El fútbol y
la política no solo son sistemas de poder y grandes mercados de sistemas y
afectos, sino también grandes narraciones a través de las cuales las sociedades
manifiestan su deseo de cambio y libertad.
Por las redes
sociales circula un chiste: que aspirar a que Alan García caiga en las garras
de la justicia es equivalente a que la selección peruana vaya a un mundial de
fútbol; es decir, casi una utopía.
Al margen del
contenido de esa ironía, el nombre del político
y la calidad del fútbol que practican nuestros futbolistas, la frase
revela un malestar y, más que un malestar, una ligazón entre fútbol y política
poco advertida. Por un lado está la corrupción como un mal que carcome nuestra
moral y nuestra institucionalidad y por otro lado está la frustración de un
sueño colectivo, de una alegría final que nunca llega a consumarse, una piedra
que no nos deja liberar toda la carga emotiva que llevamos dentro.
La política
es un sistema y un poder. Lo mismo que el fútbol. El objetivo del primero es
alcanzar el gobierno para darle bienestar a la sociedad y el objetivo del
segundo es ayudar a que las personas se liberen, disfruten del espejismo de la
victoria, se relajen, sean felices. El planeta hambriento, brutal, injusto y
esquizofrénico ama su terapia, su evasión, su pan, su circo, su sueño de opio,
su espejismo.
La belleza
del fútbol nos ayuda a olvidar lo feo que es el mundo cuando no tiene el color
y la belleza de una gambeta. También hay idealismo y derrota, aunque nadie
pierda el juicio ni la vida.
Negocio redondo
Pero no todo
es ”música del cuerpo ni fiesta de los ojos”. El fútbol es igualmente una
estructura de poder y un negocio muy lucrativo. La industria del fútbol genera
millones de dólares, gracias a la televisión y a una tecnocracia que quiere
robots antes que futbolistas propiamente dichos. Y por eso mismo es corrupto.
La política,
por su parte, es juego cruel, un mercado de promesas basada en un conjunto de
promesas e ideas en la que la sociedad coloca todas sus esperanzas, para, casi
siempre, salir defraudada. En realidad, su objetivo es la conquista del poder,
así como en el fútbol la meta es adormecer a los seres humanos, hacerlos
delirar, sentir que son felices mediante el ritual simbólico llamado gol. Por
esto mismo también la política es corrupta.
Meter presos
a los políticos es un deseo muy poderoso, así también como ganar a los rivales
e ir a un mundial de fútbol. Y como se trata de un deseo, un impulso, un
movimiento afectivo hacia algo que se anhela descontroladamente, con el tiempo
se convierte en una frustración a la que volvemos una y otra vez en la medida
en que en lo más profundo de nosotros nos hemos resignado a perder, a que no
vayan a prisión o sean enjuiciados quienes lo merecen o a que se queme el gol
en el horno del arco contrario. El fútbol y la política son una enfermedad, una
adicción del imaginario. El fútbol, sin duda, expresa nuestra manera de ser, en
él se resumen nuestras aspiraciones, nuestras carencias y nuestras utopías.
La política y
el fútbol nos revelan en conjunto que somos un país de grandes anhelos, deseos
y utopías, así como también un país que repite sus malas decisiones (y
elecciones) , con la autoestima por los suelos, que se cree víctima de la mala
suerte y, sin embargo, desea que los políticos corruptos vayan a la cárcel y
que el fútbol le devuelva la alegría simbólica de la victoria que alguna vez
tuvo.
DE MI ÁLBUM
(Jordanien)
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