DE: ORACIONES SIGLO XX
PRIMAVERA
Señor:
Todos
los poetas han sucumbido a la insinuación de su sirena interior, cuando ésta
lea ha impulsado a cantar la primavera. Y es que, si todas las estaciones del
año tienen su peculiar belleza, tal vez ninguna como ésa que se viste de rosas,
verdor y tibieza
Sin
embargo, Señor, al comienzo de esta etapa que sigue al invierno, no vengo a
rezarte con una poesía meliflua sobre la brisa y el azahar, sino con una
definición inesperada de Jean Rimaud: “La primavera es la estación del riesgo”.
Te confieso, Señor, que me gusta esta frase, porque nos
abre los ojos ante una realidad poco
meditada: la belleza de la primavera encierra entre sus pliegues el
germen del peligro, sin que por esto deje de ser hermosa. Una helada
imprevista, una tormenta intempestiva,
una plaga indeseada pueden mutilar los
frutos prometidos, pero nunca matar la hermosura de la primavera.
Y hoy quiero
pensar ante Ti, Señor, que también es verdad esta definición de primavera en el
plano moral y social. “Juventud, primavera de la vida”: cierto que encierra un
riesgo; hay que prevenirlo, sin podar
totalmente la exuberancia de sus ramas. Época posconciliar, nueva primavera de
la Iglesia; peligro de innovaciones irresponsables bajo el nombre de “puesta al
día”. Hay que evitar posibles ramificaciones espúreas; pero sin rechazar la
savia juvenil que brota pujante del tronco añoso pero remozado del
Cristianismo.
Rafael de Andrés
DOM. XII DEL TIEMPO ORDINARIO
“No hay cosa oculta que no venga a
descubrirse, ni hay secreto que no llegue a saberse. Así, pues, lo que les digo
a oscuras, repítanlo a la luz del día, y lo que les digo al oído, grítenlo
desde el tejado...
No teman a los que sólo pueden matar el
cuerpo, pero no el alma, teman mas bien al que puede echar el alma y el cuerpo
al infierno…
Al que me reconozca delante de los
hombres, yo lo reconoceré delante de mi padre que está en los cielos. Y al que
me niegue delante de los hombres, yo también lo negaré delante de mi Padre que
está en los cielos”. Mateo 10, 26-33
La primera voz de aliento
que aparece en nuestro relato es no tenerle miedo a la verdad, por más
situaciones adversas que quieran opacar o atacar el actuar del hermano, él debe confiar en el proyecto del
Señor.
La segunda advertencia tiene
que ver directamente contra el poder del mal, que atemoriza y amedrante la
identidad del creyente, pero no podemos seguir bajo su sometimiento, es
necesario encontrar en Jesús la fortaleza para vivir con dignidad.
Mediante la última
advertencia, el Señor llena de ánimo a su comunidad, haciéndola consciente del
valor que tiene la vida para Dios. «No
temáis a los que matan el cuerpo»
Hoy, después de elegir a los
doce, Jesús los envía a predicar y los instruye. Les advierte acerca de la
persecución que posiblemente sufrirán y les aconseja cuál debe ser su actitud:
«No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más
bien a aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna» (Mt
10,28). El relato de este domingo desarrolla el tema de la persecución por
Cristo con un estilo que recuerda la última Bienaventuranza del Sermón de la
Montaña (cf. Mt 5,11).
El discurso de Jesús es
paradójico: por un lado dice dos veces “no temáis”, y nos presenta un Padre
providente que tiene solicitud incluso por los pajarillos del campo; pero por
otra parte, no nos dice que este Padre nos ahorre las contrariedades, más bien
lo contrario: si somos seguidores suyos, muy posiblemente tendremos la misma
suerte que Él y los demás profetas. ¿Cómo entender esto, pues? La protección de
Dios es su capacidad de dar vida a nuestra persona (nuestra alma), y
proporcionarle felicidad incluso en las tribulaciones y persecuciones. Él es
quien puede darnos la alegría de su Reino que proviene de una vida profunda,
experimentable ya ahora y que es prenda de vida eterna: «Por todo aquel que se
declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre
que está en los cielos» (Mt 10,32).
Confiar en que Dios estará
junto a nosotros en los momentos difíciles nos da valentía para anunciar las
palabras de Jesús a plena luz, y nos da la energía capaz de obrar el bien, para
que por medio de nuestras obras la gente pueda dar gloria al Padre celestial.
Nos enseña san Anselmo: «Hacedlo todo por Dios y por aquella feliz y eterna
vida que nuestro Salvador se digna concederos en el cielo».
Rev. D. Pere OLIVA i March
(Sant Feliu de Torelló,
Barcelona, España)
DE MI ÁLBUM
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