Corre en el STF la discusión
de si en las escuelas puede o no puede haber enseñanza religiosa. El término
“enseñanza religiosa” lleva a equívocos, pues contiene una connotación
confesional. En un Estado laico como el brasilero, que acoge y respeta todas las
religiones sin adherirse a ninguna de ellas, lo correcto sería decir “enseñanza
de las religiones”. Forma parte de la cultura general que los estudiantes
tengan nociones básicas de las religiones practicadas en la humanidad. Dicho
estudio tiene el mismo derecho de ciudadanía que el de la historia universal o
el de las ciencias y de las artes. Por lo tanto, el término correcto sería
“enseñanza de las religiones”.
Lo más importante sería sin
embargo iniciar a los estudiantes en la espiritualidad, tal como es entendida
hoy por los estudiosos. No se trata de una derivación de la religión, cosa que
también suele darse, pero, en principio la religión no debe confundirse con la
espiritualidad ni tiene su monopolio. La espiritualidad es un dato
antropológico básico humano, como lo es la inteligencia, la voluntad o la
libido.
El ser humano además de
poseer una exterioridad (cuerpo) y una interioridad (psique), tiene también una
profundidad (espíritu). El espíritu es aquel «momento» de la conciencia por el
que cada uno se capta a sí mismo como parte de un todo y se pregunta por el
sentido de la vida y de su lugar en el conjunto de los seres.
Tal vez mejor que un
filósofo, un escritor pueda iluminarnos sobre el espíritu y la vida del
espíritu. Antoine de Saint Exupéry, autor de El Principito, dejó una carta
póstuma de 1943, publicada solamente en 1956, y titulada “Carta al General X”,
en la que dice: “No hay más que un problema, solamente uno: redescubrir que existe
una vida del espíritu que es todavía más alta que la vida de la inteligencia, y
que es la única que puede satisfacer al ser humano”, (Dar un sentido a la vida,
Macondo Libri 2015, p. 31).
Para él, la vida del
espíritu o la espiritualidad está hecha de amor, de solidaridad, de compasión,
de compañerismo y de sentido poético de la vida. Si se cultivase esta vida del
espíritu no se hubiera dado el absurdo de millones de muertos de la segunda
guerra mundial. Es lo que hoy necesita más el mundo. Por estar la vida del
espíritu cubierta de un manto de cenizas de egoísmo, indiferencia, cinismo y
odio, es por lo que las sociedades se han vuelto inhumanas. Saint Exupéry llega
a decir: “tenemos necesidad de dios” (p. 36).
Ese Dios no viene de afuera.
Es esa Energía poderosa y amorosa que los cosmólogos llaman Energía de Fondo
del Universo, innombrable y misteriosa, de la cual han salido todos los seres y
son sustentados en cada momento por ella. Nosotros también.
Cosmólogos como
Brian Swimme y Freeman Dyson la llaman Abismo Alimentador de Todo, o Fuente
Originaria de todos los Seres. Dios debe ser pensado en esta línea.
Es propio de la vida del
espíritu poder abrirse a esta «Realidad», dejarse tomar por ella y entrar en
diálogo con ella. El resultado es tener una experiencia de transcendencia, que
nos hace sentirnos más sensibles y humanos.
Hay una base biológica para
la vida del espíritu. Desde los años 90 del siglo pasado, algunos
neurocientíficos constataron que siempre que el ser humano aborda temas ligados
a un sentido profundo de la vida y a lo Sagrado se produce una gran aceleración
neuronal en los lóbulos temporales. Llamaron a esa zona “el punto Dios en el
cerebro”. Así como tenemos órganos exteriores como los ojos, los oídos y el
tacto, tenemos también un órgano interior –es nuestra ventaja evolutiva–
mediante el cual captamos esa Realidad misteriosa que nos envuelve y que
sustenta todo.
Detenernos sobre esta
Realidad, y entrar en diálogo con ella, nos vuelve más humanos, menos violentos
y agresivos. Danah Zohar, física cuántica, y su marido, Ian Marshall, psiquiatra,
escribieron un convincente libro sobre el “punto Dios en el cerebro”
denominándolo “inteligencia espiritual” (Plaza&Janes 2001). Así, estamos
dotados de tres tipos de inteligencia: la intelectual, la emocional y la
espiritual. Es preciso articular las tres para ser más plenamente humanos.
Estimo que las escuelas,
además de proporcionar una enseñanza de las religiones, ganarían enormemente si
iniciasen a los estudiantes en la vida del espíritu. ¿Quién sería apto para
orientar esta práctica? Profesores de psicología, de pedagogía, de filosofía,
de sociología y de historia. La clase podría dividirse en dos partes: en los
primeros veinte minutos pequeños grupos discutirían un tema de alguno de los
maestros del espíritu, de distintas procedencias, y procurarían internalizar
tales contenidos. En los otros veinte minutos pondrían en común sus reflexiones
y se abriría un debate.
Como alternativa se puede
también reservar un tiempo para que cada estudiante se recoja, ausculte su
profundidad y vea qué buenos y malos sentimientos salen de ahí, conociéndose de
esta manera a sí mismo y proponiéndose fortalecer los buenos y poner los malos
bajo control. Así sentiría la vida del espíritu, consciente y personal.
Tenemos cómo matar el hambre
de pan. Necesitamos matar el hambre de vida espiritual que se nota por todos
lados. Ella “es la única que satisface al ser humano”.
Leonardo BOFF/ 6-0ctubre -17
DE MI ÁLBUM
(Jordanien)
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