámica. Un orden basado en la creación constante y creciente de
riqueza material y espiritual; en la oportunidad para todos de participar en la
creación y en el disfrute de esa riqueza; en la jerarquía de organización, de
valores y afanes.
Es imposible la paz en el hambre, en la
demagogia, en la prepotencia, en la carencia de autoridad o en el estatismo, en
la ociosidad y la desorganización, en la incultura y en el desconocimiento
mutuo.
La paz no es sólo ausencia de guerra. Es, ante
todo, construcción cotidiana de la tranquilidad y del orden; de la abundancia y
la justicia; de la jerarquía, la convivencia y la convergencia de clases y
personas, de autoridad y ciudadanos.
No puede haber paz internacional sin paz
nacional. No puede haber paz nacional política sin paz económica y social. No
puede haber paz social sin paz familiar. Ni paz familiar sin paz personal. De
cada cual depende en su medida, la paz del mundo.
Sobre todos esos recursos humanos para
construir, asegurar y desarrollar la paz, están la fuerza y los recursos de
Dios, que presenta el evangelio: amor a Dios y al prójimo, esencia del mensaje
evangélico; arrepentimiento del daño causado y propósito de repararlo,
condiciones de la confesión cristiana.
La paz que puede dar el mundo es precaria como
el mundo. Sólo es firme la paz basada en Cristo, en la verdad, el amor y la
justicia; esas palabras desabridas para el paladar sometido al dinero, al
placer, al miedo o al odio.
El planteamiento es ineludible: La paz es
necesaria. Sin Dios y sin buena voluntad, la paz es imposible.
José M. de Romaña.
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