viernes, 12 de mayo de 2017

EL RECUERDO EN EL DÍA DE LA MADRE / Pereda Calderón & González Viaña

EL RECUERDO DE LA MADRE EN EL "BUEN DECIR" Y "GUSTO LITERARIO"

            Tres son los momentos básicos en la vida del hombre: cuando nace, cuando conoce el amor y cuando muere. En dos de ellos interviene esencialmente la mujer y en el primero, que es el origen de todo, nace simultáneamente con el hijo, la madre.

          Ninguna disertación, por inspirada que fuera, puede transmitir la idea de la maternidad mejor que la madre misma escribiendo o relatando su anécdota esencial en la vida. Pero nos llenaríamos de estupor al mirarla aquí presente.

Ninguna madre se siente más madre por esta ceremonia.

         Quizá la halague la atención de todos hacia su significado; pero en el fondo, se preguntará, a qué viene todo, si ella es la misma los 365 días del año. De aquí que me limito alcanzar algunos testimonios de acuerdo a los momentos  básicos de nuestra vida: Un credo, el credo de toda madre, recopilado por doña Irene Silva de Santolaya; Una carta de un condenado a muerte a su madre; y un poema de César Vallejo en donde se encierra el amor a su madre.

EL CREDO DE TODA MADRE

Toda madre trae instintivamente este convencimiento, esta creencia:

Creo que colaboro en el plan de Dios, porque Dios me ha dado un hijo.

Creo que el principal derecho del hombre es nacer de padres sanos y capaces de descubrir las mejores cualidades que trae al mundo para desarrollarlas debidamente.

Creo que mi hijo formará parte de una sociedad mejor y debo prepararlo  para ello.

Creo que la madre es la principal gestora del verdadero progreso humano y por eso anhelo ser madre de verdad.

Creo que para elevar el espíritu de mi hijo hay un solo camino: levantar la mirada hacia el cielo. Le enseñaré a mirar muy alto hasta encontrar a Dios en su corazón.

Creo que debo moldear la conciencia de mi hijo. Purificaré la mía que ha de ser para él la mayor inspiración.

LA CARTA DE UN CONDENADO A MUERTE (Joshuá)

         “Hay algo que me preocupa, madre. ¿Qué vas a pensar de mi al saber que me he hecho católico? ¡Ah! Quizá llorarás. Pensarás que tu Joshuá ha traicionado las viejas tradiciones. Un renegado de la raza, pensarás de mí. Y te equivocas. Es el amor a nuestra sangre lo que me ha hecho católico. Te explicaré: Una tarde llovía y yo estaba cansado de buscar un asilo inútilmente. Entré en una iglesia y pensé en ti. Las lágrimas subieron a mis ojos y sentí una necesidad aterradora de volver a ser niño que había sido, reclinar mi cabeza en tu seno, dormir. Sobre el banco delantero al mío había una imagen. La cogí curioso. ¿Creerás que se parecía todo a ti? Sí, era una mujer de rostro evidentemente judío, aunque levemente iluminado por una ternura de muchacha italiana. Al pie decía: MARÍA. Yo saqué tu fotografía y estuve comparándola durante un rato con la estampa. Cada vez encontraba más evidente el parecido.


                                                                MARÍA
Te preguntarás qué tiene que ver con mi conversión, pero en el corazón del hombre las cosas llegan por los más opuestos caminos. Supe que la maternidad era uno de los ejes del mundo, que todas las madres tenían que parecerse las unas a las otras y que Dios no podía haber desconocido esta suprema ternura, ni estar ausente de la gran fraternidad universal de los que han tenido madre…Y cuando me imaginaba a Dios chiquito, hundido en un seno materno, tenía una sensación de verdad tan aterradora que me parecía imposible abandonar este pensamiento. Recuerdo que cogí la vieja estampa de la mujer judía y la pegué a la espalda de tu foto. En medio de las dos me parece que haya nacido el mundo y sé que el Dios que vivió dentro de una madre tiene que bendecir a cuantos han salido de un seno.

Por eso hoy al escribirte estoy contento. Sé que aunque yo muera tú quedas en el mundo. O si tú has muerto quedan otras madres. Y sé que el gran escuadrón de la maternidad –presidida por la mujercita de mi estampa—custodiará al mundo. Que siempre será más fuerte  vuestra armada de ternura que los estúpidos ejércitos del odio”.

FINALMENTE, LA INSPIRACIÓN CÁLIDA DEL POETA (XXVIII)

            He almorzado solo ahora, y no he tenido
            Madre, ni súplica, ni sírvete, ni agua,
            ni padre que, en el fecundo ofertorio
            de los choclos, pregunte para su tardanza de imagen
            por los broches mayores del sonido.

