sábado, 30 de marzo de 2013

GOLDA MEIR, TENAZ MINISTRA DE ISRAEL / David REED


Nacida en Rusia y criada en los Estados Unidos, esta formidable mujer rigió los destinos de la nación cuya existencia es manzana de discordia entre las dos superpotencias.
   HA VIVIDO más de los setenta años consagrados por la Biblia y por tanto esta mujer es una anciana. Arquetipo de la madre hebrea, se preocupa de la suerte de sus hijos, ya adultos, está encantada de sus cinco nietos, y ella misma prepara el pescado relleno y la sopa de gallina típicos de la cocina judía. Pero Golda Meir es también la Primera Ministra de Israel, y en ese cargo ha demostrado ser uno de los gobernantes más hábiles y tenaces del mundo contemporáneo.
   Golda (en Israel nadie la llama nunca la señora Meir) ocupa uno de los cargos más difíciles del mundo. Si bien los tres millones de judíos de Israel sólo han sabido de la guerra, o de una constante amenaza de ella, desde que tal Estado se estableció en 1948, a la situación se ha agregado un nuevo elemento, en extremo peligroso: la Unión Soviética ha venido montando una formidable maquinaria bélica en Egipto. Así envalentonados, los egipcios amenazan con una nueva guerra contra Israel si no se retira de los territorios árabes que ocupó en 1967. Hace ya varios meses se inició una campaña diplomática a fin de lograr un acuerdo entre árabes y judíos, pero los problemas que lo estorban son inmensos y por tanto la consecución de una paz verdadera está más lejos que nunca.
   El gobernante de férrea voluntad que Israel necesita en esta hora crítica, ha encarnado en eta mujer de 73 años de edad. Los árabes, como otros críticos, acusan a Golda de ser inflexiblemente obstinada. Sus admiradores prefieren calificarla de “tenaz”. Al nombrarla ministra de Relaciones Extranjeras en 1956, David Ben-Gurion, el entonces primer ministro, declaró con orgullo que Golda era “el único hombre” con que contaba en su gabinete.
   En la actualidad Golda goza de un apoyo fantástico por parte del pueblo de Israelí. Israel es centro de constantes disputas políticas, pues en el Knesset, o Parlamento, compuesto de 120 miembros, están representados 13 partidos, y no obstante, las encuestas públicas muestran una y otra vez que el 75 por ciento de la población está de acuerdo con la política seguida por Golda. Una de las razones de que tenga tanto prestigio es que pocos son los israelíes que puedan concordar que haya habido algún día en que Golda no figurase en la escena pública, pues lleva ya más de 40 años de tener parte activa en la política. Su sencilla y práctica actitud en cuanto a los problemas nacionales se reduce a decidir si algo conviene o no a los judíos. Al tratar de transigir con los árabes, cierta vez Golda comentó: “Nosotros nos proponemos seguir viviendo. Los  árabes nos quieren ver muertos. Una cuestión así no deja lugar a transacción alguna”.
   Ministerio de cocina. Golda en su calidad de Primer Ministro, preside las reuniones de un gabinete constituido exclusivamente por varones, lo cual cumple en forma muy parecida a la de una maestra de escuela al tratar con un grupo de alumnos indóciles. Cuando los ministros charlan entre ellos, Golda, impaciente, golpea la mesa con los nudillos. En una ocasión le indicó a uno de los miembros del gabinete que dejara el diario que estaba leyendo. “!No estamos en una sala de lectura!” le dijo bastante bruscamente.
   No obstante, Golda sabe mostrarse tan suave como el terciopelo. Cuando era ministra de Relaciones Extranjeras, le solicitó audiencia una mujer que había perdido a sus hijos en la guerra de 1956. La secretaria de Golda le dijo a la visitante que no podría hablar con la ministra más de diez minutos; pero una vez en el despacho de esta, la pobre mujer sacó una Biblia y se puso a leer en voz alta capítulo tras capítulo del libro sagrado. Golda la escuchó pacientemente, con la cabeza inclinada, durante más de una hora, mientras en la sala de espera se aglomeraban los visitantes. Al cabo de ese tiempo, Golda abrazó a la mujer y le dio las gracias por su visita.
   Golda sigue un programa de trabajo que agotaría a muchas personas de menor edad que ella. Se levanta a las 7 de la mañana y trabaja hasta la una o las dos de la madrugada siguiente. Administra los asuntos gubernamentales no sólo desde su despacho, sino también desde la cocina de su casa. A menudo los ministros del gabinete y muchos funcionarios de importancia pasan por la residencia oficial de la Primera Ministra, a horas avanzadas de la noche, para tomar con ella una taza de café y unos emparedados… los cuales prepara ella misma, ya que no tiene criados que vivan allí.
