Nacida en
Rusia y criada en los Estados Unidos, esta formidable mujer rigió los destinos
de la nación cuya existencia es manzana de discordia entre las dos
superpotencias.
HA VIVIDO más
de los setenta años consagrados por la Biblia y por tanto esta mujer es una
anciana. Arquetipo de la madre hebrea, se preocupa de la suerte de sus hijos,
ya adultos, está encantada de sus cinco nietos, y ella misma prepara el pescado
relleno y la sopa de gallina típicos de la cocina judía. Pero Golda Meir es
también la Primera Ministra de Israel, y en ese cargo ha demostrado ser uno de
los gobernantes más hábiles y tenaces del mundo contemporáneo.
Golda (en Israel nadie la llama nunca la señora
Meir) ocupa uno de los cargos más difíciles del mundo. Si bien los tres
millones de judíos de Israel sólo han sabido de la guerra, o de una constante
amenaza de ella, desde que tal Estado se estableció en 1948, a la situación se
ha agregado un nuevo elemento, en extremo peligroso: la Unión Soviética ha
venido montando una formidable maquinaria bélica en Egipto. Así envalentonados,
los egipcios amenazan con una nueva guerra contra Israel si no se retira de los
territorios árabes que ocupó en 1967. Hace ya varios meses se inició una
campaña diplomática a fin de lograr un acuerdo entre árabes y judíos, pero los
problemas que lo estorban son inmensos y por tanto la consecución de una paz
verdadera está más lejos que nunca.
El gobernante de férrea voluntad que Israel
necesita en esta hora crítica, ha encarnado en eta mujer de 73 años de edad.
Los árabes, como otros críticos, acusan a Golda de ser inflexiblemente
obstinada. Sus admiradores prefieren calificarla de “tenaz”. Al nombrarla
ministra de Relaciones Extranjeras en 1956, David Ben-Gurion, el entonces
primer ministro, declaró con orgullo que Golda era “el único hombre” con que
contaba en su gabinete.
En la actualidad Golda goza de un apoyo
fantástico por parte del pueblo de Israelí. Israel es centro de constantes
disputas políticas, pues en el Knesset, o Parlamento, compuesto de 120
miembros, están representados 13 partidos, y no obstante, las encuestas
públicas muestran una y otra vez que el 75 por ciento de la población está de
acuerdo con la política seguida por Golda. Una de las razones de que tenga
tanto prestigio es que pocos son los israelíes que puedan concordar que haya
habido algún día en que Golda no figurase en la escena pública, pues lleva ya
más de 40 años de tener parte activa en la política. Su sencilla y práctica
actitud en cuanto a los problemas nacionales se reduce a decidir si algo
conviene o no a los judíos. Al tratar de transigir con los árabes, cierta vez
Golda comentó: “Nosotros nos proponemos seguir viviendo. Los árabes nos quieren ver muertos. Una cuestión
así no deja lugar a transacción alguna”.
Ministerio
de cocina. Golda en su calidad de Primer Ministro, preside las reuniones de
un gabinete constituido exclusivamente por varones, lo cual cumple en forma muy
parecida a la de una maestra de escuela al tratar con un grupo de alumnos
indóciles. Cuando los ministros charlan entre ellos, Golda, impaciente, golpea
la mesa con los nudillos. En una ocasión le indicó a uno de los miembros del
gabinete que dejara el diario que estaba leyendo. “!No estamos en una sala de
lectura!” le dijo bastante bruscamente.
No obstante, Golda sabe mostrarse tan suave
como el terciopelo. Cuando era ministra de Relaciones Extranjeras, le solicitó
audiencia una mujer que había perdido a sus hijos en la guerra de 1956. La
secretaria de Golda le dijo a la visitante que no podría hablar con la ministra
más de diez minutos; pero una vez en el despacho de esta, la pobre mujer sacó
una Biblia y se puso a leer en voz alta capítulo tras capítulo del libro sagrado.
Golda la escuchó pacientemente, con la cabeza inclinada, durante más de una
hora, mientras en la sala de espera se aglomeraban los visitantes. Al cabo de
ese tiempo, Golda abrazó a la mujer y le dio las gracias por su visita.
Golda sigue un programa de trabajo que
agotaría a muchas personas de menor edad que ella. Se levanta a las 7 de la
mañana y trabaja hasta la una o las dos de la madrugada siguiente. Administra
los asuntos gubernamentales no sólo desde su despacho, sino también desde la cocina
de su casa. A menudo los ministros del gabinete y muchos funcionarios de
importancia pasan por la residencia oficial de la Primera Ministra, a horas
avanzadas de la noche, para tomar con ella una taza de café y unos emparedados…
los cuales prepara ella misma, ya que no tiene criados que vivan allí.
Invariablemente Golda lava los platos antes
de retirarse a descansar, pues no puede pensar siquiera en dejar esa tarea para
la mañana siguiente. Con frecuencia interrumpe el poco sueño que logra
conciliar los urgentes despachos que recibe por teléfono desde los diversos
centros militares o las embajadas de Israel en todo el mundo. Cierta vez uno de
sus ayudantes le aconsejó que tomara unas vacaciones. “¿Por qué?” le preguntó
Golda. “¿Cree usted que esté cansada?” Su ayudante contestó: “No, usted no,
pero yo sí”. “Entonces, las vacaciones debe tomarlas usted”, concluyó Golda.
