James Frazer (1854-1941) fue
un antropólogo que nuca vio los tipos de hombres y sociedades sobre los cuales escribió
numerosos libros. Pasó toda su vida en bibliotecas y universidades.
Pese a la limitación que se impuso en el campo
de la experimentación, Frazer se convirtió en figura influyente y sus teorías,
aunque ya no son aceptadas generalmente por los hombres de ciencia de nuestros
días, continúan siendo el material antropológico de lectura más solicitado en
las bibliotecas públicas.
Su libro más famoso es “El ramaje de oro”. En
esta obra trata de explicar la leyenda de un sacerdote que fue sucedido por el
hombre que lo mató con una gajo de muérdago. El sacerdocio pasó así, por asesinato,
de una generación a otra.
Esta leyenda y su exposición fueron una
especie de marco dentro del cual Frazer desplegó sus ideas acerca del
desarrollo del hombre civilizado.
Esta gran obra del antropólogo ha sido
calificada de “tontería erudita” pero las críticas que se le han hecho no han
podido menoscabar su influencia en el mundo.
Frazer nació en Escocia, hijo de una familia
extremadamente religiosa. Estuvo lejos de ser niño levantisco o rebelde, y en
verdad, fue siempre muy observador de sus obligaciones. El asombro, por tanto,
fue más que mayúsculo cuando se manifestó como bibliófilo rebelde que
sobrecogió de espanto a la sociedad victoriana con sus ataques a la lectura
literal de los relatos bíblicos.
Frazer dedicó todas las actividades de su vida
intelectual al estudio del hombre primitivo. El salvajismo, dijo, era cosa más
sencilla que la civilización. Sostenía que esto imposibilitaba la comprensión
de la civilización a menos que primero que se comprendiera el salvajismo.
Frazer creía que la evolución social del
hombre había pasado por tres etapas: mágica, religiosa y científica. Sostenía
que el hombre primitivo había creído que podía dominar la naturaleza por medio
de encantamientos mágicos. El hombre en desarrollo se dio cuenta de que carecía
de poderes y trasladaba de él a los dioses su esperanza de seguridad. El hombre civilizado, exponía Frazer, se vale
de las ciencias para dominar la naturaleza después de haber perdido su fe en
los dioses. Es una especie de retrogresión a la creencia primitiva en sus
propias aptitudes.
Aun el mismo Frazer abrigaba dudas en cuanto a
esto. Creía que aunque las ciencias eran la única esperanza del hombre, no había manera de evitar la
destrucción final. Las ciencias no podrán impedir que el Sol se apague, se
enfríe o cese de existir. Frazer, así, llegó a no tener confianza ni el hombre,
ni en Dios, ni en las ciencias.
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