sábado, 10 de junio de 2017

EL DÍA FESTIVO POR EXCELENCIA


DE: ORACIONES SIGLO XX

“ELSOBERANO”

“Bendecid al Señor, todos los seres, bendecid 
                                                           [al Señor.
Bendecidlo pastores, de las anchas llanuras,
y vosotros, los tigres del África ignorada,
águilas que miráis de frente al sol,
borrascas de los Alpes, tibias lluvias cayendo
en las palmeras inclinadas de calor;
barcos perdidos, solos, en las calmas remotas,
espejos tranquilos de los fiords;
pinos de Roma, olivos de Córdoba, abetos
en las colinas frías y transidas de olor,
arenas del Sáhara, selvas impenetrables,
bendecid al Señor.

Te bendigan Señor, las catedrales solas
con vidrieras que nadie  ha podido alcanzar;
bendígante las islas sin playas ni bahías
y los delgados arrecifes de coral.

Bendígante la voz del vendedor de frutas
y este vaso de vino que me voy a tomar,
y el pez ciego de extraños colores
que se desliza en la sima abismal.

Alábente, Señor las estrellas, las nubes,
diga tus alabanzas el tibio olor a pan
de los hornos al alba, y las campesinas
que suenan solas en la tempestad.

Digan tu gloria los acordeones
en los puertos, el humo quieto sobre el volcán,
los cometas que pasan asustando luceros;
alábente los faros, de pie en el litoral,
y lo\s trigales y las rosaledas
y los leños en el hogar.

Te bendigan el que ara en los campos,
y el que cava en las minas, el que pesca en el mar.

Bendígate la noche y el día te bendiga,
que te dé gloria el gozo  y te alabe el dolor;
te bendiga la niebla, el cielo limpio,
el que contigo está y el pecador;
el sediento que anda buscando el manantial,
que te bendiga el odio, sin querer, y el amor.

Espacios infinitos, horas innumerables:
bendecid al Señor”.
                 (J. M. Souvirón)
            Rafael de Andrés.


DOM. CUERPO Y SANGRE DE CRISTO

El cuerpo de Cristo, pan de vida


“Yo soy el pan vivo bajado del cielo, el que coma de este pan vivirá para siempre. El pan que yo daré es mi carne, y la daré para la vida del mundo.

Los judíos discutían entre ellos. Unos decían: ‘¿Cómo este hombre va a darnos a comer su carne?’ Jesús les contestó: ‘En verdad les digo: si no comen la carne del Hijo del Hombre, y no beben su sangre, no viven de verdad. El que come mi carne y bebe mi sangre, vive de vida eterna, y yo lo resucitaré el último día.

Mi carne es comida verdadera y mi sangre es bebida verdadera. El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí, y yo en él. Como el Padre que vive me envió, y yo vivo por él, así, quien me come a mí tendrá de mí la vida. Este es el pan que bajó del cielo, no como el que comieron vuestros antepasados, los cuales murieron. El que coma este pan vivirá para siempre”. Juan 6, 51-58


El texto enfatiza la necesidad que tiene el hombre de establecer con Dios una relación profunda, cercana y permanente que no se reduce a unas cuantas acciones religiosas. Comer su carne y beber su sangre, equivale a establecer la más íntima unión de los creyentes con el Señor, como la establecida entre Jesús y el Padre, porque la vida del Hijo brota del Padre, así de Cristo recibirá la vida todo el que se alimenta de Él. La novedad de la experiencia de Jesús, no tiene punto de comparación con el actuar acaecido en el desierto, cuando Dios alimentaba a su pueblo mediante el maná, sino que el sacramento que ofrece Cristo es alimento cierto para alcanzar la vida eterna.


Este día ni exaltamos un rito, ni nos podemos quedar con unos signos. Exaltamos sobre todo la vida de Jesús, que celebramos con los signos del pan y del vino con unas significaciones muy profundas. Cuentan que Leonardo da Vinci, cuando pintó el cuadro de la última cena, quiso que el centro de todas las miradas fuera Jesús, pero pintó un cáliz precioso encima de la mesa, que llamaba tanto la atención que atraía la vista de los visitantes. Cuando se enteró él, dio un brochazo de pintura sobre el cáliz y lo hizo desaparecer. En la celebración de la Eucaristía el foco tiene que estar en lo sustancial, que es Jesús.



¿Dónde quieres que te preparemos la Pascua?, le preguntaron los discípulos a Jesús. Pensaban en la pascua judía, en el rito de la conmemoración de la liberación de la esclavitud de Egipto, pero Jesús les dice: seguid al hombre del cántaro….. Se trataba de la celebración de una pascua distinta, algo importante iba a suceder en su vida. Un hombre con un cántaro, indicaba el lugar de la celebración.

La samaritana, cuando le dio Jesús de beber, encontró el verdadero amor, dejó el cántaro, ya no tendría necesidad de utilizarlo, no le iba a hacer falta y corrió al pueblo a anunciarlo, (Jn 4, 28). A la Eucaristía acudimos con nuestros cántaros, pero mejor dejarlos para que no nos impidan correr para anunciar lo que se nos da. Quizás, hoy, debiéramos pensar nosotros en las rutinas de nuestras viejas eucaristías, pensadas y preparadas para cumplir. ¿Podemos seguir celebrando la Eucaristía, solo para proteger el rito actual y quedarnos tranquilos? Cuando Jesús nos manda: Haced esto en conmemoración mía, … ¿es lo que nosotros celebramos: su memoria salvadora en nuestra vida?


¿Nuestras eucaristías son alimento atractivo, que nos da fuerza y valentía para servir al proyecto del reino del Padre?
Han pasado muchos años y en la historia de la Eucaristía se han ido motivando y descuidando aspectos, por eso los cristianos necesitamos recordarnos los rasgos esenciales como la primera comunidad cristiana vivía esta última cena de Jesús. Se ha destacado demasiado el aspecto sacrificial de la Eucaristía y debiéramos destacar también el aspecto de comunión fraterna, para que no sea una burla cuando participamos todos, satisfechos y necesitados, aprovechados y marginados, sin que la celebración parezca que cuestione a nadie. Si falta fraternidad sobra la Eucaristía. Para que la celebración no nos alimente el egoísmo se debe tender antes a la fraternidad vivida, a resolver injusticias, a perdonar.

La comunidad primera tenía muy claro que la celebración de la cena del Señor era un encuentro con Jesús vivo que les daba fuerza para conocerle mejor, seguirle, vivirle en la comunidad y en el mundo. Ellos no se sentían solos, ni nadie les podía quitar su comunión con Jesús, ni siquiera su muerte; no sentían el vacío de Jesús, sino que le tenían presente de otra manera: la celebración alimentaba su fe, gustando el pan de la Palabra y comiéndole, porque les ayudaba a seguir identificados con él y a vivir como él vivía.

Pedro Juan Alonso O. P.

DE MI ÁLBUM






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