El desempeño de Golda resulta aún más
notable si se considera el estado de su salud. Aunque parece haber cobrado
mayor vigor desde que la designaron Primera Ministra, hace ya varios decenios
que los médicos le recomiendan que no trabaje tanto. En diversas épocas ha
padecido de cálculos en el riñón, inflamación en la vejiga, pulmonía, jaquecas,
flebitis y de un agotamiento total. Con espanto de amigos y familiares, Golda
fuma de 60 a 80 cigarrillos al día. Por haberse fracturado una pierna en un
accidente automovilístico, ocurrido hace cerca de 25 años, la Primera Ministra
calza zapatos ortopédicos. Alguna vez le preguntaron por su estado de salud, y
repuso: “No tengo nada serio. Apenas un leve cáncer por aquí, algo de
tuberculosis por allá”
Tierra
prometida. Golda nació el 3 de mayo de 1898 en Kiev, capital de Ucrania, en
la Rusia de los zares. A pesar de que su padre, Moshe Mabovitch, era un
ebanista muy hábil, la familia pasaba grandes privaciones. Por añadidura, era
víctima de una intensa persecución religiosa, y Golda conoció, durante su
infancia, muchos terribles incidentes. Recuerda cuando un hombre se acercó a
ella y otra niña que la acompañaba, les cogió las cabezas y se las golpeó una
contra la otra, a la vez que les decía: “Esto es lo que les haremos a todos los
judíos. Les romperemos la cabeza y acabaremos con ellos”.
Por toda Rusia había judíos que, si
conseguían reunir el dinero para el pasaje, abandonaban el país para dirigirse
a los Estados Unidos. Moshe Mabovitch se embarcó rumbo a Nueva York en 1903,
dejando en Ucrania a su esposa y a sus tres hijas: Shana, la primogénita, que
vive actualmente en Israel; Golda, la segunda; y Zipporah, quien hoy radica en
los Estados Unidos. Cuando Golda tenía ocho años, Moshe hizo que su familia se
reuniera con él, pues había encontrado trabajo como obrero ferroviario en
Milwaukee. Para los Mabovitch, los Estados Unidos era una tierra de promisión
donde encontrarían la libertad.
Sin embargo, para los Mabovitch la vida no
fue fácil. La madre de Golda abrió una modesta abacería para ayudar en los
gastos, y la familia vivía en dos habitaciones de la parte trasera. Si la
capacidad de trabajo de Golda es hoy motivo de asombro, esa capacidad tiene su
sencilla explicación en la circunstancia de que Golda no ha conocido otra cosa
en toda su vida. Tenía que abrir la tienda a hora temprana de la mañana y estar
allí hasta que su madre regresaba del mercado mayorista con las compras del
día. Después de la escuela volvía detrás del mostrador. Cuenta Golda: “Nunca
tuve oportunidad de que el ocio me echara a perder”.
Después de asistir a la escuela normal y de
enseñar durante algún tiempo en una escuela hebrea de Milwaukee, Golda resolvió
emigrar a Palestina y allí cooperar en el establecimiento de una patria para
los judíos. Su resolución se confirmó después de escuchar un inspirado discurso
del joven David Ben-Gurion, que entonces visitaba la ciudad de Milwaukee. Pero
esto sucedía en plena primera guerra mundial, y Golda tuvo que esperar. En el
ínterin contrajo matrimonio, a los 19 años de edad, con Morris Meyerson, joven
inmigrante judío ruso que difícilmente se ganaba la vida como pintor de letreros.
Morris se oponía a trasladarse a Palestina, pero la idea de Golda prevaleció, y
la pareja acabó por partir de Nueva York en 1921.
Para edificar una nación.
Los Meyerson se instalaron por fin en un apartamento miserable, en Jerusalén.
Allí nacieron sus dos hijos: Menachen, hoy violonchelista de profesión, y
Sarah, que vive con su marido en una Kibutz
en Israel.
Esa situación impacientaba a Golda, quien en
1928 optó por aceptar un empleo de turno completo como secretaria del Consejo
Femenino del Trabajo. No tardó en convertirse en uno de los líderes más
destacados de la Histadrut, federación de trabajadores que también hacía las
veces de agencia colonizadora, adiestrando y estableciendo a los inmigrantes
judíos, que llegaban a Palestina cada vez en mayor número. Pero estas
actividades resultaron perjudiciales para su vida privada, y con el tiempo
Golda y Morris se separaron. Él falleció en Israel en 1951.
