Tres son los momentos básicos en la vida del hombre:
cuando nace, cuando conoce el amor y cuando muere. En dos de ellos interviene
esencialmente la mujer y en el primero, que es el origen de todo, nace
simultáneamente con el hijo, la madre.
Ninguna disertación, por inspirada que fuera, puede
transmitir la idea de la maternidad mejor que la madre misma escribiendo o
relatando su anécdota esencial en la vida. Pero nos llenaríamos de estupor al
mirarla aquí presente.
Ninguna madre se siente más madre por esta ceremonia.
Quizá la halague la atención de todos hacia su significado; pero en el fondo, se preguntará, a qué viene todo, si ella es la misma los 365 días del año. De aquí que me limito alcanzar algunos testimonios de acuerdo a los momentos básicos de nuestra vida: Un credo, el credo de toda madre, recopilado por doña Irene Silva de Santolaya; Una carta de un condenado a muerte a su madre; y un poema de César Vallejo en donde se encierra el amor a su madre.
Ninguna madre se siente más madre por esta ceremonia.
Quizá la halague la atención de todos hacia su significado; pero en el fondo, se preguntará, a qué viene todo, si ella es la misma los 365 días del año. De aquí que me limito alcanzar algunos testimonios de acuerdo a los momentos básicos de nuestra vida: Un credo, el credo de toda madre, recopilado por doña Irene Silva de Santolaya; Una carta de un condenado a muerte a su madre; y un poema de César Vallejo en donde se encierra el amor a su madre.
EL CREDO DE TODA MADRE
Toda madre trae
instintivamente este convencimiento, esta creencia:
Creo que
colaboro en el plan de Dios, porque Dios me ha
dado un hijo.
Creo que
el principal derecho del hombre es nacer de padres
sanos y capaces
de descubrir las mejores cualidades que trae al mundo para desarrollarlas debidamente.
Creo que mi hijo formará parte de una sociedad mejor y debo prepararlo para ello.
Creo que mi hijo formará parte de una sociedad mejor y debo prepararlo para ello.
Creo que
la madre es la principal gestora del verdadero progreso
humano y por
eso anhelo ser madre de verdad.
Creo que
para elevar el espíritu de mi hijo hay un solo camino: levantar la
mirada hacia el cielo. Le enseñaré a mirar muy alto hasta encontrar a Dios en su corazón.
Creo que debo moldear la conciencia de mi hijo. Purificaré la mía que ha de ser para él la mayor inspiración.
Creo que debo moldear la conciencia de mi hijo. Purificaré la mía que ha de ser para él la mayor inspiración.
LA CARTA DE UN CONDENADO A
MUERTE (Joshuá)
“Hay algo que me
preocupa, madre. ¿Qué vas a pensar de mi al saber que me
he hecho católico? ¡Ah! Quizá llorarás. Pensarás que tu Joshuá ha
traicionado las viejas tradiciones. Un renegado de la raza, pensarás de mí. Y te equivocas. Es el amor a nuestra
sangre lo que me ha hecho católico. Te explicaré: Una tarde llovía
y yo estaba cansado de buscar un asilo inútilmente. Entré en una iglesia
y pensé en ti. Las lágrimas subieron a mis ojos y sentí una necesidad
aterradora de volver a ser niño que había sido, reclinar mi cabeza en tu
seno, dormir. Sobre el banco delantero al mío había una imagen. La cogí curioso.
¿Creerás que se parecía todo a ti? Sí, era una mujer de
rostro evidentemente judío, aunque levemente iluminado por una ternura de
muchacha italiana. Al pie decía: MARÍA. Yo saqué tu fotografía y estuve
comparándola durante un rato con la estampa. Cada vez encontraba más evidente
el parecido.
MARÍA
Te preguntarás qué tiene que ver con mi conversión, pero en el corazón del hombre las cosas llegan por los más opuestos caminos. Supe que la maternidad era uno de los ejes del mundo, que todas las madres tenían que parecerse las unas a las otras y que Dios no podía haber desconocido esta suprema ternura, ni estar ausente de la gran fraternidad universal de los que han tenido madre…Y cuando me imaginaba a Dios chiquito, hundido en un seno materno, tenía una sensación de verdad tan aterradora que me parecía imposible abandonar este pensamiento. Recuerdo que cogí la vieja estampa de la mujer judía y la pegué a la espalda de tu foto. En medio de las dos me parece que haya nacido el mundo y sé que el Dios que vivió dentro de una madre tiene que bendecir a cuantos han salido de un seno.
Te preguntarás qué tiene que ver con mi conversión, pero en el corazón del hombre las cosas llegan por los más opuestos caminos. Supe que la maternidad era uno de los ejes del mundo, que todas las madres tenían que parecerse las unas a las otras y que Dios no podía haber desconocido esta suprema ternura, ni estar ausente de la gran fraternidad universal de los que han tenido madre…Y cuando me imaginaba a Dios chiquito, hundido en un seno materno, tenía una sensación de verdad tan aterradora que me parecía imposible abandonar este pensamiento. Recuerdo que cogí la vieja estampa de la mujer judía y la pegué a la espalda de tu foto. En medio de las dos me parece que haya nacido el mundo y sé que el Dios que vivió dentro de una madre tiene que bendecir a cuantos han salido de un seno.
Por eso hoy al escribirte estoy
contento. Sé que aunque yo muera tú quedas en el mundo.
O si tú has muerto quedan otras madres. Y sé que
el gran escuadrón de la maternidad –presidida
por la mujercita de mi estampa—custodiará al mundo.
