(Para mis hermanos Adelaida y Wenceslao en el primer
aniversario de nuestra inolvidable muerta)
Madre:
con la misma tristeza con
que caen
las hojas amarillas del
Otoño.
Con el mismo amargor con que
desbórdase
la tierra removida en los
sepulcros,
han caído en mi espíritu los
días
del año de tu viaje sin
retorno.
Un año, madre mía, que andas
lejos
de tu tierra, de tu casa, de
tus hijos.
Un año que, al impulso de
los vientos del destino,
la barca de la muerte hinchó
sus velas
y en ella te marchaste para
siempre.
Muy vivo está el recuerdo de
tu adiós martirizante.
Fue un día azul de agosto
como ahora, madre mía.
Las aguas por los cauces
corrían como lágrimas.
Las flores se agostaban de
sed en las riberas
y el suelo polvoriento
gemía bajo el puño flamígero
del sol.
Fue un día azul de agosto,
después que deleitarte aún
pudiste
con la dulce visión de los
festejos
de la santa “patrona” del
lugar.
Sana y buena alcanzaste
todavía
a rezar a la Virgen de
rodillas
junto al gran chisperío del
altar.
Sana y buena alcanzaste por
vez última
a besar las sandalias y las
manos
de esa virgen que fue en tu
vida toda:
bandera de esperanza en tus
miserias
y refugio de consuelo en tus
dolores…
Y un día al aquietarse los
ruidos de la fiesta
y el eco al apagarse de
kenas y pinkullos,
perdiéndose por todos los
caminos
el ay de los adioses
de las koyas y ñushtas
imperiales,
caíste bajo el cielo con la
angustia
de una espiga ya madura
desgajada en la hora del
crepúsculo.
Y rayaste con tu quilla las
ondas del misterio…
Y hoy nadie sabe, madre, qué
rosa de los vientos
guiando irá la barca
doliente en que partiste
la barca piloteada por manos
de la muerte…
Y mis ojos ya de tanto llorar hoy se han secado,
mis lágrimas no corren como
ayer.
Y es que, madre, el dolor
cerró sus válvulas
aumentando su hiel y sus
tensiones,
y hoy me duele el corazón
tan hondamente
como cuando rajóse con los
clavos
que cerraron para siempre tu
ataúd.
Madre:
en tu túmulo mortuorio,
junto al dulce y bendito
crucifijo
que prende su agonía en tu
memoria,
quemo hoy todos mis cirios
más fulgentes,
y te dejo esta corona
con las rosas y cipreses de
armonía
cogidos de mi huerto más
fecundo.
Esta fúnebre corona
es el beso ultrasensible,
es el cuño de dolor con que
yo sello
los labios redentores de tu
tumba.
Es el beso,
el gran beso de amor del
hijo ausente
con que hoy quiere
devolverte
todo el inmenso amor con que
curaste
las muchas llagas de su vida
mártir…
RÍO - MÚSICA –
EVOCACIÓN
Nada tengo que decirle a las
estrellas
en esta noche en que el
cielo
desnudo está como Adán,
ni a la muerta tez de perla,
que aporcelana la Tierra con
su luz.
No tengo nada que ver
con el viento que desnata su
frior sobre mi testa
y que robándose pasa
la emanación de las flores
y el murmullo de los
bosques.
No me seducen los cantos de
los acridios insomnes,
ni el ladrido de los perros
cuidadores
de los ranchos sin pan del
arrabal.
La quebrada de allá, abajo,
me subyuga,
donde cantando está el río
sobre las piedras dormidas
de su cauce.
DE MI ÁLBUM
No hay comentarios:
Publicar un comentario