Lima, 17 de junio del 2017
Carissimi fratres mei
Educarse es seguir el
proceso
El ser humano sincero, desde
tiempos antiguos no se siente autosuficiente, necesita a alguien como
referencia o guía para comprender su mundo (espacio, tiempo, cultura). Los que
comprenden mejor el mundo son los que logran la superación física, mental y espiritual.
Este proceso de maduración mental y espiritual en el hogar, en la escuela y en la
sociedad diferencia a unos de la gran mayoría.
Desde que la educación se
escolariza comienza la diferenciación porque intervienen muchos elementos:
docente, alumno, currículo, local, material didáctico y documento del proceso
alcanzado.
Las escuelas se abren
primero en los palacios.
Los mejores locales escolares son construidos en las ciudades.
Los materiales didácticos (libros, laboratorios y equipos de multimedia)
también están más al alcance de los citadinos. Por esta diferenciación, los pobladores
de las áreas rurales, los campesinos, tienen que enviar a sus hijos –algunas veces
en edad infantil- al pueblo donde hay escuela. Los padres y los hijos del campo
sufren este doloroso desgarramiento familiar por optar la educación
escolarizada. Muchos desertan; y pocos continúan hasta donde pueden. El
citadino común no comprende ni se imagina este sacrificio porque todo lo tiene
cerca.
Los docentes, en su gran
mayoría, no son misioneros de la educación; son personas que prefieren laborar
en las ciudades donde hay comodidades y ventajas. Sin un buen incentivo no hay
la motivación para laborar en las áreas rurales; peor, si éstas quedan muy distantes
de las urbes. Sin embargo, a pesar de estas enormes desventajas, hay
estudiantes del campo que, haciendo grandes esfuerzos, tratan de cumplir las
etapas del proceso escolar.
La escolarización es rito y
tortura.
“La educación es hoy la
versión contemporánea de la piedra filosofal (Alquimia)... Es el procedimiento
mediante el cual los metales ordinarios son amasados a través de sucesivas etapas
hasta que brillan como el oro puro… Hoy, la fe en la educación se ha convertido
en una nueva religión mundial”. (Iván Illich: Discurso ante la Asamblea Mundial
del World Council of Christian Education, Lima 18 de julio de 1971).
La escuela, como dice
Illich, se ha convertido en el templo que transforma a los seres humanos.
“Extra eclesiam nula salus est” fue el principio usado por los evangelizadores cristianos.
Ahora podemos decir: “Extra scholam nula salus est” (Fuera de la escuela no hay
salvación). “Todo el poder terrestre va rumbo a las manos de la minoría
educada” (Iván Illich, texto citado). Si los certificados, documentos de
poderes mágicos dentro del mundo burocrático, sólo sirviesen para reconocer los
logros escolares alcanzados, qué bien; pero, desgraciadamente, sirven también
para diferenciar a los que tienen los certificados de los que
carecen de estos. La escuela, así, es una institución diferenciadora y hasta
discriminadora.
El poeta César Abraham
Vallejo Mendoza (1892 – 1938) narra su dolorosa experiencia andina, ya que tuvo
que abandonar su hogar para ir a otro pueblo a continuar el rito escolar. En su
pueblito no había un colegio.
“Lánguidamente bebe su licor.
-Y mañana, a la escuela
-disertó magistralmente el padre, ante el público semanal de sus hijos.
-Y tal, la ley, la causa de
la ley. Y tal también la vida. Mamá debió llorar, gimiendo apenas la madre. Ya
nadie quiso comer. En los labios del padre cupo, para salir rompiéndose, una
fina cuchara que conozco. En las fraternas bocas, la absorta amargura del hijo,
quedó atravesada”.
(https://books.google.com.pe/books?isbn=8498975123).
La experiencia de César
Vallejo es conmovedora: La madre acepta la separación del hijo soportando el
llanto, pero gimiendo en su interior. El padre, después de pronunciar la dura decisión,
no puede sacar la cuchara que había entrado en su boca. Los hermanos y César sienten
la amargura y dureza de la vida. Todo este sacrificio es por la escuela.
Yo también tuve que
abandonar mi familia y mi comunidad (Quitaracsa, a 3300 snm, departamento de
Áncash, Perú) a tierna edad porque mi escuelita era sólo hasta el Segundo Año de
Primaria. Saboreé el trago amargo de la escolarización. Mis padres y hermanos mayores
acordaron enviarme a Caraz (capital de la provincia de Huaylas, a dos días de viaje
por camino de herradura hasta la carretera; de allí a dos horas en carro)
porque querían que yo continuara los estudios para no ser otro peón de la
hacienda. Mi comunidad había sido registrada en las notarías por unos vivos
que, denunciando, se creían dueños de tierras y pobladores. Mi recuerdo
infantil: mi abuelo materno, mi padre y mi hermano mayor perseguidos y
maltratados por los gendarmes enviados por las autoridades judiciales y
policiales. La proclamación de la independencia del Perú, 28 de julio de 1821,
no benefició a los pobres campesinos quechuas.
Ahora les comparto mi
primera despedida por tener que ir a la escuela lejana.
“¡Aywallaa mamay!” (¡Mamita,
ya me voy!)
Me despido desde la puerta
de la cocina. Ella alza la cabeza: Shumaqlla ayway (Que te vaya bien). Pero,
pronto se agacha. Sólo nos vemos por un segundo. Está muy ocupada. Está enjuagando
los mates y ollas. Sin embargo, apenas yo desaparezca, el manantial de sus ojos
se desbordará.
Si me despidiera tocándola,
sintiéndola; ella me abrazaría fuerte; y yo ya no me arrancaría de ella. Ambos
lastimaríamos nuestros frágiles corazones; derramaríamos más líquido sobre los mates
y ollas.
Reunión en Lima con Mario y Nusta, flamante docente universitaria en Ohio
Ahora, ya septuagenario, recurro a la razón: Imposible, mamá, volver a ti. Al nacer ya inicié el camino. Soy producto del largo viaje.
Ahora, ya septuagenario, recurro a la razón: Imposible, mamá, volver a ti. Al nacer ya inicié el camino. Soy producto del largo viaje.
Sin embargo, sueño mucho con
las despedidas. Cuántas veces digo desde cerca, desde lejos:
¡Aywallaa mamay! ¡Aywallaa
mamay!
Nuestras lágrimas riegan el
borde del camino. Estamos regando nuevas plantas.
La escuela no es una
panacea, pero es una esperanza.
A pesar de los sacrificios
de los pobladores que viven lejos de las urbes, la escuela cambia la sociedad
cuando la praxis laboral se basa en la sana meritocracia. Los pobres, gracias a
la educación, mejoran sus condiciones. La buena escuela, aunque no sea una
panacea, desarrolla la revolución pacífica que el mundo necesita; está contra
la depredación de la naturaleza; promueve la fraternidad y la interculturalidad
que supera la clasificación de la cultura oriental / cultura occidental; construye la
sociedad inclusiva sostenible.
Sin embargo, también debemos
aceptar que de la escuela egresan ciudadanos de toda laya: honrados y ladrones,
veraces y mentirosos, laboriosos y haraganes, generosos y egoístas,
constructores de utopías y destructores de sueños, demócratas y dictadores, idealistas
y pragmáticos, leales y traidores…
DE MI ÁLBUM
(Pasacancha-Sihuas)
No hay comentarios:
Publicar un comentario