SALVADOR DALÍ, bufonesco príncipe de la pintura moderna ¿es o no un
payaso? Pinta siete meses por año, día tras día ; el resto del tiempo se dedica
a vivir un alocado carnaval.
En
Roma sale de un enorme huevo anunciando: “¡He renacido!” En París llega a la Sorbona en un Rolls Royce
negro y amarillo lleno de coliflores. “Todo arte comienza con esta humilde
planta”, dice a su auditorio. O bien propone a un periodista que llega a
entrevistarle : “Trepemos a ese árbol, donde estaremos cómodos”. De las ramas
cuelgan dos sillones tapizados.
¿Está
Dalí genuinamente trastornado o es la suya una gran farsa surrealista? Es
difícil decirlo, aunque muchos lo han intentado. El crítico de arte Winthrop
Sargeant escribió : “No hay nada de anormal en Dalí. Es simplemente antinormal”.
Valorar a Dalí como artista es más fácil. Prestigiosos museos reconocen
su talento. Cuando el Museo Metropolitano de Arte, de Nueva York, adquirió su Crucifixion (Corpus Hypercubus), la expuso en el gran vestíbulo de entrada. En
Madrid, el finado director de El Prado, Francisco Javier Sánchez Cantón, se
expresaba elogiosamente de Dalí, declarándole “un admirable tradicionalista y,
al mismo tiempo, un gran innovador”.
El
fenómeno Dalí dio principio el 11 de mayo de 1904 en Figueras, pueblo español
cercano a la frontera francesa, donde vino al mundo. Pero fiel a su actitud
característica, Salvador Felipe Jacinto Dalí insiste en que nació dos meses
antes, porque su vida consciente, su genio, comenzó cuando era un feto de siete
meses. (Dice recordar que en el seno materno todo “era tibio, suave,
silencioso, un paraíso”.) Hasta hoy sigue obsesionado con su vida prenatal.
Pinta huevos, los construye; hasta su sala de estar es oval.
Durante sus primeros años en la escuela fracasó en la mayoría de las
asignaturas, pero aprendió teatralidad. Un día, sin otra razón que sentirse
eufórico, se lanzó hacia abajo por un largo tramo de escaleras, y cayó tan
violentamente que sufrió serias magulladuras. Le entusiasmaron los aplausos, y
desde entonces, siempre que se acercaba a una escalera, sus condiscípulos se
agrupaban para verle. Entre una y otra prueba hallaba su refugio favorito en
casa, donde se pasaba horas enteras sentado en una gran tina, en una habitación
que había sido antes lavadero. Allí comenzó a dibujar y a pintar. Su caballete
era una tabla de lavar, sus “telas! las tapas de viejas cajas de sombreros. A
los siete años ya demostraba gran originalidad.
Más
tarde, en una escuela de pintura madrileña, Dalí se dejó crecer el cabello, que
sobresalía bajo un gran sombrero negro. (“Yo fui el primer hippie”) Se compró
un bastón con puño de plata. Para protestar contra el nombramiento de cierto
profesor, salió teatralmente de una asamblea general y provocó un disturbio
estudiantil. A los 21 años lo suspendieron de la escuela y lo encerraron en un
calabozo. Un año después fue expulsado definitivamente de ella.
Durante le frenético decenio de 1920 a 1929 Dalí pintaba dos o tres telas por
semana : cubistas, impresionistas, puntillistas. En 1925 abrió en Barcelona su
primera exposición personal, que despertó el entusiasmo de los críticos. Pablo
Picasso, su compatriota, le aconsejó que montara otra en París. En 1927, al
llegar a esta ciudad, Dalí descubrió, encantado, que sus trabajos, pesadillas
extraídas de su propia imaginación, caían en medio de una nueva filosofía
artística : el surrealismo.
Los
surrealistas creían que las reglas tradicionales debían ser desechadas.
Fascinados por el mundo irracional, inconsciente, que entonces exploraba
Sigmund Freud, recorrían el paisaje del sueño armados con la red para atrapar
mariposas de su imaginación. Rechazando la lógica tradicional declaraban que la
basura es hermosa y el desorden la más e3legante forma de organización. (Fueron
ellos y sus correligionarios quienes iniciaron la literatura del absurdo). Y
así, Dalí hizo suyo rl delirio del surrealismo, a la vez que sus primeras e
inofensivas chanzas se tornaron, en forma alarmante, en el gusto por una vida
exhibicionista.
Antes
había sido un pintor brillante, pero inconsistente, que con su fácil pincel
pasaba de un estilo a otro. Luego su visión se centró en obsesionantes
fantasías cuyas imágenes, claras como diamantes, y sus hipnóticas perspectivas
destilaban una poesía caprichosa. Sus cuadros tenían la imperativa calidad de
un trance : bañados en fría luz estelar, parecían obedecer a una misteriosa
lógica procedente de otro universo.
