La
flauta era muy popular en las primeras décadas del siglo XIX. Así lo muestran
reiterados anuncios publicitarios de instrumentos y partituras en periódicos de
la época. Guillermo Prieto en sus Memorias describe con nostalgia los alegres
bailes de su juventud y las enamoradas serenatas, animadas por conjuntos de
flauta, bandola y bajo. Esta agrupación era la encargada de interpretar los
sones y jarabes en las fiestas. También sabemos que era usual que la flauta se
tañera en compañía de la guitarra.
Pronto se estableció el uso
de flautas en las filas de las bandas militares. Sus valses y marchas alegraban
los domingos pueblerinos en los kioscos de las plazas. En 1822, la orquesta de
la Capilla Imperial de Iturbide incluía dos flautas en su nómina. Y el contrato
establecía que los ocupantes de esas plazas debían de tocar también los
clarinetes.
La flauta transversa contó
con hábiles intérpretes a lo largo del siglo XIX. Santiago Herrera tuvo
numerosos discípulos en Guadalajara. Mariano Jiménez, músico de bandas
militares y de orquestas teatrales, ocupó la plaza de primera flauta en la
Orquesta de la Colegiata de Guadalupe a partir de 1854. También fue profesor y
autor de obras didácticas. Antonio Aduna fue el flautista más famoso de su
tiempo. Se tiene noticia de que ejecutó su "Concierto para flauta" en
la inauguración del Teatro Santa Anna en 1844, donde compartió el programa con
el célebre violonchelista Maximilian Böhrer, quien hacía arreglos de aires populares
para ser tocados en concierto. Aduna fue miembro fundador del Conservatorio en
1867. Para esta institución redactó su "Método de flauta", el cual
sirvió de texto oficial hasta el final del siglo. Otro virtuoso, Felipe Ramírez
Valdés, triunfó en París en la década de los sesenta, según informa la prensa
de la época. Tenía la rara habilidad de poder acompañarse al piano con una
mano, mientras tocaba la flauta con la otra mediante un mecanismo de su
invención. Me gustaría saber cómo era ese aditamento que le permitía tocar las
notas de la flauta con una sola mano, pero tanto sus obras como su invento
están perdidos.
El francés Emile Palant tuvo
en nuestro país una carrera breve y fulgurante. Viajando desde San Francisco
con destino a su patria, una pelea con el capitán hizo que fuera arrojado al
mar tras una brutal golpiza. Fue rescatado en las playas del pacífico mexicano
y fue así como llegó al puerto de Acapulco. Se trasladó a la ciudad de México
con objeto de hacerse de recursos y ofreció clases y conciertos. Tal fue su
éxito que llegó ser director de la Orquesta Imperial de Maximiliano. Introdujo
en México la música de Wagner estrenando la Gran marcha de Tanhauser. Recogió
50 sones y jarabes para su "Historia de la música de México desde la época
prehispánica hasta el Segundo Imperio", obra pionera en su género que
nunca llegó a publicarse. Su rastro se pierde tras la caída de Maximiliano. Se
sabe que murió en París en 1880.
En el último tercio del
siglo XIX destaca la figura del flautista potosino Juan Hernández Acevedo.
Provenía de una familia de ricos hacendados. Estudió en París con el famoso
Henri Altés, amigo del pintor Degas, quien lo retrata en dos ocasiones, y autor
del primer método para la flauta Boehm. El alemán Theobald Boehm había
revolucionado la construcción del instrumento a mediados del siglo y Altés
logró sistematizar la nueva técnica en un método. Es probable que Hernández
Acevedo haya sido quien introdujo la flauta de Boehm a México, aunque el modelo
clásico de madera con ocho llaves continuó empleándose durante mucho tiempo.
Hernández Acevedo recorrió el país tocando como solista y formando duetos.
Compuso dos sinfonías y dos misas, además de mucha música para piano y música
de cámara. Formó parte del grupo de Los Seis, junto con Ricardo Castro,
Villanueva, Campa, Meneses y Quesada, que renovó la música mexicana adoptando
la influencia francesa. Ellos se reunían en los altos de una casa en la calle
Isabel la Católica donde estaba prohibido hablar en español: sólo el francés
era permitido. Fundó una academia en sociedad con Gustavo Campa con objeto de
crear un arte verdaderamente nacional. Entre sus discípulos destacan: Ambrosio
Vázquez, Germán Canseco y Librado Suárez.
Debo decir, por último, algo
del repertorio romántico mexicano. La primera obra para flauta del periodo
independiente es la "Gran Pieza histórica", de José Antonio Gómez,
para flauta, violín, chelo y piano. Fue escrita en honor de Agustín de Iturbide
cuando el compositor tenía 17 años. Es una obra descriptiva que narra las
vicisitudes de la guerra de independencia en poco más de 50 miniaturas
musicales precedidas de breves textos a cargo de un narrador. El mismo Gómez
publica en 1840 su "Olla podrida", para flauta y piano: un potpurrí
hecho con temas de una ópera italiana entonces de moda: La Clara de Rosenberg.
De ese mismo año es el "Stabat Mater" de Joaquín Martínez Falcón,
para tiple o tenor, con acompañamiento de dos flautas y piano. Fred Lax, un
flautista inglés de visita en nuestro país en la segunda mitad del siglo,
escribió una suite basada en temas populares titulada "Aires nacionales
mexicanos". La suite incluye una jota, una canción romántica, Las
golondrinas y hasta el Himno Nacional con variaciones. Del periodo porfiriano
es el "Andante Cantabile" del veracruzano Emilio Méndez Bancel. Es
una pieza corta, de unos cuatro minutos de duración, muy expresiva y
sentimental. Bien armonizada.
Y esto es cuanto sé de mis
antepasados en la flauta durante ese periodo que va de la Independencia a la
Revolución. No es mucho: apenas unas noticias dispersas que arrojan más
preguntas que respuestas, ecos y murmullos de sus lejanas voces, piezas de un
rompecabezas que dibuja nuestro rostro y punto de partida de ulteriores
investigaciones.
DE MI ÁLBUM
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