            ¡Cómo iba yo a almorzar. Cómo me iba a servir
            de tales platos distantes de cosas,
            cuando habráse quebrado el propio hogar,
            cuando no asoma madre a los labios,
            cómo iba yo a almorzar nonada.

            A la mesa de un buen amigo he almorzado
            con su padre recién llegado del mundo
            con sus canas tías que hablan
            en tordillo retinte de porcelana
            bisbiseando por todos sus viudos alvéolos;
            y con cubiertos francos de alegres tiroriros
            porque estánse en su casa. Así qué gracia!
            Y me han dolido los cuchillos
            de esta mesa en todo el paladar.

            El yantar de estas mesas así, en que se prueba
            amor ajeno en vez del propio amor,
            torna tierra el bocado que no brinda la madre,
            hace golpe la dura deglusión; el dulce, hiel;
            aceite funéreo el café,

            Cuando ya se ha quebrado el propio hogar,
            y el sírvete materno no sale de la tumba,
            la cocina a oscuras, la miseria de amor.

Los Órganos 1971.

                               
Por Eduardo González Viaña

Con mamá, en el tren




Hace ahora un año, viajaba en un tren de Roma a Venecia. Era una tarde caliente de primavera, y el cansancio de un viaje largo por la isla de Sicilia me llamaba a la siesta y al descanso.

Por eso, cerré los ojos, me quedé dormido y me vi abriendo la puerta de mi casa de infancia en el Perú, en el puerto de Pacasmayo.

No sé si en mi sueño me encontré con las primeras personas que quise en esta vida, pero las sentí. Pocha y Pilar, mis hermanas estaban en el colegio, y mi querido padre en su estudio de abogado. Mi madre, aunque yo no la viera, tenía que estar allí.

¿Mamá, estás allí?, pregunté, pero no escuché respuesta alguna. Caminé luego por el malecón del puerto, y allí enfrente clausurando el horizonte se alzaba el muelle negro, eterno e interminable. De repente sentí que una marejada se llevaba el muelle, mi infancia y mis sueños.

Pero no se llevó todo. Quedaron mis recuerdos. Me vi pequeño escuchando a la maestra de kindergarten mientras hablaba con mamá: “Lo siento, doña Mercedes. No creo que Eduardito llegue a aprender a leer. Hasta ahora no pasa de la letra che… Pero no se preocupe, podrá trabajar en el fundo de arroz de su padre. O, incluso, podrá llegar a general y a presidente como lo hizo el general Odría".

Mamá no se inmutó. De inmediato, inventó su propio método de alfabetización. Puso cartelitos a las cosas: MESA a la mesa, SILLA a la silla y MAR al mar que se extendía frente a la ventana de nuestra casa. Centenares de pequeños papeles como esos me enseñaron a leer en algo así como un mes… y desde entonces, me paso la vida tratando de aprender a escribir.

Tampoco le dio trabajo a la parroquia en prepararme para mi Primera Comunión. Le bastó con arrancar la página de un block y escribió allí la lista de mis posibles pecados. “Se los lees al curita, y ya está”, me dijo. Por mi parte, cuando ella dejó de ayudarme, la imité durante mucho tiempo, escribí páginas enteras con mis pecados que mi confesor escuchaba no sé si con aburrimiento o con envidia, Y creo que así me nació la vocación de escribir historias.

“Es muy bueno que te pongas en paz contigo mismo”- dijo mi padre que nos estaba escuchando, “pero también importa que seas generoso.” “Tienes que ser solidario con los pobres. Y ese es un deber tan importante como aprender todas las letras y palabras que están más allá de la che".

Creo que alguna vez les dije:
Papá y mamá, los voy a extrañar. Sin ustedes, creo que voy a ser un hombre triste”-

“Ni lo pienses”-contestó mi madre. “Abre la ventana, mira el mar y aspíralo, y siempre estarán contigo todos los que amas”
.
“¿Y si no tengo ventanas ni mar?”, pregunté.

“No importa.”-respondió mi mamá. “Respira profundamente.

Cierra los ojos. Y estarás en un instante en el paraíso”

Durante estos últimos tiempos, he estado cada año en Italia para presentar un nuevo libro traducido a su idioma, en total siete, y sin embargo pienso que a lo mejor no he estado allí, que tan sólo he acatado el consejo de mi madre y, al cerrar los ojos, me he encontrado en un tren que avanza por un país encantado en el que todo huele a limoncello.

Mi madre siempre está, estaba y estará conmigo. No la escucho, pero lo sé.

Y cuando a mí también me toque irme, vendrá a cerrarme los ojos y a decirme que no me asuste porque todo es un sueño, y volveré a escuchar las voces de los pasajeros, y la de mi madre quien me aconseja que sueñe que estoy dando una siesta en un tren que avanza desde Roma hasta Florencia.

A todas las madres, en su día.

11 de mayo del 2017.


DE MI ÁLBUM









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