Valle nacoreño
DE: ORACIONES SIGLO XX
“ROJO
ATARDECER”
Señor: En esta fecha roja consagrada al trabajo y bautizada por la
Iglesia bajo el patrocinio de San José Obrero, déjame pedirte de todo corazón
por esa gran familia del mundo laboral, con la máxima benedictina en los
labios: “Ora et labora”, reza y trabaja.
Sí, Señor enséñanos a trabajar a todos los hombres, para que este reparto
equitativo de la gran tarea de edificar un mundo mejor alivie a quienes tienen
el trabajo más duro: los obreros. Haznos comprender el imperativo universal de
esta máxima de San Benito a sus monjes, porque no hay dos clases de hombres:
los ociosos y los trabajadores, sino sólo dos especies de trabajo: intelectual
y manual.
Señor, en este día del Artesano de Nazaret, recuérdanos la dignidad
sublime de nuestros hermanos los obreros, que trabajan con sus manos, al frente
de las máquinas, las minas, la construcción, las fábricas, los comercios…Que
veamos en ellos una estampa moderna de San José y, lo que es más, de Jesucristo
Obrero.
Y para ese ejército inmenso de la paz, que son los trabajadores del mundo
entero, te pido, Señor, el amor a sus ocupaciones diarias, aunque resulten
monótonas y grises. Que una ordenación social más justa lime las duras aristas
de su labor, para que puedan sonreír mientras trabajan.
Pero además te pido, Señor que los obreros no se olviden de la otra
palabra del binomio benedictino “Ora et labora”. Que sepan elevarse a Dios en
medio de su trabajo para bendecirte, que aprendan a hacer oración de su misma
labor.
Rafael de Andrés.
DOM. XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO
La parábola de los dos hijos
Jesús agregó: ‘¿Qué les parece esto? Un hombre que tiene dos hijos llama
al primero y le dice: anda a trabajar a mi viña. Y él responde: No quiero. Pero
después se arrepiente y va.
Después el padre llama al otro y le manda lo mismo.
Este responde: Voy Señor, pero no va”.
Jesús, pues, preguntó: ¿Cuál de los dos hizo lo que quería el padre? Ellos contestaron el primero.
Jesús prosiguió: ‘En verdad, los publicanos y las prostitutas entrarán
antes que ustedes al Reino de los Cielos”…Mateo, 21, 28-32
Sorprende la respuesta negativa del primer hijo frente a la orden del
padre, “no quiero”, pero luego el relato ofrece la rectificación del muchacho y
sale a cumplir las disposiciones de su padre. El otro hijo, actúa de manera
contraria, le responde afirmativamente a su padre, pero en el fondo no cumple
con la responsabilidad que se le ha asignado.
Mediante este comportamiento
diferente de los hijos, Jesús interroga a sus interlocutores para hacerles
entender que ellos representan a ese hijo que desobedece a Dios, porque ante el
anuncio de Juan, se resistieron a creerle, por eso el Reino de Dios, se
extiende entre aquellos que anhelan un cambio para sus vidas.
La
obediencia, camino de santidad.
Hijo, ve hoy a trabajar en la viña. A cada uno de nosotros nos dirige Dios
estas palabras. En el Evangelio se habla de dos actitudes. Una, la del hijo
mayor que respondió: No quiero. Pero después se arrepintió y fue. Y la otra, la
del hijo menor: Voy, señor; pero no fue. No cabe duda que el primero hizo la
voluntad del Padre; pero hay otra actitud mejor: decir sí y hacerlo. Ésta debe
nuestra actitud. Debemos cumplir en todo momento la voluntad de Dios. Una vez
conocida, ésta se convierte en el camino del deber, y es preciso recorrerlo con
ánimo firme y generoso. Y ¿cómo cumplir la voluntad de Dios?: enteramente, en
todo; con prontitud; con alegría, con amor.
El secreto
de la santidad es la amistad con Cristo y la adhesión fiel a su voluntad (Benedicto XVI). El mismo Jesús
indicó el camino del Cielo: No todo el que dice: ¡Señor, Señor!, entrará en el
reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los
cielos (Mt 7, 21). Procuremos, pues, querer con Él lo que Él quiera, sin
otra voluntad que la suya.
Invitación
al arrepentimiento.
Os digo que los publicanos y las meretrices van a estar por delante de vosotros
en el Reino de Dios. Estas palabras se las dijo Cristo a los judíos que
viéndole no creyeron en Él ni se arrepintieron de sus malas obras. Pero también
es una invitación para que recemos por la conversión de los pecadores, pues el
Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido (Lc 19,
10). La conversión salva. Cuando el malvado se convierte de la maldad que
hizo, y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida.
La Iglesia no
duda nunca en denunciar la malicia del pecado; proclama la necesidad de la
conversión, e invita a los pecadores a reconciliarse con Dios. La conversión no
se reduce a un buen propósito de enmienda, sino que es preciso cumplirlo,
aunque cueste. Jacinta, vidente de Fátima, le dijo a su hermano Francisco:
Da muchos saludos de mi parte a nuestro Señor y a nuestra Señora, y diles que
estoy dispuesta a sufrir todo lo que quieran con tal de convertir a los
pecadores. Seamos generosos en la oración y en el sacrificio por la conversión
de los pecadores.
DE MI ÁLBUM
(Pacasmayo)
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