15 de mayo 17
(En un siempre nuevo
aniversario)
Hermano: de todos nuestros
compañeros de generación, eres el que mejor se conserva.
Conservas los mismos ojos
asombrados del chico que estaba recibiendo el primer premio de aprovechamiento
en el colegio “Markham”.
Tienes la misma cara del
muchacho de 18 años que viaja al norte para recibir el premio al mejor poeta
joven del Perú.
Recuerdo que a través de los
aires antiguos y dulces de Trujillo te abrías paso para leernos poemas del
libro que ya a esa edad habías publicado.
Recuerdo que eras un
muchacho grandote y de pies enormes, y que tenías pronunciadas ojeras de niño
sabio.
En nosotros, las ojeras se
instalaron por la edad y también por algunas experiencias tristes. El pelo se
les puso blanco a algunos. A otros, se nos fue cayendo. En ti, nada de eso
ocurrió porque sobre ti no pasaron los años.
No pasaron porque los años
no pasan sobre el río, y tú eras y eres un río. Además de que tu poema lo
proclama, te acribillaron cuando te ibas flotando sobre una canoa por el río
Madre de Dios. Y por eso sigues siendo “el río que viaja en las orillas, puerta
o corazón abierto; el río que viaja por los pastos, dolor o rosa cortada; el
río que viaja dentro de los hombres, el río que canta al mediodía, el río
eterno de la dicha".
Eso ocurrió hace 50 años.
Como lo ha contado tu padre, saliste de Puerto Maldonado inerme, sobre el
tronco de un árbol, a la deriva, y pudiste haber sido detenido sin necesidad de
disparos. Tu compañero había enarbolado un trapo blanco. No obstante, los
policías y los civiles a quienes se había azuzado te disparaban desde las
orillas, durante una hora y media.
Eso ocurrió el 15 mayo de
1963. El “valiente” capitán que comandaba a los sicarios gritaba: “Fuego,
fuego, hay que rematarlos.” Ya estabas muerto cuando continuaban zumbando las
balas dum dum. La autopsia encontró diecinueve forados en tu cuerpo.
¿Por qué tanto odio, Javier?
Eran los años en que todo el
mundo estaba pendiente de la revolución cubana. En el Perú, teníamos que
levantarnos a las cuatro o cinco de la mañana para escuchar secretamente “Radio
Habana, Cuba”.
Estaba prohibido captar esa
emisora, ver la película “Morir en Madrid”, cantar “Natalie”, dejarse crecer la
barba, viajar a los países socialistas. Los gobiernos temían que fuéramos
contaminados por las ideas de libertad y de justicia.
Los dueños del país querían
hacer creer que representaban las ideas cristianas. Sin embargo, día tras día,
los monopolistas del campo, los contaminadores de las minas, los agiotistas de
las finanzas y algunos insaciables e inflados presidentes han demostrado que no
hay materialismo más perverso que el suyo.
Ser socialista como lo
fuiste y lo eres, querido Javier, equivale ayer y ahora a aceptar la cruz de
los mártires, y a seguir las ideas del dulce y humilde rabí de Galilea.
Lo que hicieron contigo se
ha continuado haciendo.
Exterminar a los hombres que piensan diferente es una
abominación, pero es la única arma que conoce la derecha. El odio se amortigua
para todos, menos para ellos.
Ser poeta es ser dueño de
una voz que denuncia la bestialidad de los tiempos y clama por la solidaridad y
la justicia. Sólo la unidad de los justos hará que perduremos como tú, querido
Javier Heraud, que sigues escribiendo para el futuro, para los niños y niñas
que a los 18 años escriban poesía, para los compañeros que vengan mañana.
DE MI ÁLBUM
(Jordanien)
No hay comentarios:
Publicar un comentario