DE: "LAS MÁS BELLAS ORACIONES DEL MUNDO"
Enséñame, Señor,
a ser dulce y delicado
en todos los acontecimientos
de la vida;
en los desagradables;
en la inconsideración de
otros;
en la insinceridad de
aquellos en quienes confiaba;
en la falta de fidelidad y
de lealtad de aquellos
en quienes yo descansaba.
Deja que me ponga a un lado
para pensar en la felicidad
de los otros;
que oculte mis penas y mis
angustias
para que sea yo el único en
sufrir sus efectos.
Enséñame a aprovecharme del
sufrimiento
que se presente en mi
camino.
Déjame que lo use de tal
manera
que sirva para suavizarme,
no para endurecerme
ni amargarme, de modo que me
haga paciente,
no irritable; generoso en mi
perdón,
no mezquino, altivo e
insufrible.
Enséñame a saber que nunca
alguien sea menos bueno
por haber recibido mi
influencia.
Que nadie sea menos puro,
menos veraz,
menos bondadoso, menos
digno,
por haber sido mi compañero
de camino
en nuestra jornada hacia la
Vida Eterna.
En tanto voy dando saltos
de un error a otro, déjame
susurrar
una plegaria de amor a Ti.
Octavio
Colmenares Vargas.
III DOMINGO DE PASCUA
“Después de esto, Jesús se
hizo presente a sus discípulos en la orilla del lago de Tiberíades. Al
amanecer, Jesús se presentó en la orilla; les dijo: “¿tienen algo de comer?” Le
contestaron: “Nada”. Entonces les dijo: “Echen la red a la derecha y
encontrarán pesca”. Echaron la red y se les hicieron pocas las fuerzas para
recoger la red, tan grande era la cantidad de peces.
El discípulo amigo de Jesús
dijo a Simón Pedro: “Es el Señor”…
Cuando bajaron a tierra,
encontraron un fuego prendido y sobre las brasas pescado y pan.
Jesús les dijo: “Traigan de
los pescados que acaban de sacar. Luego les dijo: “Vengan a desayunar”, y
ninguno de los discípulos se atrevió a hacerle la pregunta: “¿Quién eres tú?”,
porque comprendían que era el Señor”. Juan
21, 1-19.
La sicología del pueblo
respecto a sus jefes es simple. Valora en ellos la palabra recta y clara y la
realización concreta. Los discípulos reconocieron a Cristo al “repartirles el
pan y el pescado”, “al desayunar”. Y los apóstoles le creen porque les habla
claro respecto a los mandatos.
El dirigente que no habla al
pueblo con sanas ideas definidas, sin trastiendas ni puertas falsas, engaña al
pueblo. El que no realiza, el que no responde al bien común, también lo engaña.
Ambas gestiones –la verbal o ideológica y la práctica –son responsabilidad
básica de los gobernantes. No bastan las obras impresionantes cuando las ideas
rectoras son falsas o cuando los métodos del gobierno pudren la fibra moral del
país. En estos últimos 30 años hemos
visto regímenes que elevaron a sus pueblos a un gran poderío y nivel material.
Pero las palabras, las ideas, no eran sanas ni humanas y acabaron arrastrando a
sus pueblos confortables y orgullosos a la desesperación y la destrucción
física.
Pocas veces en la historia ha sido tan grande
como ahora la responsabilidad de los gobiernos en ambos campos, material y
espiritual.
En el campo material, la facilidad de
comunicaciones y de información y el relativamente mayor desarrollo de la
educación han creado, en los países y en las clases económicamente menos
dotadas, una exigencia de progreso y confort que no tuvieron que afrontar
gobiernos de lustros anteriores.
Esa exigencia de progreso adquiere, en los
países más atrasados por pobreza o por falta de educación y organización, una
urgencia y un mesianismo, que no existen en las clases pobres de los países
ricos o mejor organizados. A mayor miseria, mayor urgencia. Y a menos educación
y capacitación, mayor mesianismo, mayor confianza no en el propio trabajo y
esfuerzo, sino en un mago que, de la noche a la mañana, se saque de la manga
todos los conejos de la prosperidad, y aun del lujo.
La irrealidad y el falso mesianismo son
equivocados y deben ser rectificados por los hombres que hacen conciencia y
criterio en la comunidad. Pero esa exigencia es perfectamente válida en lo que
tiene de afán por llegar, en el plazo más corto, a un nivel de vida humano. Y
todo jefe tiene obligación de “partir el pan”. De impulsar y ayudar a los
hombres capaces de crear riqueza material o espiritual, a aumentar la cantidad
de “pan”. Y de hacer que ese pan llegue con holgura a todas las manos que han
contribuido a producirlo.
En el campo ideológico, la responsabilidad de
los gobiernos es sencillamente formidable en un mundo cruzado en todas
direcciones por medios de comunicación y expresión, entenebrecido y confuso por
las propagandas tergiversadas, las campañas interesadas y la concepción
relativista, pragmática y dialéctica de la verdad y la vida, fomentadas sobre
todo por el comunismo en su propio mundo y en su penetración a través del mundo
libre.
Nunca en la historia se han arraigado tanto
mutuamente idea y acción. Pocas veces la economía y la política han sido en
tanto grado sociología, filosofía y teología. Y la obligación de los gobiernos
de velar por la salud material y espiritual de sus pueblos es simplemente
cuestión de vida o muerte.
José M. de Romaña
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