sábado, 2 de marzo de 2013

COSAS DE DALÍ / Por George KENT


  SALVADOR DALÍ, bufonesco príncipe de la pintura moderna ¿es o no un payaso? Pinta siete meses por año, día tras día ; el resto del tiempo se dedica a vivir un alocado carnaval.
   En Roma sale de un enorme huevo anunciando: “¡He renacido!” En París llega a la Sorbona en un Rolls Royce negro y amarillo lleno de coliflores. “Todo arte comienza con esta humilde planta”, dice a su auditorio. O bien propone a un periodista que llega a entrevistarle : “Trepemos a ese árbol, donde estaremos cómodos”. De las ramas cuelgan dos sillones tapizados.
   ¿Está Dalí genuinamente trastornado o es la suya una gran farsa surrealista? Es difícil decirlo, aunque muchos lo han intentado. El crítico de arte Winthrop Sargeant escribió : “No hay nada de anormal en Dalí. Es simplemente antinormal”.
   Valorar a Dalí como artista es más fácil. Prestigiosos museos reconocen su talento. Cuando el Museo Metropolitano de Arte, de Nueva York, adquirió su Crucifixion (Corpus Hypercubus), la expuso en el gran vestíbulo de entrada. En Madrid, el finado director de El Prado, Francisco Javier Sánchez Cantón, se expresaba elogiosamente de Dalí, declarándole “un admirable tradicionalista y, al mismo tiempo, un gran innovador”.
   El fenómeno Dalí dio principio el 11 de mayo de 1904 en Figueras, pueblo español cercano a la frontera francesa, donde vino al mundo. Pero fiel a su actitud característica, Salvador Felipe Jacinto Dalí insiste en que nació dos meses antes, porque su vida consciente, su genio, comenzó cuando era un feto de siete meses. (Dice recordar que en el seno materno todo “era tibio, suave, silencioso, un paraíso”.) Hasta hoy sigue obsesionado con su vida prenatal. Pinta huevos, los construye; hasta su sala de estar es oval.
   Durante sus primeros años en la escuela fracasó en la mayoría de las asignaturas, pero aprendió teatralidad. Un día, sin otra razón que sentirse eufórico, se lanzó hacia abajo por un largo tramo de escaleras, y cayó tan violentamente que sufrió serias magulladuras. Le entusiasmaron los aplausos, y desde entonces, siempre que se acercaba a una escalera, sus condiscípulos se agrupaban para verle. Entre una y otra prueba hallaba su refugio favorito en casa, donde se pasaba horas enteras sentado en una gran tina, en una habitación que había sido antes lavadero. Allí comenzó a dibujar y a pintar. Su caballete era una tabla de lavar, sus “telas! las tapas de viejas cajas de sombreros. A los siete años ya demostraba gran originalidad.
   Más tarde, en una escuela de pintura madrileña, Dalí se dejó crecer el cabello, que sobresalía bajo un gran sombrero negro. (“Yo fui el primer hippie”) Se compró un bastón con puño de plata. Para protestar contra el nombramiento de cierto profesor, salió teatralmente de una asamblea general y provocó un disturbio estudiantil. A los 21 años lo suspendieron de la escuela y lo encerraron en un calabozo. Un año después fue expulsado definitivamente de ella.
   Durante le frenético decenio de 1920 a 1929 Dalí pintaba dos o tres telas por semana : cubistas, impresionistas, puntillistas. En 1925 abrió en Barcelona su primera exposición personal, que despertó el entusiasmo de los críticos. Pablo Picasso, su compatriota, le aconsejó que montara otra en París. En 1927, al llegar a esta ciudad, Dalí descubrió, encantado, que sus trabajos, pesadillas extraídas de su propia imaginación, caían en medio de una nueva filosofía artística : el surrealismo.
   Los surrealistas creían que las reglas tradicionales debían ser desechadas. Fascinados por el mundo irracional, inconsciente, que entonces exploraba Sigmund Freud, recorrían el paisaje del sueño armados con la red para atrapar mariposas de su imaginación. Rechazando la lógica tradicional declaraban que la basura es hermosa y el desorden la más e3legante forma de organización. (Fueron ellos y sus correligionarios quienes iniciaron la literatura del absurdo). Y así, Dalí hizo suyo rl delirio del surrealismo, a la vez que sus primeras e inofensivas chanzas se tornaron, en forma alarmante, en el gusto por una vida exhibicionista.
   Antes había sido un pintor brillante, pero inconsistente, que con su fácil pincel pasaba de un estilo a otro. Luego su visión se centró en obsesionantes fantasías cuyas imágenes, claras como diamantes, y sus hipnóticas perspectivas destilaban una poesía caprichosa. Sus cuadros tenían la imperativa calidad de un trance : bañados en fría luz estelar, parecían obedecer a una misteriosa lógica procedente de otro universo.
   A su regreso a España, Dalí conoció a Helen Diakanoff Eluard, a quien él llamó Gala. nacida en Rusia, Gala era 10 años mayor que Dalí, no hermosa pero sumamente atractiva. Ambos unieron sus vidas en seguida. La unión de Salvador y Gala fue una relación idílica, que evocaba la de Dante y Beatriz, o la de Petrarca y Laura. Galutchka no sólo puso fin a los arrebatos, las ansiedades y los síntomas histéricos de su esposo, sino también trajo orden a su vida. Presintió que había en él tanto de escritor como de pintor, y lo animó a publicar su primer libro. Desde entonces Dalí ha escrito 20, de los cuales uno, Diario de un genio, fue un éxito de librería.