   Invariablemente Golda lava los platos antes de retirarse a descansar, pues no puede pensar siquiera en dejar esa tarea para la mañana siguiente. Con frecuencia interrumpe el poco sueño que logra conciliar los urgentes despachos que recibe por teléfono desde los diversos centros militares o las embajadas de Israel en todo el mundo. Cierta vez uno de sus ayudantes le aconsejó que tomara unas vacaciones. “¿Por qué?” le preguntó Golda. “¿Cree usted que esté cansada?” Su ayudante contestó: “No, usted no, pero yo sí”. “Entonces, las vacaciones debe tomarlas usted”, concluyó Golda.
   El desempeño de Golda resulta aún más notable si se considera el estado de su salud. Aunque parece haber cobrado mayor vigor desde que la designaron Primera Ministra, hace ya varios decenios que los médicos le recomiendan que no trabaje tanto. En diversas épocas ha padecido de cálculos en el riñón, inflamación en la vejiga, pulmonía, jaquecas, flebitis y de un agotamiento total. Con espanto de amigos y familiares, Golda fuma de 60 a 80 cigarrillos al día. Por haberse fracturado una pierna en un accidente automovilístico, ocurrido hace cerca de 25 años, la Primera Ministra calza zapatos ortopédicos. Alguna vez le preguntaron por su estado de salud, y repuso: “No tengo nada serio. Apenas un leve cáncer por aquí, algo de tuberculosis por allá”
   Tierra prometida. Golda nació el 3 de mayo de 1898 en Kiev, capital de Ucrania, en la Rusia de los zares. A pesar de que su padre, Moshe Mabovitch, era un ebanista muy hábil, la familia pasaba grandes privaciones. Por añadidura, era víctima de una intensa persecución religiosa, y Golda conoció, durante su infancia, muchos terribles incidentes. Recuerda cuando un hombre se acercó a ella y otra niña que la acompañaba, les cogió las cabezas y se las golpeó una contra la otra, a la vez que les decía: “Esto es lo que les haremos a todos los judíos. Les romperemos la cabeza y acabaremos con ellos”.
   Por toda Rusia había judíos que, si conseguían reunir el dinero para el pasaje, abandonaban el país para dirigirse a los Estados Unidos. Moshe Mabovitch se embarcó rumbo a Nueva York en 1903, dejando en Ucrania a su esposa y a sus tres hijas: Shana, la primogénita, que vive actualmente en Israel; Golda, la segunda; y Zipporah, quien hoy radica en los Estados Unidos. Cuando Golda tenía ocho años, Moshe hizo que su familia se reuniera con él, pues había encontrado trabajo como obrero ferroviario en Milwaukee. Para los Mabovitch, los Estados Unidos era una tierra de promisión donde encontrarían la libertad.
   Sin embargo, para los Mabovitch la vida no fue fácil. La madre de Golda abrió una modesta abacería para ayudar en los gastos, y la familia vivía en dos habitaciones de la parte trasera. Si la capacidad de trabajo de Golda es hoy motivo de asombro, esa capacidad tiene su sencilla explicación en la circunstancia de que Golda no ha conocido otra cosa en toda su vida. Tenía que abrir la tienda a hora temprana de la mañana y estar allí hasta que su madre regresaba del mercado mayorista con las compras del día. Después de la escuela volvía detrás del mostrador. Cuenta Golda: “Nunca tuve oportunidad de que el ocio me echara a perder”.
   Después de asistir a la escuela normal y de enseñar durante algún tiempo en una escuela hebrea de Milwaukee, Golda resolvió emigrar a Palestina y allí cooperar en el establecimiento de una patria para los judíos. Su resolución se confirmó después de escuchar un inspirado discurso del joven David Ben-Gurion, que entonces visitaba la ciudad de Milwaukee. Pero esto sucedía en plena primera guerra mundial, y Golda tuvo que esperar. En el ínterin contrajo matrimonio, a los 19 años de edad, con Morris Meyerson, joven inmigrante judío ruso que difícilmente se ganaba la vida como pintor de letreros. Morris se oponía a trasladarse a Palestina, pero la idea de Golda prevaleció, y la pareja acabó por partir de Nueva York en 1921.
   Para edificar una nación. Los Meyerson se instalaron por fin en un apartamento miserable, en Jerusalén. Allí nacieron sus dos hijos: Menachen, hoy violonchelista de profesión, y Sarah, que vive con su marido en una Kibutz en Israel.
   Esa situación impacientaba a Golda, quien en 1928 optó por aceptar un empleo de turno completo como secretaria del Consejo Femenino del Trabajo. No tardó en convertirse en uno de los líderes más destacados de la Histadrut, federación de trabajadores que también hacía las veces de agencia colonizadora, adiestrando y estableciendo a los inmigrantes judíos, que llegaban a Palestina cada vez en mayor número. Pero estas actividades resultaron perjudiciales para su vida privada, y con el tiempo Golda y Morris se separaron. Él falleció en Israel en 1951.
