CRESPÓN HÚMEDO
(Para el cabo de año del
poeta César Vallejo / 15 de abril del 1939)
Un guijarro radioso
disparado
por un sagrado brazo
de cumbre a cumbre azul,
hasta encajarse
en los mismos riñones de
Krusgay,
y que el ansia genésica del
Ande
le alumbra en buen día,
humanizado,
con alondras en todos sus
cogollos…
Tal el mítico origen
de este lírico Manko
santiaguino
que hundió su barra de oro
en los altos wanakaures de
Indoamérica
fundando el nuevo Kosko de
su verso.
De su orto a su tramonto,
el dolor de su propia
andinidad
y las muchas transfixiones
de la vida,
le hicieron padecer como el
que más.
Tuvo clavos buidos en las
alas,
tuvo “golpes sangrientos” en
la carne
y muy “hondas caídas” en el
alma
hasta en llanto aceitar su
barro margo
hasta mucho dolerle el pan
de Dios…
Pero se hizo un peldaño de
sus duelos
para asirse a las nubes
apolíneas
y “saquear los viñedos” de
las musas,
y pulsarla arteria cósmica,
y forjar con jirones de su
vida
esos bloques pujantes de
armonía:
“Tungsteno”, “Trilce”,
“Heraldos Negros”,
hechas nervio, sangre,
célula.
Como gajo avatárico del
indio,
la llaga de la Raza fue su
llaga,
y a través de esa llaga no
encorada
rebasó la realidad
simbolizándola.
Poesía irracional,
irreverente,
nuclearla, tabórica,
inviolada
la de este indio andineño
insuperable…
Un día, adolescente,
del suelo belemita
transplantó su arcilla
virgen
a la abuela heroica y prócer
del “gorro” simbólico de “halcón”.
Y en la vieja tahona
espiritual
que el gran don Nicolás
edificara,
molió sus primerizos trigos
de oro,
y su “azul sanguijuela”
nació allí, tan a las veras,
que el poeta con orgullo se
lo dijo alguna vez.
Si Santiago, mi madre, me
dio el limo
con todas sus potencias en
embrión,
mi abuela Huamachuco me dio
el ala
con todo su poder para
rumbar…
En Trujillo cobran brío sus
jugos homónicos, más tarde
para dar hijos eternos…
Y en plena madurez,
trascendido ya de todas las
vertientes culturales,
de repente, desata las
amarras del terruño
y cava con sus alas un
¡adiós!
Su “gitano corazón” lo
pilotea
a la Atenas de hoy, la
Ciudad Luz.
Y en ella el indio aeda,
en potencia celeste
indeclinable,
embriagado de ausencia y
lejanía
y sangrando por sus hebras
más terrenas,
“estiró la rodilla para
siempre”
el día que cuaja la
injusticia de un deicidio.
Hoy un año que esa lágrima
de estrella se ahogó.
Un año que en un golpe de
tiniebla
se rompieron las piolas que
le ataron a la vida.
Un año que alzóse la pestaña
auroral
del día eterno, que tanto y
tanto
adquirió tensión de anhelo
en su calvario…
Dolido de lo rico que es el
mundo en desamor
y seguro de que “sólo
al dejar de ser, Amor es
fuerte”,
“la tumbe es dulce”, zurreó.
Y hoy que a ella está
ayuntado todo un año,
qué a gusto se hallará en la
Eternidad,
donde al filo de todas las
mañanas
habrá desayunado para todos
“en una cita universal de
amor”…
Padeció y amó
y por todos sus alambres de
luz floreció en trinos.
¡Qué mejor gloria!
La sombra,
que al romperse su cruz cayó
en América,
aún no se enrarece;
hecha un diente negro
sigue aún torturando los
costados.
Ya rayo, tempestad y
Marañón,
el Ande llora todavía al
hijo dormido tan distante.
Y yo, yo que me hice un cuenco de sus frutos
para abrevar en él licor de
dioses,
tras de mucho dolerme por su
ausencia,
hoy con todos mis candiles
inflamados
y rezando, contrito, sus
estrofas,
velando estoy su nombre y su recuerdo.
Y seguiré velando hasta que un día
-por el mismo substrato del
ancestro
que eslabona nuestras almas-
me envíe en el aliento de un
alisio
las cales más fecundas de sus
huesos,
que mi andino “romance”
desamarguen
en mi marcha forzada que
conduzco
por los bravos caminos que
él venció,
cual nuevo “caballero” en
rocín flaco,
sin yelmo y sin escudo,
el ristre la zampoña
y el corazón a pie”…
DE MI ÁLBUM
(Baltikum)
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