   Algunos de sus cuadros llevan la firma “Gala-Dalí”, y Gala misma aparece en muchos de ellos. La vemos al pie de la cruz en su Crucifixión y en la bandera que Colón levanta en su Descubrimiento de América por Cristóbal Colón. Dalí tiene completa conciencia de su deuda para con esta “abeja que me trae la miel de la inspiración”. Siempre que ella entra en el estudio del pintor, él se levanta ceremoniosamente y aplaude. Gala es también la sagaz administradora que negocia todos sus contratos e invierte su dinero.
   Los primeros años del decenio de 1930 a 1939 fueron difíciles; literalmente años de hambre. Desesperado, Dalí se convirtió en inventor. Gala recorría las calles de parís afanándose en vender sus avanzados diseños: sillas y bañeras en formas individuales, uñas que hacían las veces de espejos, zapatos de mujer con muelles de acero en las suelas. Pero todo en vano.
   Algunos de sus amigos surrealistas habían tenido éxito en los Estados Unidos, donde Dalí comenzaba a gozar de cierta reputación. Entonces el matrimonio se embarcó en el Champlain, en tercera clase; el pasaje lo pagó Pablo Picasso, según Dalí. Éste resultó un navegante precavido: noche y día llevó puesto un chaleco salvavidas durante la apacible travesía.
   Cuando atracó el buque en Nueva York, algunos reporteros subieron a bordo en busca del pintor. Una de las telas que Dalí les mostró representaba a Gala desnuda, con chuletas de cordero en los hombros. Los periodistas la miraron con ojos desorbitados.
-          ¿Para qué las chuletas?
-          Es muy sencillo –repuso el hombrecito de los bigotes retorcidos-. Adoro     a mi esposa y adoro las chuletas de cordero. Aquí están juntas, en perfecta armonía.
   De pronto cuando Dalí había hecho toda su vida como simple terapia y para darse gusto se convirtió en el tema de conversación favorito de la ciudad. Una mañana apareció en Broadway un taxi en el cual Dalí había colocado unas tuberías para producir lluvia artificial. En el asiento trasero viajaba Colón, o una acertada reproducción del almirante, con un cartel que decía: “Heme de vuelta”. La propaganda resultante llevó al público a la galería donde el pintor exponía sus cuadros, y muchos se vendieron.
   Desde luego, el efecto de tales bufonadas atrajo la atención del público a la obra de Dalí, la elevada excelencia de su técnica, que muchos peritos comparaban con la de los grandes flamencos, tales como Jan van Eyck. En la gran época de Flandes los pintores creaban tonos aplicando primero una fina capa de color al óleo y dejándola secar, luego sobreponían otra capa lo suficientemente fina para que dejara ver la primera, y repetían el procedimiento hasta obtener el tono deseado. Salvador Dalí sigue usando esta técnica.
   Sus temas son tan avanzados como tradicional su técnica. La irrealidad de esos temas es tal que no obedece a ninguna de las leyes naturales del tiempo, el espacio o la gravedad. Un reloj de bolsillo se derrama de un escritorio como un Camembert demasiado maduro, y sin embargo parece lo suficientemente real como para indicar la hora y los minutos. En la Crucifixión, la figura de Jesucristo flota exenta de la cruz, y no obstante da la impresión de estar clavada a ella.
   ¿Qué significa toso eso? Según algunos críticos, Dalí trata de “dar forma tangible a los sueños”. La explicación es probablemente tan buena como cualquier otra. De nada valdría preguntar al mismo Dalí, a menos que esté dispuesto a aceptar una respuesta semejante al reloj convertido en Camembert (queso graso).
   DE cualquier modo, la vida de Dalí es una de las más extraordinarias de nuestra época. Pasó hambre a principios del decenio de 1930 a 1939, pero hoy es multimillonario, y probablemente el más famoso entre los pintores. En su primera exposición parisiense el precio máximo que alcanzó alguno de sus cuadros fue 500 dólares. No hace mucho se vendió en Nueva York una de sus telas por 245,000. Sus obras, que presagiaron los más recientes movimientos artísticos: OP, Pop y el conceptual, cuelgan ahora en 41 galerías de pintura del mundo y en muchas de las principales colecciones particulares. En septiembre de 1974 el gobierno español abrió un museo dedicado exclusivamente a Dalí. Otra institución análoga existía ya en Cleveland (Ohio).
   “Hay días en que me parece que voy a morir por una dosis excesiva de felicidad”, dice el artista. Los críticos están de acuerdo en que, si esto llegase realmente a ocurrir, la obra de Dalí habrá de sobrevivir como expresión de uno de los grandes genios creadores de nuestra era.

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