jueves, 1 de junio de 2017

EL DÍA FESTIVO POR EXCELENCIA


DE: ORACIONES SIGLO XX

“DESTINO: LAS ESTRELLAS”

Señor: Nuestro tiempo ha recibido calificativos como los del siglo de la bomba atómica, civilización de imagen, época del feminismo, edad del sexo, período social. Todos estos nombres son aptos para bautizar el tiempo que nos está tocando vivir. Pero, tal vez, ninguno tan propio como el de era espacial.

Por eso, Señor, mientras los pioneros del espacio rompen la cáscara terrena de la atmósfera, para lanzarse a la aventura de nuevas órbitas, voy a rezarte la “oración del astronauta”, recitada por vez primera por el capellán de la primera tripulación de cosmonautas yanquis, a bordo del Lake Champlain :
“Buen Dios, que nos escuchas,
ahora que una vida preciosa
está a punto de ser lanzada a los cielos,
el terror se apodera de nosotros,
tenemos miedo al peligro inminente.

Buen Dios, que nos escuchas, te damos las gracias
porque nos has proporcionado
hombres dispuestos a sacrificar su existencia
para abrirnos las puertas del espacio.

Que puedan conseguirlo, sin perder la vida.

Que puedan coronar con éxito los esfuerzos
para explorar los senderos de la sabiduría:
no sólo para extendernos por el universo,
sino por un universo pacífico,
donde vivamos con nosotros mismos y contigo. Amén”.

Rafael de Andrés



DOM. PENTECOSTÉS



“La tarde de ese mismo día, los discípulos estaban a puertas cerradas por miedo a los judíos. Jesús se hizo presente allí, de pie en medio de ellos.

Les dijo: ‘La paz sea con ustedes’. Después de saludarlos así, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de gozo al ver al Señor.

Él les volvió a decir: ‘La paz esté con ustedes. Así como el Padre me envió a mí, así yo les envío a ustedes’. Dicho esto sopló sobre ellos: ‘Reciban el Espíritu Santo, a quienes ustedes perdonen, queden perdonados, y a quienes no libren de sus pecados, queden atados”. Juan 20, 19-23



Desde la perspectiva del Resucitado, no hay lugar en donde nos encontremos que Él no pueda acceder. Y cuando lo hace, no lo hace como un juez, sino para traernos sus regalos y bendiciones. Nos concede la paz, el Shalom de Jesús, es “Dios en tu corazón”. Luego nos concede la Misión, que no coincide  en tener actividades misioneras, sino que toda la vida es misión, porque quien ve a la comunidad, encuentra al Resucitado. Por último, como tercer gran regalo nos concede su Espíritu Santo para que seamos fieles y serenos en la misión de anunciar el reino a toda la humanidad.


        POBRE DE MÍ SI NO ANUNCIO EL EVANGELIO      




El Espíritu Santo


“Día del Espíritu Santo” tiene un sonido menos concreto y alusivo que decir Día de la madre, del Indio o del Árbol. Pero aunque no tengamos sensibilidad para eso, el Espíritu Santo representa en nuestra vida mucho más que las realidades terrestres.

En lo puramente humano  --Cristo es humano-divino--, el punto más alto de la humanidad es una mujer, María, llena de gracia y madre de Dios. En lo puramente divino, la persona más cercana a la humanidad es el Espíritu. Ambos puntos de cercanía  entraron en contacto  --“El Espíritu descenderá sobre ti”—y se produjo la encarnación del Verbo, la presencia humana de Dios que llamamos históricamente Cristo.
Pero el Espíritu estuvo presente no sólo en la vida de María. Por la fe sabemos que es la presencia personal de Dios en todos nosotros.

Necesitamos la salud, el trabajo, el dinero, el amor, la sociedad. Por todo eso, para poder vivirlo recta y plenamente y por lo que hay más allá de la muerte, necesitamos mucho más del Espíritu Santo que de toda realidad terrestre.

¿Cómo es el Espíritu Santo? La liturgia inspirada en la tradición primitiva y en la Biblia, nos esboza sus funciones. Es sabiduría y alegría. Vehemencia y prudencia. Valor y ternura. Padre de los pobres, generoso, luz del corazón, consolador espléndido, habitante del alma, refrigerio, descanso en el trabajo, templanza en el ardor, calma en el llanto, luz de felicidad perfecta. Sin Él nada es recto y nada es el hombre. Él lava las manchas, riega los desiertos del espíritu humano, cura sus enfermedades, hace flexible la rigidez, calienta el frío, endereza el extravío. Es fuerza y puerto para llegar a la eterna felicidad.
Sin fe, toda esa descripción es mera música celestial. Lo curioso es que muchos cristianos de fe débil, aceptarían felices y pacificados esa descripción del Espíritu divino si la leyeran en un texto hindú o siquiera en Teilhard de Chardin, Lanza del Vasto o hasta en Gurdjieff. La leen en la liturgia de este domingo de Pentecostés, entre codazos, bandeja de colecta y sermón gesticulado allá lejos y estos accidentes les opacan la visión. Tal vez no son sólo estos accidentes; quizás es el gusto estragado por los “alimentos terrestres”, incapaz de comprender y paladear esa realidad profunda de la vida: Dios inhabitante del alma, fuerza del alma para el camino largo hasta el destino final, a través de montes y mares.

En un mundo más masificado que social, o sea siempre disperso y meramente yuxtapuesto, en un mundo de odios y enfrentamientos casi insalvables, la acción del Espíritu Santo es de necesidad histórica vital. Es el espíritu de verdad, de justicia y de amor. Y la solución del mundo, de cada país, familia y persona sólo es posible en la verdad, en el amor y en la justicia. Utilización del átomo sólo para la paz, reforma agraria, ayuda a países en desarrollo… Todo eso está bien. Pero sin la vigencia del Espíritu es imposible.

Que Dios nos dé fe para aceptar, comprender y aún sentir esa realidad tan inasible y tan concreta, tan lejana y tan cotidiana, tan difícil de hacer presente en la conciencia y tan definitivamente importante para vivir la vida, la muerte y la ultra vida.

José M. de Romaña.


DE MI ÁLBUM





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