DE: ORACIONES SIGLO XX
“LOS HOMBRES NO SON DIOSES”
Señor:
Ante los laudables esfuerzos
del actual secretario de la ONU por acabar la oscura guerra del Vietnam, me ha venido a la memoria esa
oración que compuso Hammarskjol, su inmediato antecesor en la Secretaría
General de las Naciones Unidas.
“Apiádate de nosotros.
Apiádate de nuestros esfuerzos, para que nosotros, ante Ti, con amor y fe,
justicia y humildad, podamos seguirte disciplinados, fieles y valerosos, y
encontrarte en el silencio. Danos un corazón puro, para poder verte; un corazón
humilde, para poder oírte; un corazón creyente, para vivirte. Tú, a quien
conozco, pero a quien pertenezco. Tú, a quien no comprendo, pero me has
consagrado a mi destino, Tú”.
Señor, después de hacer mía esta bella oración
de Mr. H., quisiera pedirte que todos los hombres públicos comiencen sus tareas
políticas elevando sus ojos al cielo para suplicarte a Ti, padre de las luces,
la claridad que necesitan para dirigir los destinos de sus pueblos.
Señor, cuando sobre los despachos de los estadistas
yacen en forma de papeles mecanografiados la vida y la muerte de pueblos enteros, la paz y la guerra, el
hambre y la abundancia, el progreso y el subdesarrollo, los hijos y la
esterilidad, el techo y la intemperie… y toda esa teoría de binomios antitéticos
tan trascendentes, te pido que no falte nunca la oración confiada y humilde a
Ti.
Señor, que los gobernantes
nos den, además de su tiempo y consagración al bien común, el ejemplo de su
plegaria.
Rafael de Andrés.
DOM. TRANSFIGURACIÓN DEL
SEÑOR
Jesús es transfigurado
“Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago
y a Juan, y los llevó a un cerro alto. En presencia de ellos, Jesús cambió de
aspecto: su cara brillaba como el sol y su ropa se puso resplandeciente como la luz. En se momento, se les aparecieron
Moisés y Elías hablando con Jesús.
Pedro tomó entonces la palabra y dijo a Jesús:
‘Señor, ¡qué bueno que estemos aquí! Si quieres, voy a levantar aquí tres
chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías’.
Pedro estaba todavía hablando cuando una
nube luminosa los envolvió y una voz que salía de la nube decía: ‘Este es mi
Hijo, el Amado; este es mi elegido; a él han de escuchar’”…Mateo 17, 1-9
Para el Evangelio, la
transfiguración tiene una finalidad mayor en la pedagogía formativa que Jesús emplea
con su comunidad, para hacerles entender que el camino discipular se encamina
hasta la cruz, como expresión de la fidelidad al Dios de la historia. Por eso
aparecen en escena Moisés y Elías, como compendio del Antiguo Testamento, para
testimoniar que el actuar del Señor,
está en completa armonía con Dios su Padre, que lo presenta a la humanidad como
su Hijo Amado. El dinamismo de Pedro, nos hace pensar en el protagonismo de la
Iglesia, en el anuncio integral del mensaje de Jesús.
La realidad tiene dos
planos, uno visible y otro invisible. Como sordomudos tratamos de leer las
palabras y su pensamiento en los gestos del mundo y de la vida. De la materia
sólo vemos la superficie; la ciencia conoce algo de su interior, de su
comportamiento, leyes y utilidades. Del ser humano, conocemos el brillo de los
ojos, las palabras y la piel modificada por sentimientos y actitudes; a través
de los ojos, la piel y las palabras, tratamos de conocer algo los motivos y la
esencia real de prójimo.
Estrictamente conocemos sólo la superficie de la
existencia. Su cara real, su esencia íntima, la intuimos, la deducimos por sus
defectos, la adivinamos a tientas.
Cuando Cristo se transfigura
en la noche de un monte ante sus apóstoles siete días después de haberles
anunciado su muerte, próxima, no ocurre propiamente una transformación sino una
revelación; más que transfiguración es refiguración. Su cuerpo manifiesta la
luminosidad y belleza sobrehumanas que debería tener por su unión personal con
la divinidad si un milagro permanente no lo hubiera mantenido dentro de las
paredes opacas y dolientes de simple cuerpo humano. Cristo manifiesta también
el fondo del dolor y de la muerte, su fin y finalidad que es el
perfeccionamiento, la resurrección, la sobrevida.
La transfiguración fue una inyección para la
fe vacilante de los apóstoles que veían en la muerte no la resurrección, el
cumplimiento de la voluntad de Dios y el triunfo definitivo sino la
destrucción.
Vemos una semilla, una gota
de agua, una lágrima. La semilla es, en realidad, un bosque; la gota de agua,
un mundo de vida vertiginosa; una lágrima, mundos y mundos sin medida.
En este ambiente la Iglesia
nos recuerda la imagen de Cristo transfigurado. No es sólo enfocar la mirada
turbia para poder entender el sentido de la pasión y muerte del Señor. Es una
invitación a transformarnos, a extraer lo mejor de nosotros mismos, a descubrir
en el corazón las huellas digitales, el calor y el sabor de las manos de Dios
que lo hicieron. Es una invitación a, como dice san Pablo, morir con Cristo,
resucitar con Cristo. No es una transfiguración, es un redescubrimiento. Es
encontrar en nosotros la imagen de Dios empolvada y desgastada por los placeres
y dolores, por el afán de la vida. Es sacar a flote, hasta el nivel de los
pensamientos, intenciones, gestos, palabras y actitudes, al Dios que late en
nuestro abismo interior, a Dios “más íntimo que nuestra propia intimidad”. “El
Reino de Dios está dentro de vosotros”; esta frase de Cristo puede tener un
sentido trágico; está hundido, sofocado por las capas del comportamiento libre
que se aleja de Dios. El Reino de Dios debe brillar en los ojos y actuar en las
manos y en la conducta de cada día.
José M. de Romaña.
DE MI ÁLBUM
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