Vivimos a nivel nacional y mundial
situaciones de violencia que desafían nuestro entendimiento. No solo de seres
humanos contra otros seres humanos, especialmente en el Norte de África, en
Sudán y en Oriente Medio, sino también contra la naturaleza y la Madre Tierra.
El Papa Francisco en su encíclica ecológica, Cuidando la Casa Común, llega a
afirmar que «nunca hemos maltratado y herido tanto nuestra Casa Común como en
los dos últimos siglos» (nº 53). No sin razón se está imponiendo la idea de que
hemos inaugurado una nueva era geológica, el antropoceno, según el cual el gran
meteoro rasante amenazador de la vida en el planeta es el mismo ser humano, que
se ha vuelto el Satán de la Tierra a pesar de haber sido llamado a ser el
cuidador del Jardín del Edén.
La existencia de la
violencia, que no es raro encontrar bajo la forma de aterradora crueldad,
representa un desafío para el entendimiento. Teólogos, filósofos, científicos y
sabios no han encontrado hasta hoy una respuesta convincente.
Quiero presentar
sumariamente la propuesta de un notable pensador francés que vivió muchos años
en Estados Unidos y falleció en 2015: René Girard (1923-2015). Apreciaba mis
textos y la Teología de la Liberación hasta el punto de organizar él mismo un
encuentro en Piracicaba-SP (25-29 de junio de 1990) con varios teólogos y
teólogas, pues veía en los propósitos de este tipo de teología la posibilidad
de superación de la lógica de la violencia.
De su vasta obra destaco dos
principales: “Lo sagrado y la violencia” (Rio 1990) y “Cosas escondidas desde
el principio del mundo” (Rio 2005). ¿Cuál es la singularidad de Girard? Él
parte de la tradición filosófico-psicoanalítica que afirma que el deseo es una
de las fuerzas más estructuradoras del ser humano. Somos seres de deseo. Éste
no conoce límites y desea la totalidad de los objetos. Por ser indeterminado,
el ser humano no sabe cómo desear. Aprende a desear, imitando el deseo de los
otros (“deseo mimético” en el lenguage de Girard).
Eso se ve claro en los
niños. Por muchos juguetes que tenga un niño, lo que más quiere es el juguete
de otro niño. Y ahí surge la rivalidad entre ellos. Uno quiere el juguete sólo
para él, excluyendo al otro. Si otros niños entran en ese mimetismo, entonces
se origina un conflicto de todos contra todos.
Este mecanismo, afirma
Girard, es paradigmático de toda sociedad. La situación de rivalidad-exclusión
se supera cuando todos se unen contra uno, haciéndolo chivo expiatorio. Se le
culpa de querer el objeto sólo para sí. Al unirse contra él, olvidan la
violencia entre ellos y conviven con un mínimo de paz.
En efecto, las sociedades
viven creando chivos expiatorios. Los culpables son siempre los otros: el
Estado, el PT, los políticos, la policía, los corruptos, los pobres, etcétera.
Es importante no olvidar que el chivo expiatorio solamente oculta la violencia
social, ya que todos continúan rivalizando entre sí. Por eso, la sociedad goza
de un equilibrio frágil. Cada cierto tiempo, con o sin chivo expiatorio
explícito, la violencia se manifiesta especialmente en aquellos que se sienten
perjudicados y buscan compensaciones.
Lo expresó bien Rubem
Fonseca en su libro El Cobrador. Un joven de clase media empobrecida, empujado
por las circunstancias practica actos ilícitos. Se siente robado por la sociedad
dominante y confiesa: «Me están debiendo colegio, sándwich de mortadela en el
bar, helado, pelota de fútbol… me están debiendo una chica de veinte años,
llena de dientes y perfume. Siempre tuve una misión y no lo sabía. Ahora sé… sé
que si todo jodido hiciese como yo, el mundo sería mejor y más justo».
Aquí se busca una solución
individual a un problema social. En la medida en que permanece individual no da
mucho miedo. Por el contrario, los principales causantes de la violencia
estructural son las clases dominantes que acumulan para sí, a costa del
empobrecimiento de los otros. Cuanto más duramente se aplican las leyes contra
los empobrecidos, más seguras se sienten. De esta manera consiguen ocultar el
hecho de que son ellas las principales causantes de la situación de violencia
permanente que el empobrecimiento implica.
Y todavía más, vivimos en un
tipo de sociedad cuyo eje estructurador es la magnificación del consumo
individualista. La publicidad enfatiza que alguien es más cuando consume un
producto exclusivo que los demás no tienen. Se suscita un deseo mimético de
apoderarse del bien del otro. Esta lógica perpetúa la violencia.
Pero el deseo no es sólo
competitivo, dice Girard. Puede ser cooperativo y unirse todos para compartir
el mismo objeto. De competidores pasan a ser aliados. Tal propósito genera otro
tipo de sociedad, más cooperativa que competitiva y una democracia
participativa. Aquí Girard veía el sentido político de la Teología de la
Liberación porque propone una educación que no imita al opresor, sino que se
hace libre y enseña a no crear chivos expiatorios y a asumir la tarea de la
construcción de una sociedad más igualitaria y justa. Entonces sí habrá más paz
que violencia.
Leonardo BOFF/ 20 de junio del 2017
DE MI ÁLBUM
(Baltikum)
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