   En 1947 las Naciones Unidas votaron por dividir a Palestina, un año más tarde, en dos Estados: uno judío, y el otro, árabe. Los árabes se dispusieron a hacer la guerra a los judíos; entonces le dieron a Golda la comisión de trasladarse a los Estados Unidos y reunir dinero entre los judíos norteamericanos, para comprar armas. Los dirigentes judíos de Palestina calculaban que, en el mejor de los casos, Golda podría conseguir en los Estados Unidos siete millones de dólares. Golda, sin embargo, recorrió ese país diligentemente durante dos meses y medio, hablando en diversas reuniones hasta dos y tres veces al día, y alcanzó a colectar, con asombro de todos, 50 millones de dólares. Cuando Golda regresó a Palestina, Ben-Gurion comentó: “Algún día se dirá que una mujer judía obtuvo el dinero que hizo posible la fundación del Estado”.
   El Estado de Israel se proclamó el 14 de mayo de 1948, y Golda, que lloraba de gozo, fue uno de los 37 signatarios de la Declaración de Independencia.
   Éxodo. Ese mismo año, Ben-Gurion, que fue jefe del Gobierno provisional de Israel, y más tarde Primer Ministro, envió a Golda a la Unión Soviética como representante diplomático, el primero que nombraba Israel. A los siete meses, Ben-Gurion la hizo volver a Rusia para nombrarla ministra del Trabajo. Durante los siete años que desempeñó ese cargo, Golda causó profundo efecto en Israel. Encargada de las obras públicas y de resolver los problemas de la vivienda, así como las cuestiones laborales, en días en que 700.000 judíos (la mayoría sin dinero) llegaban a Israel y así doblaban la población del nuevo Estado, Golda acometió urgentes programas de construcción de caminos y otras obras de utilidad pública. Organizó el adiestramiento, sobre la marcha, de trabajadores para el campo y las industrias, y veló que se construyeran viviendas con la máxima rapidez posible para sacar de tiendas y tabucos a los inmigrantes. Desde entonces, el número de estos ha llegado a más de 1,250.000, y, como Golda lo hace notar complacida, ninguna familia carece de habitación, ningún niño se queda sin escuela.
   En vísperas de la guerra de 1956 contra Egipto, Ben-Gurion nombró a Golda ministra de Relaciones Extranjeras. (También a petición de Ben-Gurion, Golda cambió su apellido de Meyerson por el más hebráico de Meir). Golda permaneció en ese cargo hasta 1965, cuando, al cumplir 67 años, dimitió, alegando que le hacía falta un descanso.
   En el crisol. Pero poco tiempo sus colegas la convencieron para que ocupara el puesto de secretaria general del partido laborista, el más fuerte de Israel. Con notable habilidad Golda incrementó la fuerza del partido al hacer volver a sus filas a dos facciones hostiles. Finalmente, al alcanzar la edad de 70 años, Golda renunció a su puesto en aquel organismo y volvió a su apartamento, situado en un suburbio de Tel Aviv, declarando: “Ahora podré dedicarme a leer unos cuantos libros buenos”
   Ese paso podría haber constituido el epílogo de una carrera tan activa como larga de no ser por la muerte, a principios de 1969, de Levi Eshkol, el primer ministro. Los dirigentes del partido laborista, temerosos de que surgiera una escisión en el seno de la agrupación a consecuencia de una lucha entre Moshe Dayan, ministro de Defensa, y el primer ministro suplente Yigal Allon, llegaron a la conclusión de que sólo había una persona que fuera aceptable para todas las facciones políticas a la vez que para el público. Así pues, se arrancó a Golda de su retiro para designarla primera ministra interina. En octubre siguiente la eligieron para que ocupase el cargo durante un período de cuatro años. En contestación a quienes murmuraban que era demasiado vieja, Golda tronó: “El haber cumplido los 70 años no es ningún pecado”. Y añadió: “No es tampoco ningún placer”.
   Una semana después de que Golda tomó posesión de su cargo, Nasser emprendió una “guerra de desgaste” bombardeando la ribera oriental del Canal de Suez. Más adelante, en el mismo año, Golda efectuó su primera visita a los Estados Unidos con su carácter de Primera Ministra de Israel. El año siguiente, como fruto de esa visita, los norteamericanos enviaron a Israel, entre otros elementos bélicos, buen número de Phantoms, aviones jet de bombardeo y combate, y el Congreso estadounidense le aprobó un crédito de 500 millones de dólares para la compra de armas.
   ¿A dónde irá ahora Israel? Tal es el más grave interrogante a que se enfrentan Golda y todos los israelíes. Su país pasa actualmente por una auge económico y a ninguno le falta el trabajo. Sin embargo, las perspectivas para el futuro, consideradas a largo plazo, son menos tranquilizadoras. Aunque en agosto de 1970, a instancias de los norteamericanos, Israel y Egipto convinieron en una tregua, los diplomáticos advierten que probablemente pase mucho tiempo para llegar a un arreglo permanente de la crisis del Oriente Medio.
   Pero Israel nació para la guerra y toda una generación de israelíes casi no ha conocido otra cosa que la guerra. Golda, como su pueblo, está resuelta a capear la tormenta, suceda lo que suceda. Haciéndose eco de una broma que corre entre los israelíes, la Primera Ministra comenta: “Nosotros los judíos tenemos, en nuestra lucha contra los árabes, un arma secreta: no tenemos otro lugar adonde ir”.

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