DE "BELLAS ORACIONES"
DOM. XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO
Los muertos resucitan
Se acercaron algunos saduceos, quienes
niegan la resurrección de los muertos, y por eso le preguntaron: ‘Maestro,
Moisés nos enseñó lo siguiente: Si uno tiene un hermano casado que muere sin
dejar hijos, debe casarse con la viuda para tener con ella hijos que llevarán
el apellido del difunto.
Había,
pues, siete hermanos. Se casó el primero, y murió sin dejar hijos. El segundo y
después el tercero se casaron con la viuda. Y los siete murieron igualmente,
sin dejar hijos. Finalmente, murió también la mujer. Esta mujer, si hay
resurrección de los muertos, ¿de cuál de ellos va a ser esposa, puesto que los
siete la tuvieron como esposa?
Jesús
les respondió: ‘en este mundo los hombres y las mujeres se casan. Pero los que
merezcan tener la otra vida y resucitar de entre los muertos, ya no se casarán.
Y sepan que no pueden morir porque son semejantes a los ángeles. Y son hijos de
Dios, pues él los ha resucitado.
En
cuanto a saber si resucitan los muertos, ya Moisés lo dio a entender en el
pasaje de la Zarza, en el que llama al Señor Dios de Abraham, Dios de Isaac y
Dios de Jacob. Ahora bien, Dios no es Dios de muertos, sino de vivos; pues para
él siguen viviendo”. Lucas, 20, 27-38
LA PERSONA DE CRISTO
Hermanos, cómo quisiera yo
grabar en el corazón de cada uno esta gran idea: El cristianismo no es un
conjunto de verdades que hay que creer, de leyes que hay que cumplir, de
prohibiciones. Así resulta muy repugnante.
El cristianismo es una persona, que
me amó tanto, que me reclama mi amor. El cristianismo es Cristo. Ah, a la luz
de Cristo, como se lleva castamente el matrimonio. A la luz de Cristo, como se
comprende lo escatológico, un hermano mayor que me está esperando, más aún, que
ya va conmigo. Porque cuando hablamos de escatología, quisiera grabar esta otra
idea: Lo escatológico no es sólo lo que se espera; lo escatológico es lo que ya
se tiene, cuando se tiene fe a Cristo en el corazón. No esperamos morir para
ser felices; ya somos felices cuando tenemos el Reino de Dios, como decía
Cristo: "en vuestros corazones". Cuando Cristo vino hace veinte
siglos, comenzó la escatología. Es el último acto de Dios para darle a la
historia su sentido final. El sentido final de la historia, el sentido relativo
de todas las cosas, lo da Cristo; instaurar todas las cosas en Cristo. Solo
aquello que se va apegando a Cristo ya está siendo escatológico. El joven, el
matrimonio, el anciano, el enfermo, el que cumple el deber o sufre una pena, si
ya la sufre unida íntimamente con Cristo, Rey de los siglos, ya está en la
escatología. Por eso, en la Iglesia es clásico este movimiento que se expresa
con estas palabras: "Ya, todavía no", como un péndulo de un reloj;
"ya, todavía no", "ya todavía no". Ese es el cristianismo:
ya, ya debo de vivir como si viviera en el cielo; todavía no, porque no se ha
manifestado lo que soy; ya, siento mi compromiso con este Cristo, encarnándose
en este pueblo al cual debo servir y dar mi vida, aunque no veo el esplendor de
la gloria que llevo escondido en mí mismo.
Todo aquel que ahora está en gracia
de Dios y que se va a acercar a la comunión, ya vive el Reino de Dios, pero
todavía, no se le ve lo que es, pero ya lo lleva escondido en su corazón. Eso
se llama la escatología presente, o sea que la escatología tiene dos momentos:
un presente y un futuro; el presente lo vive la gente de fe, de esperanza. En
la marginación, en la pobreza, en la humillación, en la tortura, el hombre ya
está viviendo ese cielo, esa esperanza. Y si ahí muere, no ha sido más que el
vaso de barro que se quiebra y la luz esplendorosa que ilumina toda su vida.
Vivamos, hermanos, esta
escatología. Vivamos ya en el reino de los cielos. Y esta será pues, la gran
esperanza del evangelio, la que yo quiero predicar con todas mis fuerzas y
quisiera imprimir profundo en el corazón de todos.
No desesperemos, no
busquemos soluciones de violencia, no odiemos, no matemos. Y repito ésto así
claramente, porque ayer supe allá por Santiago de María, que ya, según algunos
amigos míos, yo he cambiado, que yo ahora he predicado la revolución, el odio,
la lucha de clases, que soy comunista. A ustedes les consta cuál es el lenguaje
de mi predicación. Un lenguaje que quiere sembrar esperanza, que denuncia sí,
la injusticias de la tierra, los abusos del poder, pero no con odio, sino con
amor, llamando a la conversión, para que todos vivan ya este movimiento
escatológico, que es alma y esencia de esta Iglesia animada por el Espíritu de
Dios que vive y reina por los siglos de los siglos.
Monseñor Óscar Arnulfo
Romero.
DE MI ÁLBUM
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