viernes, 1 de abril de 2016

EL DÍA FESTIVO POR EXCELENCIA


DE: “LAS MÁS BELLAS ORACIONES DEL MUNDO”


Como el girasol, siempre mirando al poderoso Sol,
con la lealtad del vasallo, siguiendo sólo a uno,
de la misma manera hazme Señor.
                                           Taulero
SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA

“La tarde de ese mismo día, el primero de la semana, los discípulos estaban a puertas cerradas por miedo a los judíos. Jesús se hizo presente allí, de pie en medio de ellos.
 Les dijo: “La paz sea con ustedes”. Después de saludarlos así, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de gozo al ver al Señor.
Él les volvió a decir: “La paz esté con ustedes”. Así como el Padre me envió… Juan 20, 19-31



“Ten alegría”, “Jaire”, era el saludo griego. El romano saludaba deseando: “Ten salud”, “Salve”. El hebreo “Shalom”, “Ten paz”.

El primer deseo de Cristo resucitado, manifestado a sus apóstoles, es que tengan la paz. Con asociación inmediata, subrayando que no es un mero saludo rutinario y dando la base real de la paz, Cristo los envía a predicar el evangelio y les da el poder de perdonar los pecados. Porque no puede haber paz ni en la ignorancia de Dios y del prójimo ni en la enemistad con Dios y el prójimo.

 Humanamente hablando, la paz –el bien social  más deseable porque supone la existencia de los otros bienes y hace posible su conservación y desarrollo –es fruto de la autoridad democrática, fuerte y prudente. De la continuidad en el trabajo, la propiedad, la subsistencia, la familia. De la estabilidad, que es la conservación de la continuidad. De la seguridad, que es la fortaleza y la capacidad defensiva y preventiva frente a los adversarios injustos de la autoridad, de la continuidad y de la estabilidad. Del equilibrio, es decir, de la justicia en la autoridad, la continuidad, la estabilidad y la seguridad.

 En un mundo de tensiones injustas y justas, nervioso, febril, exacerbado, vertiginoso, en el que los hombres se ignoran mutuamente por la masificación colectiva y por la angustia individual y en el que no sólo se ignoran sino que se combaten por la politización y la “ideologización” de la vida y por la lucha en ciudades cada vez más pobladas y complejas, es muy difícil la paz, porque están en constante riesgo el equilibrio, la seguridad, la estabilidad, la continuidad, la autoridad.

 La paz es el equilibrio justo y durable. Como la definían los antiguos teólogos: “la tranquilidad en el orden”. Una tranquilidad dinámica. Un orden basado en la creación constante y creciente de riqueza material y espiritual; en la oportunidad para todos de participar en la creación y en el disfrute de esa riqueza; en la jerarquía de organización, de valores y afanes.

 Es imposible la paz en el hambre, en la demagogia, en la prepotencia, en la carencia de autoridad o en el estatismo, en la ociosidad y la desorganización, en la incultura y en el desconocimiento mutuo.

 La paz no es sólo ausencia de guerra. Es, ante todo, construcción cotidiana de la tranquilidad y del orden; de la abundancia y la justicia; de la jerarquía, la convivencia y la convergencia de clases y personas, de autoridad y ciudadanos.

 No puede haber paz internacional sin paz nacional. No puede haber paz nacional política sin paz económica y social. No puede haber paz social sin paz familiar. Ni paz familiar sin paz personal. De cada cual depende en su medida, la paz del mundo.

 Sobre todos esos recursos humanos para construir, asegurar y desarrollar la paz, están la fuerza y los recursos de Dios, que presenta el evangelio: amor a Dios y al prójimo, esencia del mensaje evangélico; arrepentimiento del daño causado y propósito de repararlo, condiciones de la confesión cristiana.

 La paz que puede dar el mundo es precaria como el mundo. Sólo es firme la paz basada en Cristo, en la verdad, el amor y la justicia; esas palabras desabridas para el paladar sometido al dinero, al placer, al miedo o al odio.

 El planteamiento es ineludible: La paz es necesaria. Sin Dios y sin buena voluntad, la paz es imposible.
José M. de Romaña.

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