DE: ORACIONES SIGLO XX
“DESTINO: LAS
ESTRELLAS”
Señor: Nuestro tiempo
ha recibido calificativos como los del siglo de la bomba atómica, civilización
de imagen, época del feminismo, edad del sexo, período social. Todos estos
nombres son aptos para bautizar el tiempo que nos está tocando vivir. Pero, tal
vez, ninguno tan propio como el de era espacial.
Por eso, Señor,
mientras los pioneros del espacio rompen la cáscara terrena de la atmósfera,
para lanzarse a la aventura de nuevas órbitas, voy a rezarte la “oración del
astronauta”, recitada por vez primera por el capellán de la primera tripulación
de cosmonautas yanquis, a bordo del Lake
Champlain :
“Buen Dios, que nos
escuchas,
ahora que una vida
preciosa
está a punto de ser
lanzada a los cielos,
el terror se apodera
de nosotros,
tenemos miedo al
peligro inminente.
Buen Dios, que nos
escuchas, te damos las gracias
porque nos has
proporcionado
hombres dispuestos a
sacrificar su existencia
para abrirnos las
puertas del espacio.
Que puedan
conseguirlo, sin perder la vida.
Que puedan coronar con
éxito los esfuerzos
para explorar los
senderos de la sabiduría:
no sólo para
extendernos por el universo,
sino por un universo
pacífico,
donde vivamos con
nosotros mismos y contigo. Amén”.
Rafael de Andrés
DOM. PENTECOSTÉS
“La tarde de ese mismo día, los discípulos estaban
a puertas cerradas por miedo a los judíos. Jesús se hizo presente allí, de pie
en medio de ellos.
Les dijo: ‘La paz sea con ustedes’. Después de
saludarlos así, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se llenaron
de gozo al ver al Señor.
Él les volvió a decir: ‘La paz esté con ustedes.
Así como el Padre me envió a mí, así yo les envío a ustedes’. Dicho esto sopló
sobre ellos: ‘Reciban el Espíritu Santo, a quienes ustedes perdonen, queden
perdonados, y a quienes no libren de sus pecados, queden atados”. Juan 20, 19-23
Desde la perspectiva
del Resucitado, no hay lugar en donde nos encontremos que Él no pueda acceder.
Y cuando lo hace, no lo hace como un juez, sino para traernos sus regalos y
bendiciones. Nos concede la paz, el Shalom de Jesús, es “Dios en tu corazón”.
Luego nos concede la Misión, que no coincide
en tener actividades misioneras, sino que toda la vida es misión, porque
quien ve a la comunidad, encuentra al Resucitado. Por último, como tercer gran
regalo nos concede su Espíritu Santo para que seamos fieles y serenos en la
misión de anunciar el reino a toda la humanidad.
POBRE DE MÍ SI NO ANUNCIO EL EVANGELIO
El Espíritu Santo
“Día del Espíritu
Santo” tiene un sonido menos concreto y alusivo que decir Día de la madre, del
Indio o del Árbol. Pero aunque no tengamos sensibilidad para eso, el Espíritu
Santo representa en nuestra vida mucho más que las realidades terrestres.
En lo puramente
humano --Cristo es humano-divino--, el
punto más alto de la humanidad es una mujer, María, llena de gracia y madre de
Dios. En lo puramente divino, la persona más cercana a la humanidad es el
Espíritu. Ambos puntos de cercanía
entraron en contacto --“El
Espíritu descenderá sobre ti”—y se produjo la encarnación del Verbo, la
presencia humana de Dios que llamamos históricamente Cristo.
Pero el Espíritu
estuvo presente no sólo en la vida de María. Por la fe sabemos que es la
presencia personal de Dios en todos nosotros.
Necesitamos la salud,
el trabajo, el dinero, el amor, la sociedad. Por todo eso, para poder vivirlo
recta y plenamente y por lo que hay más allá de la muerte, necesitamos mucho
más del Espíritu Santo que de toda realidad terrestre.
¿Cómo es el Espíritu
Santo? La liturgia inspirada en la tradición primitiva y en la Biblia, nos
esboza sus funciones. Es sabiduría y alegría. Vehemencia y prudencia. Valor y
ternura. Padre de los pobres, generoso, luz del corazón, consolador espléndido,
habitante del alma, refrigerio, descanso en el trabajo, templanza en el ardor,
calma en el llanto, luz de felicidad perfecta. Sin Él nada es recto y nada es
el hombre. Él lava las manchas, riega los desiertos del espíritu humano, cura
sus enfermedades, hace flexible la rigidez, calienta el frío, endereza el
extravío. Es fuerza y puerto para llegar a la eterna felicidad.
Sin fe, toda esa
descripción es mera música celestial. Lo curioso es que muchos cristianos de fe
débil, aceptarían felices y pacificados esa descripción del Espíritu divino si
la leyeran en un texto hindú o siquiera en Teilhard de Chardin, Lanza del Vasto
o hasta en Gurdjieff. La leen en la liturgia de este domingo de Pentecostés,
entre codazos, bandeja de colecta y sermón gesticulado allá lejos y estos
accidentes les opacan la visión. Tal vez no son sólo estos accidentes; quizás
es el gusto estragado por los “alimentos terrestres”, incapaz de comprender y
paladear esa realidad profunda de la vida: Dios inhabitante del alma, fuerza
del alma para el camino largo hasta el destino final, a través de montes y
mares.
En un mundo más
masificado que social, o sea siempre disperso y meramente yuxtapuesto, en un
mundo de odios y enfrentamientos casi insalvables, la acción del Espíritu Santo
es de necesidad histórica vital. Es el espíritu de verdad, de justicia y de
amor. Y la solución del mundo, de cada país, familia y persona sólo es posible
en la verdad, en el amor y en la justicia. Utilización del átomo sólo para la
paz, reforma agraria, ayuda a países en desarrollo… Todo eso está bien. Pero
sin la vigencia del Espíritu es imposible.
Que Dios nos dé fe para
aceptar, comprender y aún sentir esa realidad tan inasible y tan concreta, tan
lejana y tan cotidiana, tan difícil de hacer presente en la conciencia y tan
definitivamente importante para vivir la vida, la muerte y la ultra vida.
José M. de Romaña.
DE MI ÁLBUM
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