A su
regreso a España, Dalí conoció a Helen Diakanoff Eluard, a quien él llamó Gala.
nacida en Rusia, Gala era 10 años mayor que Dalí, no hermosa pero sumamente
atractiva. Ambos unieron sus vidas en seguida. La unión de Salvador y Gala fue
una relación idílica, que evocaba la de Dante y Beatriz, o la de Petrarca y
Laura. Galutchka no sólo puso fin a los arrebatos, las ansiedades y los
síntomas histéricos de su esposo, sino también trajo orden a su vida. Presintió
que había en él tanto de escritor como de pintor, y lo animó a publicar su
primer libro. Desde entonces Dalí ha escrito 20, de los cuales uno, Diario de un genio, fue un éxito de
librería.
Algunos de sus cuadros llevan la firma “Gala-Dalí”, y Gala misma aparece
en muchos de ellos. La vemos al pie de la cruz en su Crucifixión y en la bandera que Colón levanta en su Descubrimiento de América por Cristóbal
Colón. Dalí tiene completa conciencia de su deuda para con esta “abeja que
me trae la miel de la inspiración”. Siempre que ella entra en el estudio del
pintor, él se levanta ceremoniosamente y aplaude. Gala es también la sagaz administradora
que negocia todos sus contratos e invierte su dinero.
Los
primeros años del decenio de 1930
a 1939 fueron difíciles; literalmente años de hambre.
Desesperado, Dalí se convirtió en inventor. Gala recorría las calles de parís
afanándose en vender sus avanzados diseños: sillas y bañeras en formas
individuales, uñas que hacían las veces de espejos, zapatos de mujer con
muelles de acero en las suelas. Pero todo en vano.
Algunos de sus amigos surrealistas habían tenido éxito en los Estados
Unidos, donde Dalí comenzaba a gozar de cierta reputación. Entonces el
matrimonio se embarcó en el Champlain,
en tercera clase; el pasaje lo pagó Pablo Picasso, según Dalí. Éste resultó un
navegante precavido: noche y día llevó puesto un chaleco salvavidas durante la
apacible travesía.
Cuando atracó el buque en Nueva York, algunos reporteros subieron a
bordo en busca del pintor. Una de las telas que Dalí les mostró representaba a
Gala desnuda, con chuletas de cordero en los hombros. Los periodistas la miraron
con ojos desorbitados.
-
¿Para qué las chuletas?
-
Es muy sencillo –repuso el
hombrecito de los bigotes retorcidos-. Adoro a mi esposa y adoro las chuletas
de cordero. Aquí están juntas, en perfecta armonía.
De
pronto cuando Dalí había hecho toda su vida como simple terapia y para darse
gusto se convirtió en el tema de conversación favorito de la ciudad. Una mañana
apareció en Broadway un taxi en el cual Dalí había colocado unas tuberías para
producir lluvia artificial. En el asiento trasero viajaba Colón, o una acertada
reproducción del almirante, con un cartel que decía: “Heme de vuelta”. La
propaganda resultante llevó al público a la galería donde el pintor exponía sus
cuadros, y muchos se vendieron.
Desde
luego, el efecto de tales bufonadas atrajo la atención del público a la obra de
Dalí, la elevada excelencia de su técnica, que muchos peritos comparaban con la
de los grandes flamencos, tales como Jan van Eyck. En la gran época de Flandes
los pintores creaban tonos aplicando primero una fina capa de color al óleo y
dejándola secar, luego sobreponían otra capa lo suficientemente fina para que
dejara ver la primera, y repetían el procedimiento hasta obtener el tono
deseado. Salvador Dalí sigue usando esta técnica.
Sus
temas son tan avanzados como tradicional su técnica. La irrealidad de esos
temas es tal que no obedece a ninguna de las leyes naturales del tiempo, el
espacio o la gravedad. Un reloj de bolsillo se derrama de un escritorio como un
Camembert demasiado maduro, y sin embargo parece lo suficientemente real como
para indicar la hora y los minutos. En la Crucifixión ,
la figura de Jesucristo flota exenta de la cruz, y no obstante da la impresión
de estar clavada a ella.
¿Qué
significa toso eso? Según algunos críticos, Dalí trata de “dar forma tangible a
los sueños”. La explicación es probablemente tan buena como cualquier otra. De
nada valdría preguntar al mismo Dalí, a menos que esté dispuesto a aceptar una
respuesta semejante al reloj convertido en Camembert (queso graso).
DE
cualquier modo, la vida de Dalí es una de las más extraordinarias de nuestra
época. Pasó hambre a principios del decenio de 1930 a 1939, pero hoy es
multimillonario, y probablemente el más famoso entre los pintores. En su
primera exposición parisiense el precio máximo que alcanzó alguno de sus
cuadros fue 500 dólares. No hace mucho se vendió en Nueva York una de sus telas
por 245,000. Sus obras, que presagiaron los más recientes movimientos
artísticos: OP, Pop y el conceptual, cuelgan ahora en 41 galerías de pintura del
mundo y en muchas de las principales colecciones particulares. En septiembre de
1974 el gobierno español abrió un museo dedicado exclusivamente a Dalí. Otra
institución análoga existía ya en Cleveland (Ohio).
“Hay
días en que me parece que voy a morir por una dosis excesiva de felicidad”,
dice el artista. Los críticos están de acuerdo en que, si esto llegase
realmente a ocurrir, la obra de Dalí habrá de sobrevivir como expresión de uno
de los grandes genios creadores de nuestra era.
No hay comentarios:
Publicar un comentario