viernes, 4 de agosto de 2017

EL DÍA FESTIVO POR EXCELENCIA


DE: ORACIONES SIGLO XX

“LOS HOMBRES NO SON DIOSES”

Señor:
Ante los laudables esfuerzos del actual secretario de la ONU por acabar la oscura guerra  del Vietnam, me ha venido a la memoria esa oración que compuso Hammarskjol, su inmediato antecesor en la Secretaría General de las Naciones Unidas.

“Apiádate de nosotros. Apiádate de nuestros esfuerzos, para que nosotros, ante Ti, con amor y fe, justicia y humildad, podamos seguirte disciplinados, fieles y valerosos, y encontrarte en el silencio. Danos un corazón puro, para poder verte; un corazón humilde, para poder oírte; un corazón creyente, para vivirte. Tú, a quien conozco, pero a quien pertenezco. Tú, a quien no comprendo, pero me has consagrado a mi destino, Tú”.

 Señor, después de hacer mía esta bella oración de Mr. H., quisiera pedirte que todos los hombres públicos comiencen sus tareas políticas elevando sus ojos al cielo para suplicarte a Ti, padre de las luces, la claridad que necesitan para dirigir los destinos de sus pueblos.

 Señor, cuando sobre los despachos de los estadistas yacen en forma de papeles mecanografiados la vida y la muerte  de pueblos enteros, la paz y la guerra, el hambre y la abundancia, el progreso y el subdesarrollo, los hijos y la esterilidad, el techo y la intemperie… y toda esa teoría de binomios antitéticos tan trascendentes, te pido que no falte nunca la oración confiada y humilde a Ti.

Señor, que los gobernantes nos den, además de su tiempo y consagración al bien común, el ejemplo de su plegaria.

Rafael de Andrés.



DOM. TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR


Jesús  es transfigurado

“Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, y los llevó a un cerro alto. En presencia de ellos, Jesús cambió de aspecto: su cara brillaba como el sol y su ropa se puso resplandeciente  como la luz. En se momento, se les aparecieron Moisés y Elías hablando con Jesús.

 Pedro tomó entonces la palabra y dijo a Jesús: ‘Señor, ¡qué bueno que estemos aquí! Si quieres, voy a levantar aquí tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías’.

Pedro estaba todavía hablando cuando una nube luminosa los envolvió y una voz que salía de la nube decía: ‘Este es mi Hijo, el Amado; este es mi elegido; a él han de escuchar’”…Mateo 17, 1-9


Para el Evangelio, la transfiguración tiene una finalidad mayor en la pedagogía formativa que Jesús emplea con su comunidad, para hacerles entender que el camino discipular se encamina hasta la cruz, como expresión de la fidelidad al Dios de la historia. Por eso aparecen en escena Moisés y Elías, como compendio del Antiguo Testamento, para testimoniar  que el actuar del Señor, está en completa armonía con Dios su Padre, que lo presenta a la humanidad como su Hijo Amado. El dinamismo de Pedro, nos hace pensar en el protagonismo de la Iglesia, en el anuncio integral del mensaje de Jesús.


La realidad tiene dos planos, uno visible y otro invisible. Como sordomudos tratamos de leer las palabras y su pensamiento en los gestos del mundo y de la vida. De la materia sólo vemos la superficie; la ciencia conoce algo de su interior, de su comportamiento, leyes y utilidades. Del ser humano, conocemos el brillo de los ojos, las palabras y la piel modificada por sentimientos y actitudes; a través de los ojos, la piel y las palabras, tratamos de conocer algo los motivos y la esencia real de prójimo.

Estrictamente conocemos sólo la superficie de la existencia. Su cara real, su esencia íntima, la intuimos, la deducimos por sus defectos, la adivinamos a tientas.

Cuando Cristo se transfigura en la noche de un monte ante sus apóstoles siete días después de haberles anunciado su muerte, próxima, no ocurre propiamente una transformación sino una revelación; más que transfiguración es refiguración. Su cuerpo manifiesta la luminosidad y belleza sobrehumanas que debería tener por su unión personal con la divinidad si un milagro permanente no lo hubiera mantenido dentro de las paredes opacas y dolientes de simple cuerpo humano. Cristo manifiesta también el fondo del dolor y de la muerte, su fin y finalidad que es el perfeccionamiento, la resurrección, la sobrevida.

La transfiguración fue una inyección para la fe vacilante de los apóstoles que veían en la muerte no la resurrección, el cumplimiento de la voluntad de Dios y el triunfo definitivo sino la destrucción.

Vemos una semilla, una gota de agua, una lágrima. La semilla es, en realidad, un bosque; la gota de agua, un mundo de vida vertiginosa; una lágrima, mundos y mundos sin medida.

En este ambiente la Iglesia nos recuerda la imagen de Cristo transfigurado. No es sólo enfocar la mirada turbia para poder entender el sentido de la pasión y muerte del Señor. Es una invitación a transformarnos, a extraer lo mejor de nosotros mismos, a descubrir en el corazón las huellas digitales, el calor y el sabor de las manos de Dios que lo hicieron. Es una invitación a, como dice san Pablo, morir con Cristo, resucitar con Cristo. No es una transfiguración, es un redescubrimiento. Es encontrar en nosotros la imagen de Dios empolvada y desgastada por los placeres y dolores, por el afán de la vida. Es sacar a flote, hasta el nivel de los pensamientos, intenciones, gestos, palabras y actitudes, al Dios que late en nuestro abismo interior, a Dios “más íntimo que nuestra propia intimidad”. “El Reino de Dios está dentro de vosotros”; esta frase de Cristo puede tener un sentido trágico; está hundido, sofocado por las capas del comportamiento libre que se aleja de Dios. El Reino de Dios debe brillar en los ojos y actuar en las manos y en la conducta de cada día.


José M. de Romaña.

DE MI ÁLBUM





No hay comentarios:

Publicar un comentario