En 1947 las Naciones Unidas votaron por
dividir a Palestina, un año más tarde, en dos Estados: uno judío, y el otro,
árabe. Los árabes se dispusieron a hacer la guerra a los judíos; entonces le
dieron a Golda la comisión de trasladarse a los Estados Unidos y reunir dinero
entre los judíos norteamericanos, para comprar armas. Los dirigentes judíos de
Palestina calculaban que, en el mejor de los casos, Golda podría conseguir en
los Estados Unidos siete millones de dólares. Golda, sin embargo, recorrió ese
país diligentemente durante dos meses y medio, hablando en diversas reuniones
hasta dos y tres veces al día, y alcanzó a colectar, con asombro de todos, 50
millones de dólares. Cuando Golda regresó a Palestina, Ben-Gurion comentó:
“Algún día se dirá que una mujer judía obtuvo el dinero que hizo posible la
fundación del Estado”.
El Estado de Israel se proclamó el 14 de
mayo de 1948, y Golda, que lloraba de gozo, fue uno de los 37 signatarios de la
Declaración de Independencia.
Éxodo.
Ese mismo año, Ben-Gurion, que fue jefe del Gobierno provisional de Israel, y
más tarde Primer Ministro, envió a Golda a la Unión Soviética como
representante diplomático, el primero que nombraba Israel. A los siete meses,
Ben-Gurion la hizo volver a Rusia para nombrarla ministra del Trabajo. Durante
los siete años que desempeñó ese cargo, Golda causó profundo efecto en Israel.
Encargada de las obras públicas y de resolver los problemas de la vivienda, así
como las cuestiones laborales, en días en que 700.000 judíos (la mayoría sin
dinero) llegaban a Israel y así doblaban la población del nuevo Estado, Golda
acometió urgentes programas de construcción de caminos y otras obras de
utilidad pública. Organizó el adiestramiento, sobre la marcha, de trabajadores
para el campo y las industrias, y veló que se construyeran viviendas con la
máxima rapidez posible para sacar de tiendas y tabucos a los inmigrantes. Desde
entonces, el número de estos ha llegado a más de 1,250.000, y, como Golda lo
hace notar complacida, ninguna familia carece de habitación, ningún niño se
queda sin escuela.
En vísperas de la guerra de 1956 contra
Egipto, Ben-Gurion nombró a Golda ministra de Relaciones Extranjeras. (También
a petición de Ben-Gurion, Golda cambió su apellido de Meyerson por el más
hebráico de Meir). Golda permaneció en ese cargo hasta 1965, cuando, al cumplir
67 años, dimitió, alegando que le hacía falta un descanso.
En el crisol. Pero poco tiempo sus colegas
la convencieron para que ocupara el puesto de secretaria general del partido
laborista, el más fuerte de Israel. Con notable habilidad Golda incrementó la
fuerza del partido al hacer volver a sus filas a dos facciones hostiles.
Finalmente, al alcanzar la edad de 70 años, Golda renunció a su puesto en aquel
organismo y volvió a su apartamento, situado en un suburbio de Tel Aviv,
declarando: “Ahora podré dedicarme a leer unos cuantos libros buenos”
Ese paso podría haber constituido el epílogo
de una carrera tan activa como larga de no ser por la muerte, a principios de
1969, de Levi Eshkol, el primer ministro. Los dirigentes del partido laborista,
temerosos de que surgiera una escisión en el seno de la agrupación a
consecuencia de una lucha entre Moshe Dayan, ministro de Defensa, y el primer
ministro suplente Yigal Allon, llegaron a la conclusión de que sólo había una
persona que fuera aceptable para todas las facciones políticas a la vez que
para el público. Así pues, se arrancó a Golda de su retiro para designarla
primera ministra interina. En octubre siguiente la eligieron para que ocupase
el cargo durante un período de cuatro años. En contestación a quienes
murmuraban que era demasiado vieja, Golda tronó: “El haber cumplido los 70 años
no es ningún pecado”. Y añadió: “No es tampoco ningún placer”.
Una semana después de que Golda tomó
posesión de su cargo, Nasser emprendió una “guerra de desgaste” bombardeando la
ribera oriental del Canal de Suez. Más adelante, en el mismo año, Golda efectuó
su primera visita a los Estados Unidos con su carácter de Primera Ministra de
Israel. El año siguiente, como fruto de esa visita, los norteamericanos
enviaron a Israel, entre otros elementos bélicos, buen número de Phantoms,
aviones jet de bombardeo y combate, y
el Congreso estadounidense le aprobó un crédito de 500 millones de dólares para
la compra de armas.
¿A dónde irá ahora Israel? Tal es el más
grave interrogante a que se enfrentan Golda y todos los israelíes. Su país pasa
actualmente por una auge económico y a ninguno le falta el trabajo. Sin
embargo, las perspectivas para el futuro, consideradas a largo plazo, son menos
tranquilizadoras. Aunque en agosto de 1970, a instancias de los
norteamericanos, Israel y Egipto convinieron en una tregua, los diplomáticos
advierten que probablemente pase mucho tiempo para llegar a un arreglo
permanente de la crisis del Oriente Medio.
Pero Israel nació para la guerra y toda una
generación de israelíes casi no ha conocido otra cosa que la guerra. Golda,
como su pueblo, está resuelta a capear la tormenta, suceda lo que suceda.
Haciéndose eco de una broma que corre entre los israelíes, la Primera Ministra
comenta: “Nosotros los judíos tenemos, en nuestra lucha contra los árabes, un
arma secreta: no tenemos otro lugar adonde ir”.
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