Intérpretes: Elizabeth Taylor, Richard Burton, Eva Marie Saint.
Dirección: Vicente Minelli
Desde que Eizabeth Taylor y
Richard Burton se unieron artísticamente y conyugalmente han dado mucho que
pensar y hablar tanto al mundo cinematográfico como el chismográfico. Como
Cleopatra y Marco Antonio tuvieron desde luego poderosas y obvias razones que
justificaban sus entendimientos, como que eran históricas. Las tuvieron incluso
como marido y mujer a secas, puesto que no hay quien no justifique de algún
modo su matrimonio. Pero lo que está fuera de toda duda es que no existe de ninguna especie para que el productor y
autor Martin Ransohoff y el realizador Vicente Minelli pretendan justificar en
modo alguno las peliagudas relaciones del Párroco y maestro de San Simeón, Dr.
Eduardo Hewitt, y de la pintora “naturalista” Laura Reynolds en las
paradisíacas playas de California.
La única explicación de
semejante connubio idílico fílmico puede haber sido la expectativa del curioso
público de ver nuevamente a Elizabeth Taylor al lado de Richard Burton después
de la ausencia de aquella de dos largos años de la pantalla. Pero una
curiosidad tan explicable no merecía tan grande decepción.
El pequeño Morgan Mason,
como hijo de la pintora y copartícipe de
su excéntrica vida, se encarga de oficiar de manzana terrenal (y de California)
para que su bella y descocada madre y el “reverendo”, que luego se convierte en
su director escolar, hagan posibles sus inauditas relaciones. Por su parte,
unos diálogos sofisticados y pomposos, de pésimo gusto, pretenden justificar el
“naturalismo” de la pintora, sus hábitos y sus amistades beatniks del “Club Nepenthe” y el fariseísmo del párroco de San
Simeón, que no tiene empacho en desfundarse y volverse a calar el traje talar,
con la misma facilidad con que se acerca a su esposa (Eva Marie Saint) y se la
quita de encima.
Tiempo hacía que no veíamos
nada más falso, artificioso e intrascendente que este presunto “conflicto de
almas” salido del magin del señor Martin Ransohoff, aunque innegablemente bien
piloteado y ambientado por Vincente Minelli.
P. G.
Hemos procurado trazar en estos dos años un balance sereno, objetivo, del cine: sus grandes miserias y sus enormes posibilidades formativas.
En adelante, a posiciones subjetivas: la actitud a adoptar frente a ese avasallador y universal fenómeno fílmico.
Tal vez, los católicos y hombres de recta voluntad han adoptado una posición abstencionista, o defensiva: el cine era un mal social del que había que apartarse, al que debían combatir. Felizmente la posición va cambiando. Los más sensatos ya no se proponen como meta la preservación sino el dominio, la utilización de la pantalla como elemento positivo de ilustración y de formación.
Si además de la razón natural necesitamos argumentos de autoridad ahí están ya, clarísimos y contundentes: La Carta Encíclica de Pío XI "Vigilanti cura" y las alocuciones de Pío XII, que las daremos a conocer y que se pueden ampliar con nombres bien eminentes como lo requiere José Luis Micó Buchón, nuestro guía.
DE MI ÁLBUM
(Baltikum)
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