domingo, 1 de octubre de 2017

EN EL ABISMO / Horacio PUCHET


   México-23-set-17

EN EL ABISMO. Salir contento del cine una noche, caminar unos pasos por una calle tranquila, sentarme en un columpio y mirar las estrellas: esto es lo más fuerte que me ha pasado en la vida. Parece poco pero no lo es.

 Tenía yo veinte años y acababa de ver una película de Woody Allen, me acuerdo, en un viejo cine que ya no existe en la colonia Condesa. Caminando llegué a una esquina del Viaducto donde había unos columpios y allí me senté un momento. Levanté al cielo la mirada y todo se volvió transparente y profundo. Sentí entonces la inmensidad de la vida, ya no como un concepto, sino como una realidad palpable que rebasaba el pensamiento y trascendía la muerte. El universo entero era un organismo viviente del cual formaba parte. Nunca antes había experimentado la realidad en toda su monstruosa magnitud, como un camino que no acaba nunca, como un relato sin fin.

 La emoción derribó mi personalidad hasta sentirme nada y todo a la vez. Entonces comprendí lo que significa la palabra “infinito”. Caminé sin rumbo y sin tiempo por una ciudad nueva y desconocida. El tiempo había cesado junto con mis pensamientos. Sólo había asombro y deleite. Me detuve en un parque en un estado que era más que una exaltación.

 Todo palpitaba con una intensidad elemental: las hojas de los árboles, las nubes y las estrellas, lo que estaba junto y lo que brillaba a mil años luz, la tierra que pisaba y la oscuridad de la noche. Todo era cercano y sin secretos. Era un sentimiento de profunda pertenencia.
No pude dormir esa noche sabiendo que aquello que era, o que había creído ser, había de pronto desaparecido. Una frágil estructura se había desvanecido como un sueño o como una burbuja de jabón. El edificio construido por la memoria se había derrumbado en mi interior sin hacer ruido y la vida no tenía límites.


 En esos días experimentaba una visión transparente, la gente era transparente, el pensamiento era transparente. Y yo era el mudo testigo. Apenas podía hablar. Si acaso reír. El mundo era demasiado perfecto para enturbiarlo con palabras. Con el paso de los días volví a la normalidad, a la rutina de mi ser, pero ya nada era igual. Desde entonces el mundo fue para mí una sombra, una película proyectada en el cielo de la mente, y yo el impasible habitante de la caverna platónica que una noche por casualidad se asomó al abismo exterior.

DE MI ÁLBUM
(Jordanien) 





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