viernes, 23 de junio de 2017

EL DÍA FESTIVO POR EXCELENCIA


DE: ORACIONES SIGLO XX 

PRIMAVERA

Señor:
Todos los poetas han sucumbido a la insinuación de su sirena interior, cuando ésta lea ha impulsado a cantar la primavera. Y es que, si todas las estaciones del año tienen su peculiar belleza, tal vez ninguna como ésa que se viste de rosas, verdor y tibieza

Sin embargo, Señor, al comienzo de esta etapa que sigue al invierno, no vengo a rezarte con una poesía meliflua sobre la brisa y el azahar, sino con una definición inesperada de Jean Rimaud: “La primavera es la estación del riesgo”.

       Te confieso, Señor, que me gusta esta frase, porque nos abre los ojos ante una realidad poco  meditada: la belleza de la primavera encierra entre sus pliegues el germen del peligro, sin que por esto deje de ser hermosa. Una helada imprevista, una tormenta  intempestiva, una plaga  indeseada pueden mutilar los frutos prometidos, pero nunca matar la hermosura de la primavera.

        Y  hoy quiero pensar ante Ti, Señor, que también es verdad esta definición de primavera en el plano moral y social. “Juventud, primavera de la vida”: cierto que encierra un riesgo; hay que prevenirlo, sin  podar totalmente la exuberancia de sus ramas. Época posconciliar, nueva primavera de la Iglesia; peligro de innovaciones irresponsables bajo el nombre de “puesta al día”. Hay que evitar posibles ramificaciones espúreas; pero sin rechazar la savia juvenil que brota pujante del tronco añoso pero remozado del Cristianismo.

         Rafael de Andrés



DOM. XII DEL TIEMPO ORDINARIO



“No hay cosa oculta que no venga a descubrirse, ni hay secreto que no llegue a saberse. Así, pues, lo que les digo a oscuras, repítanlo a la luz del día, y lo que les digo al oído, grítenlo desde el tejado...

No teman a los que sólo pueden matar el cuerpo, pero no el alma, teman mas bien al que puede echar el alma y el cuerpo al infierno…

Al que me reconozca delante de los hombres, yo lo reconoceré delante de mi padre que está en los cielos. Y al que me niegue delante de los hombres, yo también lo negaré delante de mi Padre que está en los cielos”. Mateo 10, 26-33

La primera voz de aliento que aparece en nuestro relato es no tenerle miedo a la verdad, por más situaciones adversas que quieran opacar o atacar el actuar del  hermano, él debe confiar en el proyecto del Señor.

La segunda advertencia tiene que ver directamente contra el poder del mal, que atemoriza y amedrante la identidad del creyente, pero no podemos seguir bajo su sometimiento, es necesario encontrar en Jesús la fortaleza para vivir con dignidad.

Mediante la última advertencia, el Señor llena de ánimo a su comunidad, haciéndola consciente del valor que tiene la vida para Dios. «No temáis a los que matan el cuerpo»


Hoy, después de elegir a los doce, Jesús los envía a predicar y los instruye. Les advierte acerca de la persecución que posiblemente sufrirán y les aconseja cuál debe ser su actitud: «No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna» (Mt 10,28). El relato de este domingo desarrolla el tema de la persecución por Cristo con un estilo que recuerda la última Bienaventuranza del Sermón de la Montaña (cf. Mt 5,11).

El discurso de Jesús es paradójico: por un lado dice dos veces “no temáis”, y nos presenta un Padre providente que tiene solicitud incluso por los pajarillos del campo; pero por otra parte, no nos dice que este Padre nos ahorre las contrariedades, más bien lo contrario: si somos seguidores suyos, muy posiblemente tendremos la misma suerte que Él y los demás profetas. ¿Cómo entender esto, pues? La protección de Dios es su capacidad de dar vida a nuestra persona (nuestra alma), y proporcionarle felicidad incluso en las tribulaciones y persecuciones. Él es quien puede darnos la alegría de su Reino que proviene de una vida profunda, experimentable ya ahora y que es prenda de vida eterna: «Por todo aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos» (Mt 10,32).

Confiar en que Dios estará junto a nosotros en los momentos difíciles nos da valentía para anunciar las palabras de Jesús a plena luz, y nos da la energía capaz de obrar el bien, para que por medio de nuestras obras la gente pueda dar gloria al Padre celestial. Nos enseña san Anselmo: «Hacedlo todo por Dios y por aquella feliz y eterna vida que nuestro Salvador se digna concederos en el cielo».

Rev. D. Pere OLIVA i March

(Sant Feliu de Torelló, Barcelona, España)

DE MI ÁLBUM





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