A cada
persona le agrada tener y hacer valer lo que considera sus propios derechos, o
sea todo aquello, que la beneficie ya que pensamos más en “lo mío” que en lo
“nuestro” o “lo tuyo”, pero ¿Ponemos el mismo afán en observar nuestras
obligaciones? ¿Nos empeñamos realmente en cumplirlas con tanto entusiasmo como
si fuese un derecho? No. Y sin
embargo, lo ideal sería buscar la proporción entre ambos y cumplirlos con el
mismo interés, ya que una cosa trae aparejada a la otra.
Este sentido
de la justicia y del deber puede fomentarse en el niño, porque el desequilibrio
en la práctica de dichos valores puede provocar alteraciones en la conducta
social del futuro ciudadano.
Así es.
Recordemos que para la comodidad siempre tenemos predisposición. El niño que se
acostumbre a tener solamente razones, que le baste “abrir la boca, pedir y
recibir” aun las cosas más simples que él podría perfectamente hacer, se
acostumbrará a esa manera de vivir, y estará convencido de que eso es lo
normal.
Por otra
parte, si trata de crear en él la conciencia de que también debe tener algún
deber que efectuar ¿Cómo podría ocurrírsele al pequeño?
Es
interesante y beneficioso hacerle comprender a las criaturas, y de acuerdo a su
edad, que en todo existe la bipolaridad, el día y la noche, el bien y el mal,
el frío y el calor, y también, los derechos y las obligaciones. Ello puede ser
complementado, dándole pequeñas tareas para que las cumpla con el día y la
hora. Cuando así lo haga, debemos felicitarle o estimularlo moderadamente.
Podemos decirle: “Bien hijito. Tú lo has hecho bien. ¿Estás contento? Así, él
empezará a vivir aquello de “la satisfacción del deber cumplido” y se adaptará
a vivir con un criterio de armonía entre los derechos y las obligaciones.
Cuando el
niño interprete que está muy bien que tenga sus opciones, pero que también debe
dar o hacer lo que le corresponda, tendrá una sólida base para ser un hombre
recto “un hombre de bien”.
DE MI ÁLBUM
(Jordanien)
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