DE: "BELLAS ORACIONES"
DOM. XXXIII DEL TIEMPO
ORDINARIO
Jesús predice la destrucción de Jerusalén
“Algunos hacían notar a Jesús las hermosas
piedras y los ricos adornos que habían sid0o regalados al Templo: Jesús dijo:
‘Llegará el tiempo en que de todo lo que ustedes admiran aquí no quedará piedra
sobre piedra: Todo será destruido’.
Le
preguntaron entonces: ‘Maestro, dinos cuándo sucederá eso, ¿Cuál será la señal
de que va a suceder?
Jesús
contestó: ‘Tengan cuidado y no se dejen engañar, porque muchos vendrán en mi
lugar, diciendo: Yo soy el Salvador, ésta es la hora de Dios. No los sigan.
Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones no se asusten, porque primero
tiene que pasar eso, pero el fin no vendrá en seguida’.
……..
Cuando
vean a Jerusalén rodeada por ejércitos, sepan que ha llegado el tiempo de su
destrucción”. Lucas 21, 5-19
Fin y finalidad
Hoy comienza la última semana del año litúrgico. El
domingo próximo se inaugura con el Adviento un nuevo año ritual. Ambos domingos
presentan en el evangelio de la misa las profecías sobre la destrucción de
Jerusalén, el fin del mundo y la última venida de Cristo. Cristo utiliza el
estilo profético y entreteje el primer plano que se refiere a Jerusalén --símbolo y tipo—con el último plano que se
refiere al mundo –simbolizado y antitypo--.
Sólo hay una frase luminosa en esa descripción
impresionante: “cuando comiencen a suceder
estas cosas, animaos y levantad las cabeza porque vuestra redención se
acerca”. Sorprende que se dedique más palabras al terror temporal que a la
alegría definitiva, pero es que en esas etapas previas es donde el hombre tiene
aún capacidad de decisión, mientras es viador o militante, según la
terminología cristiana. La profecía, referida sólo al fin del mundo, sería poco
práctica. Sus términos terribles y distantes, agigantados por el estilo
apocalíptico que usa Cristo, rebasan nuestra capacidad de sentir y nos dejan imperturbables,
sumergidos como estamos en las urgencias diarias. Cristo supera esa
insensibilidad, como supera la mera curiosidad de los apóstoles que le
interrogaban, dándole sentido práctico a la profecía con las parábolas
inmediatas de “Las Diez Vírgenes” y “Los Talentos”, acercando de golpe el fin
del mundo e introduciéndolo en la vida de cada uno. Para cada uno el fin del
mundo llega con su propio fin. La muerte es el verdadero fin del mundo
exterior. Cerrar los ojos es apagar todas las luces. Las dos parábolas, no
incluidas en la liturgia, dan un sentido personal e inmediato al gran
acontecimiento colectivo y distante; una orientación práctica a la formidable
revelación histórica.
El Génesis se abre en las sombras aurorales del mundo,
pero inmediatamente habla del amor y del trabajo humanos. El Evangelio se
cierra en las sombras crepusculares del mundo, pero insiste Cristo en el amor y
el trabajo humanos. Más importantes que el día y que la noche son el trabajo y
el amor; más que la geografía, la historia y el destino; más que la naturaleza,
que su comienzo y su fin, que la cosmogonía y la escatología, los son la mujer
y el varón, el hombre racional, voz y señor de la Tierra y, tal vez con el
tiempo, de otros mundos, puente entre la naturaleza y Dios.
Dentro del hombre, el conocimiento es lo más cercano a la
naturaleza. El entendimiento, como la naturaleza, no es libre; es un ineludible
y automático reflejo de la realidad; su actividad consiste en identificarse con
el objeto, en hacerse el mundo investigado. Dentro del hombre, la voluntad,
capaz de amar y de crear, de odiar y destruir, es lo más alejado de la
naturaleza, lo más cercano al creador. Por el entendimiento, el hombre se
sumerge en el mundo y se confunde con él. Por la voluntad, se incorpora sobre
la naturaleza e impulsa al mismo entendimiento a dominarla, modificarla y
utilizarla.
Cristo en las dos parábolas, que dan sentido a la
terrible profecía, sacude la voluntad. El hombre debe vivir alerta como las
diez amigas que esperan en la noche, bajo las lámparas, a los nuevos esposos;
como el dueño de casa que espera al ladrón. Y debe ser laborioso como los
siervos a quienes su señor confió su capital de talentos para que los hiciera
fructificar y vivir.
José M. de Romaña
DE MI ÁLBUM
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