DE: ORACIONES
SIGLO XX
“ELSOBERANO”
“Bendecid al
Señor, todos los seres, bendecid
[al Señor.
Bendecidlo
pastores, de las anchas llanuras,
y vosotros,
los tigres del África ignorada,
águilas que
miráis de frente al sol,
borrascas de
los Alpes, tibias lluvias cayendo
en las
palmeras inclinadas de calor;
barcos
perdidos, solos, en las calmas remotas,
espejos
tranquilos de los fiords;
pinos de
Roma, olivos de Córdoba, abetos
en las
colinas frías y transidas de olor,
arenas del Sáhara,
selvas impenetrables,
bendecid al
Señor.
Te bendigan
Señor, las catedrales solas
con vidrieras
que nadie ha podido alcanzar;
bendígante
las islas sin playas ni bahías
y los
delgados arrecifes de coral.
Bendígante la
voz del vendedor de frutas
y este vaso
de vino que me voy a tomar,
y el pez
ciego de extraños colores
que se
desliza en la sima abismal.
Alábente,
Señor las estrellas, las nubes,
diga tus
alabanzas el tibio olor a pan
de los hornos
al alba, y las campesinas
que suenan
solas en la tempestad.
Digan tu
gloria los acordeones
en los
puertos, el humo quieto sobre el volcán,
los cometas
que pasan asustando luceros;
alábente los
faros, de pie en el litoral,
y lo\s
trigales y las rosaledas
y los leños
en el hogar.
Te bendigan
el que ara en los campos,
y el que cava
en las minas, el que pesca en el mar.
Bendígate la
noche y el día te bendiga,
que te dé
gloria el gozo y te alabe el dolor;
te bendiga la
niebla, el cielo limpio,
el que
contigo está y el pecador;
el sediento
que anda buscando el manantial,
que te
bendiga el odio, sin querer, y el amor.
Espacios
infinitos, horas innumerables:
bendecid al
Señor”.
(J. M. Souvirón)
Rafael de Andrés.
DOM. CUERPO Y
SANGRE DE CRISTO
El cuerpo de Cristo, pan de vida
“Yo soy el pan vivo
bajado del cielo, el que coma de este pan vivirá para siempre. El pan que yo
daré es mi carne, y la daré para la vida del mundo.
Los judíos discutían
entre ellos. Unos decían: ‘¿Cómo este hombre va a darnos a comer su carne?’
Jesús les contestó: ‘En verdad les digo: si no comen la carne del Hijo del
Hombre, y no beben su sangre, no viven de verdad. El que come mi carne y bebe
mi sangre, vive de vida eterna, y yo lo resucitaré el último día.
Mi carne es comida
verdadera y mi sangre es bebida verdadera. El que come mi carne y bebe mi
sangre vive en mí, y yo en él. Como el Padre que vive me envió, y yo vivo por
él, así, quien me come a mí tendrá de mí la vida. Este es el pan que bajó del
cielo, no como el que comieron vuestros antepasados, los cuales murieron. El
que coma este pan vivirá para siempre”. Juan 6, 51-58
El texto
enfatiza la necesidad que tiene el hombre de establecer con Dios una relación
profunda, cercana y permanente que no se reduce a unas cuantas acciones religiosas.
Comer su carne y beber su sangre, equivale a establecer la más íntima unión de
los creyentes con el Señor, como la establecida entre Jesús y el Padre, porque
la vida del Hijo brota del Padre, así de Cristo recibirá la vida todo el que se
alimenta de Él. La novedad de la experiencia de Jesús, no tiene punto de
comparación con el actuar acaecido en el desierto, cuando Dios alimentaba a su
pueblo mediante el maná, sino que el sacramento que ofrece Cristo es alimento
cierto para alcanzar la vida eterna.
Este día ni
exaltamos un rito, ni nos podemos quedar con unos signos. Exaltamos sobre todo
la vida de Jesús, que celebramos con los signos del pan y del vino con unas
significaciones muy profundas. Cuentan que Leonardo da Vinci, cuando pintó el
cuadro de la última cena, quiso que el centro de todas las miradas fuera Jesús,
pero pintó un cáliz precioso encima de la mesa, que llamaba tanto la atención
que atraía la vista de los visitantes. Cuando se enteró él, dio un brochazo de
pintura sobre el cáliz y lo hizo desaparecer. En la celebración de la
Eucaristía el foco tiene que estar en lo sustancial, que es Jesús.
¿Dónde
quieres que te preparemos la Pascua?, le preguntaron los discípulos a Jesús.
Pensaban en la pascua judía, en el rito de la conmemoración de la liberación de
la esclavitud de Egipto, pero Jesús les dice: seguid al hombre del cántaro…..
Se trataba de la celebración de una pascua distinta, algo importante iba a
suceder en su vida. Un hombre con un cántaro, indicaba el lugar de la
celebración.
La samaritana, cuando le dio Jesús de beber, encontró el verdadero
amor, dejó el cántaro, ya no tendría necesidad de utilizarlo, no le iba a hacer
falta y corrió al pueblo a anunciarlo, (Jn 4, 28). A la Eucaristía acudimos con
nuestros cántaros, pero mejor dejarlos para que no nos impidan correr para
anunciar lo que se nos da. Quizás, hoy, debiéramos pensar nosotros en las
rutinas de nuestras viejas eucaristías, pensadas y preparadas para cumplir.
¿Podemos seguir celebrando la Eucaristía, solo para proteger el rito actual y
quedarnos tranquilos? Cuando Jesús nos manda: Haced esto en conmemoración mía,
… ¿es lo que nosotros celebramos: su memoria salvadora en nuestra vida?
¿Nuestras eucaristías son alimento atractivo, que nos da fuerza y valentía para
servir al proyecto del reino del Padre?
Han pasado
muchos años y en la historia de la Eucaristía se han ido motivando y
descuidando aspectos, por eso los cristianos necesitamos recordarnos los rasgos
esenciales como la primera comunidad cristiana vivía esta última cena de
Jesús. Se ha destacado demasiado el aspecto sacrificial de la Eucaristía y
debiéramos destacar también el aspecto de comunión fraterna, para que no sea
una burla cuando participamos todos, satisfechos y necesitados, aprovechados y marginados,
sin que la celebración parezca que cuestione a nadie. Si falta fraternidad
sobra la Eucaristía. Para que la celebración no nos alimente el egoísmo se debe
tender antes a la fraternidad vivida, a resolver injusticias, a perdonar.
La comunidad
primera tenía muy claro que la celebración de la cena del Señor era un
encuentro con Jesús vivo que les daba fuerza para conocerle mejor, seguirle,
vivirle en la comunidad y en el mundo. Ellos no se sentían solos, ni nadie les
podía quitar su comunión con Jesús, ni siquiera su muerte; no sentían el vacío
de Jesús, sino que le tenían presente de otra manera: la celebración alimentaba
su fe, gustando el pan de la Palabra y comiéndole, porque les ayudaba a seguir
identificados con él y a vivir como él vivía.
Pedro Juan
Alonso O. P.
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