Que siempre será más fuerte vuestra
armada de ternura que los estúpidos ejércitos del odio”.
FINALMENTE, LA INSPIRACIÓN
CÁLIDA DEL POETA (XXVIII)
He
almorzado solo ahora, y no he tenido
Madre,
ni súplica, ni sírvete, ni agua,
ni padre
que, en el fecundo ofertorio
de los
choclos, pregunte para su tardanza de imagen
por los
broches mayores del sonido.
¡Cómo
iba yo a almorzar. Cómo me iba a servir
de tales
platos distantes de cosas,
cuando
habráse quebrado el propio hogar,
cuando no asoma madre a los labios,
cómo iba
yo a almorzar nonada.
A la
mesa de un buen amigo he almorzado
con su
padre recién llegado del mundo
con sus canas
tías que hablan
en
tordillo retinte de porcelana
bisbiseando
por todos sus viudos alvéolos;
y con
cubiertos francos de alegres tiroriros
porque
estánse en su casa. Así qué gracia!
Y me han
dolido los cuchillos
de esta
mesa en todo el paladar.
El
yantar de estas mesas así, en que se prueba
amor
ajeno en vez del propio amor,
torna tierra el bocado que no brinda la madre,
hace
golpe la dura deglusión; el dulce, hiel;
aceite
funéreo el café,
Cuando
ya se ha quebrado el propio hogar,
y el sírvete materno no sale de la tumba,
la cocina a oscuras, la miseria de amor.
Los Órganos 1971.
Por Eduardo González Viaña
Con mamá, en el tren
Hace ahora un año, viajaba
en un tren de Roma a Venecia. Era una tarde caliente de primavera, y el
cansancio de un viaje largo por la isla de Sicilia me llamaba a la siesta y al
descanso.
Por eso, cerré los ojos, me
quedé dormido y me vi abriendo la puerta de mi casa de infancia en el Perú, en
el puerto de Pacasmayo.
No sé si en mi sueño me
encontré con las primeras personas que quise en esta vida, pero las sentí.
Pocha y Pilar, mis hermanas estaban en el colegio, y mi querido padre en su
estudio de abogado. Mi madre, aunque yo no la viera, tenía que estar allí.
¿Mamá, estás allí?,
pregunté, pero no escuché respuesta alguna. Caminé luego por el malecón del
puerto, y allí enfrente clausurando el horizonte se alzaba el muelle negro,
eterno e interminable. De repente sentí que una marejada se llevaba el muelle,
mi infancia y mis sueños.
Pero no se llevó todo.
Quedaron mis recuerdos. Me vi pequeño escuchando a la maestra de kindergarten
mientras hablaba con mamá: “Lo siento, doña Mercedes. No creo que Eduardito
llegue a aprender a leer. Hasta ahora no pasa de la letra che… Pero no se
preocupe, podrá trabajar en el fundo de arroz de su padre. O, incluso, podrá
llegar a general y a presidente como lo hizo el general Odría".
Mamá no se inmutó. De
inmediato, inventó su propio método de alfabetización. Puso cartelitos a las
cosas: MESA a la mesa, SILLA a la silla y MAR al mar que se extendía frente a
la ventana de nuestra casa. Centenares de pequeños papeles como esos me
enseñaron a leer en algo así como un mes… y desde entonces, me paso la vida
tratando de aprender a escribir.
Tampoco le dio trabajo a la
parroquia en prepararme para mi Primera Comunión. Le bastó con arrancar la
página de un block y escribió allí la lista de mis posibles pecados. “Se los
lees al curita, y ya está”, me dijo. Por mi parte, cuando ella dejó de
ayudarme, la imité durante mucho tiempo, escribí páginas enteras con mis
pecados que mi confesor escuchaba no sé si con aburrimiento o con envidia, Y creo
que así me nació la vocación de escribir historias.
“Es muy bueno que te pongas
en paz contigo mismo”- dijo mi padre que nos estaba escuchando, “pero también
importa que seas generoso.” “Tienes que ser solidario con los pobres. Y ese es
un deber tan importante como aprender todas las letras y palabras que están más
allá de la che".
Creo que alguna vez les
dije:
Papá y mamá, los voy a
extrañar. Sin ustedes, creo que voy a ser un hombre triste”-
“Ni lo pienses”-contestó mi
madre. “Abre la ventana, mira el mar y aspíralo, y siempre estarán contigo
todos los que amas”
.
.
“¿Y si no tengo ventanas ni
mar?”, pregunté.
“No importa.”-respondió mi
mamá. “Respira profundamente.
Cierra los ojos. Y estarás en un instante en el paraíso”
Cierra los ojos. Y estarás en un instante en el paraíso”
Durante estos últimos
tiempos, he estado cada año en Italia para presentar un nuevo libro traducido a
su idioma, en total siete, y sin embargo pienso que a lo mejor no he estado
allí, que tan sólo he acatado el consejo de mi madre y, al cerrar los ojos, me
he encontrado en un tren que avanza por un país encantado en el que todo huele
a limoncello.
Mi madre siempre está,
estaba y estará conmigo. No la escucho, pero lo sé.
Y cuando a mí también me
toque irme, vendrá a cerrarme los ojos y a decirme que no me asuste porque todo
es un sueño, y volveré a escuchar las voces de los pasajeros, y la de mi madre
quien me aconseja que sueñe que estoy dando una siesta en un tren que avanza
desde Roma hasta Florencia.
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