DE: ORACIONES SIGLO XX
“YO, YO, YO … Y LOS OTROS”
Señor: Deja que hoy me
olvide de mí, para rezarte la “oración por los ajenos” en molde de un poeta
uruguayo, Ernesto Pinto.
“¡No te pido por mí, Señor,
que todo lo poseo,
al no desear por Ti ya nada!
¡Te pido por los otros, que
desfallecen en la noche
y tienen la boca rebelde a
la miel de la plegaria
y jamás doblegaron la
rodilla en tu presencia santa!
¡No te pido por mí, Señor!
¿Qué puedo yo desear, si has
rebasado mi esperanza?
¡Te pido por los otros,
cubiertos de tinieblas,
que desde el polvo no ven la
final estrella
y miran, sin ver que florece
tu sonrisa en el borde de
[ sus tristezas!
¡No te pido por mí, Señor,
que has poblado mi pobreza
de astros y azucenas!
¡Te pido por los otros, que
gozando de múltiples riquezas
y que dueños de muchas
fuentes, desfallecen de sed,
porque les falta tu agua!
¡No te pido por mí, Señor!
¡Si me has enseñado hasta a
bendecir la lágrima!
¡Te pido por los otros, que
lloran sin remedio!
Y se afligen por el jardín,
estando secas las flores,
cuando Tú eres fuente,
huerto y rosal que les falta.
¡No te pido por mí, Señor!
¡Te pido por los otros, mis
hermanos!
¡No saben que el sendero
está escondido;
hazles mirar dentro del
alma!
¡Ignoran que tu casa no está
arriba,
sino en lo íntimo del
corazón, que bien te ama!
¡No te pido por mí!
¡Te pido por los otros, para
que te amen y los ames,
Señor del dulce fuego y de
la fuerte agua!”
Rafael de Andrés
ASCENSIÓN DEL SEÑOR
Jesús envía a sus discípulos
“Por su parte, los Once discípulos partieron
para Galilea, al cerro donde Jesús los había citado. Cuando vieron a Jesús se
postraron ante él, aunque algunos todavía desconfiaban. Entonces Jesús,
acercándose, les habló con estas palabras: ‘Todo poder se me ha dado en el
cielo y en la tierra. Por eso, vayan y hagan que todos los pueblos sean mis
discípulos. Bautícenlos, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado. Yo estoy con
ustedes todos los días hasta que se termine este mundo”. Mateo 28,
16-20
El episodio de la ascensión que nos presenta el
evangelio de Mateo, tiene una finalidad clara, que “El Dios con nosotros”, ha
recorrido transversalmente todo el Evangelio. Que “El Dios con nosotros”, le
ofrece a la comunidad en formación “Once”, nuevos horizontes para la misión,
pues en el primer envío habían sido destinados a las ovejas perdidas de la casa
de Israel (Mt. 10,6), para que la Palabra de Dios trascienda fronteras y
culturas, con un mensaje trinitario y una palabra eficaz. Pero además el relato
se convierte en la forma de hacerle entender a la comunidad que Jesús ha sido
fiel a los designios de Dios, por lo tanto la muerte no se puede entender como
una derrota.
Cristo
y “los Otros”
Pocas veces en la
historia el hombre ha esperado tanto de la vida como en los años en que nos ha
tocado vivir. Todos quieren urgentemente viajes, títulos universitarios,
cuentas en los bancos…Es un deseo normal, que la gente, según los adelantos, ha
tenido siempre. Lo característico del deseo actual de progreso es que se ciñe
sobre todo a lo material y con un carácter mesianista.
La prédica de un
“paraíso terrestre” hecha durante años por los creadores del “infierno
soviético” ha influido algo en ese deseo de progreso, pero que al tiempo se
traduce en una tensión violenta. Esa tensión es, ante todo, irreal, no de
planteamiento consciente. Nos fijamos en el nivel de vida norteamericana, por
ejemplo, pero no en cómo lo han logrado. Han venido, incluso, a recaudar fondos en el Perú para fundar en
Nueva York la Universidad de Fordham, después de haber pasado décadas la dura
carreta del pionero.
En segundo lugar, el
progreso consiste no sólo en un alto nivel material. Básicamente consiste en un
alto nivel espiritual, cultural, religioso, de higiene mental colectiva, de
seguridad familiar, de madurez y respeto cívicos. Progreso imposible sin
educación, sin humanización, o sea, sin cristianización.
El Evangelio de hoy nos recuerda que ‘todo el poder en el
cielo y la tierra, se le ha dado a Jesús’,
es decir, que no puede haber salvación sin Cristo. No sólo salvación del infierno eterno sino de esos infiernos
temporales que son la miseria, la ignorancia, la inseguridad; porque el
progreso del hombre no sólo puede ser material, tiene que ser humano, desde la
comida hasta el sentido en la vida; y es imposible el sentido en la vida, la
coherencia consigo mismo y con los demás, sin Dios. Todas las Cartas y Tratados
son inoperantes si prescindimos de la Carta de Dios que es el Evangelio; del
Tratado de Dios que es la Redención.
El progreso humano
necesita jefes: economistas, políticos, maestros, consultores, críticos. Pero
ninguno de ellos es el Mesías, la piedra angular del edificio humano natural y
sobrenatural. Es necesaria la obra de “esos otros”. Pero la clave es sólo
Cristo. (Todos los pueblos sean mis discípulos)
José
M. de Romaña
DE MI ÁLBUM
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