Intérpretes:
Lex Bexter, Ronald Fraser, Ann Smyrner, Veronique Vendell
Dirección:
Robert Lynn.
Desde que
James Bond parece haberse erigido en el arquetipo del héroe de las películas
aventureras, el intérprete de este género de historias tiende a identificarse
con él, o por lo menos el espectador se inclina a verlo o a concebirlo de un
modo parecido. La más inmediata comprobación de este mimetismo nos lo ofrece
Lex Bexter, que ha dejado de ser nada menos que Tarzán para convertirse en algo
así como un agente 007 (al que no le falta siquiera el código del mismo
número), y de un apolíneo y atlético desnudo ha pasado a ser una arrogante
percha o maniquí de trajes
impecablemente cortados. Claro es que a
la similitud que anotamos contribuyen otros ingredientes de la película, a saber:
la espectacularidad misma de las aventuras, como aquellas correrías automovilísticas,
y la intervención de las múltiples carreras. Pero lógicamente, no todos los
paladines aventureros imitan
permanentemente al héroe. Ni todas las peripecias que protagonizan han salido
del magín de su libretista. Y de aquí que la diferencia entre una de las
películas de Bond y las que las imitan sea prácticamente abismal, sobre todo en
su capacidad de producir emoción en las plateas.
La película
que comentamos presenta a un detective
norteamericano que viaja nada menos que hasta Sudáfrica para proteger la vida
de un señor y al que, no obstante su “código 7”no logra asegurarle 7 vidas ni
salvarlo de ser la quinta víctima de las que producen en el curso de los
sucesos, ni al público librarlo de ser la sexta y en realidad la única.
Las víctimas previstas encuentran
inexorablemente su destino, sin pena ni gloria para ellas, ni mucho menos para
el detective que intenta protegerlas con la igualmente infructuosa cooperación
del inspector local. Todos los méritos de las películas termina acaparándolos
Sudáfrica, con sus peculiaridades zoológicas, entre las que destacan las
avestruces, las jirafas y los leones.
P. G.
Catálogo de
hombres eminentes:
El Cardenal
Suhard:
“Para cumplir
su deber de apostolado el católico necesita un medio de expresión y un
auditorio. El cine es, ante todo, un medio de expresión. Y el Cine ofrece al
apostolado el auditorio más vasto”.
Monseñor T.
D. Roberts, Arzobispo de Bombay:
“Hoy vemos a
Dios a través de un cristal oscuro, pero con bastante limpidez para poder dar
de Él un reflejo verídico, si sabemos utilizar correctamente nuestros dones.
Esta es la finalidad de los sacerdotes y los laicos, que unen su experiencia y
sus conocimientos para realizar y para apreciar los films”.
DE MI ÁLBUM
(Jordanien)
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