viernes, 4 de noviembre de 2016

EL DÍA FESTIVO POR EXCELENCIA


DE "BELLAS ORACIONES"


DOM. XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO

Los muertos resucitan

            Se acercaron algunos saduceos, quienes niegan la resurrección de los muertos, y por eso le preguntaron: ‘Maestro, Moisés nos enseñó lo siguiente: Si uno tiene un hermano casado que muere sin dejar hijos, debe casarse con la viuda para tener con ella hijos que llevarán el apellido del difunto.

            Había, pues, siete hermanos. Se casó el primero, y murió sin dejar hijos. El segundo y después el tercero se casaron con la viuda. Y los siete murieron igualmente, sin dejar hijos. Finalmente, murió también la mujer. Esta mujer, si hay resurrección de los muertos, ¿de cuál de ellos va a ser esposa, puesto que los siete la tuvieron como esposa?

            Jesús les respondió: ‘en este mundo los hombres y las mujeres se casan. Pero los que merezcan tener la otra vida y resucitar de entre los muertos, ya no se casarán. Y sepan que no pueden morir porque son semejantes a los ángeles. Y son hijos de Dios, pues él los ha resucitado.

En cuanto a saber si resucitan los muertos, ya Moisés lo dio a entender en el pasaje de la Zarza, en el que llama al Señor Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob. Ahora bien, Dios no es Dios de muertos, sino de vivos; pues para él siguen viviendo”. Lucas, 20, 27-38


LA PERSONA DE CRISTO


Hermanos, cómo quisiera yo grabar en el corazón de cada uno esta gran idea: El cristianismo no es un conjunto de verdades que hay que creer, de leyes que hay que cumplir, de prohibiciones. Así resulta muy repugnante. 

El cristianismo es una persona, que me amó tanto, que me reclama mi amor. El cristianismo es Cristo. Ah, a la luz de Cristo, como se lleva castamente el matrimonio. A la luz de Cristo, como se comprende lo escatológico, un hermano mayor que me está esperando, más aún, que ya va conmigo. Porque cuando hablamos de escatología, quisiera grabar esta otra idea: Lo escatológico no es sólo lo que se espera; lo escatológico es lo que ya se tiene, cuando se tiene fe a Cristo en el corazón. No esperamos morir para ser felices; ya somos felices cuando tenemos el Reino de Dios, como decía Cristo: "en vuestros corazones". Cuando Cristo vino hace veinte siglos, comenzó la escatología. Es el último acto de Dios para darle a la historia su sentido final. El sentido final de la historia, el sentido relativo de todas las cosas, lo da Cristo; instaurar todas las cosas en Cristo. Solo aquello que se va apegando a Cristo ya está siendo escatológico. El joven, el matrimonio, el anciano, el enfermo, el que cumple el deber o sufre una pena, si ya la sufre unida íntimamente con Cristo, Rey de los siglos, ya está en la escatología. Por eso, en la Iglesia es clásico este movimiento que se expresa con estas palabras: "Ya, todavía no", como un péndulo de un reloj; "ya, todavía no", "ya todavía no". Ese es el cristianismo: ya, ya debo de vivir como si viviera en el cielo; todavía no, porque no se ha manifestado lo que soy; ya, siento mi compromiso con este Cristo, encarnándose en este pueblo al cual debo servir y dar mi vida, aunque no veo el esplendor de la gloria que llevo escondido en mí mismo.

 Todo aquel que ahora está en gracia de Dios y que se va a acercar a la comunión, ya vive el Reino de Dios, pero todavía, no se le ve lo que es, pero ya lo lleva escondido en su corazón. Eso se llama la escatología presente, o sea que la escatología tiene dos momentos: un presente y un futuro; el presente lo vive la gente de fe, de esperanza. En la marginación, en la pobreza, en la humillación, en la tortura, el hombre ya está viviendo ese cielo, esa esperanza. Y si ahí muere, no ha sido más que el vaso de barro que se quiebra y la luz esplendorosa que ilumina toda su vida.

 Vivamos, hermanos, esta escatología. Vivamos ya en el reino de los cielos. Y esta será pues, la gran esperanza del evangelio, la que yo quiero predicar con todas mis fuerzas y quisiera imprimir profundo en el corazón de todos. 

 No desesperemos, no busquemos soluciones de violencia, no odiemos, no matemos. Y repito ésto así claramente, porque ayer supe allá por Santiago de María, que ya, según algunos amigos míos, yo he cambiado, que yo ahora he predicado la revolución, el odio, la lucha de clases, que soy comunista. A ustedes les consta cuál es el lenguaje de mi predicación. Un lenguaje que quiere sembrar esperanza, que denuncia sí, la injusticias de la tierra, los abusos del poder, pero no con odio, sino con amor, llamando a la conversión, para que todos vivan ya este movimiento escatológico, que es alma y esencia de esta Iglesia animada por el Espíritu de Dios que vive y reina por los siglos de los siglos.

  Monseñor Óscar Arnulfo Romero.

DE MI ÁLBUM


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