NO CURA
NADA, PERO BAJA LA FIEBRE ,
ALIVIA EL DOLOR, COMBATE LA INFLAMACIÓN Y ,
EN GENERAL, ES LA MEDICINA DE
MÁS USOS.
Por George BOEHM.
Condensado del suplemento Dominical del
“Times” de Nueva York
¿Qué ha sido del té de sasafrás, la tintura de
árnica, los emplastos de mostaza, la asafétida, el azufre y las melazas? Todos
han desaparecido del botiquín familiar. En realidad, entre los remedios caseros
que fueron populares a principios de siglo, sólo hay uno que sigue siendo muy
socorrido: la aspirina.
A
pesar de ser una droga a la que nadie da importancia, la gente la sigue tomando
en cantidades cada vez mayores y para casi cualquier indisposición. La aspirina
es barata, fácil de obtener y francamente inocua, y sin embargo ningún otro
medicamento es tan útil para tratar tal variedad de dolencias. Desde luego, si
la hubieran inventado hoy, posiblemente habría sido saludada como droga
maravillosa. Cada día se siguen descubriendo, e investigando, usos potencialmente
importantes de la aspirina.
Por
ejemplo, los estudios realizados hace poco en un instituto neurosiquiátrico
norteamericano revelaron que tres comprimidos de aspirina producen, en sujetos
normales, más o menos el mismo efecto que una dosis moderada de fenobarbital o
de meprobamato. Parece deducirse de otras investigaciones que la aspirina puede
frenar los progresos de la artritis ósea, enfermedad degenerativa común que,
por el desgaste, produce tullimiento en las articulaciones.
La
aspirina se sintetiza del alquitrán de hulla y de derivados del petróleo, según
la receta explicada en muchos libros de texto elementales de química. Pero la
farmacología es tan compleja como sencilla es la química. La aspirina tiene por
lo menos tres efectos farmacológicos claramente diferentes: baja la fiebre,
alivia el dolor y combate la inflamación.
Disminuye la fiebre porque actúa, según parece, sobre el “termostato”
del organismo (regulador de la temperatura que está alojado profundamente en el
cerebro) aumentando la sudoración y el flujo sanguíneo en los vasos cercanos a
la piel, y acelerando así la eliminación del calor.
Se ha
demostrado que alivia los dolores (cuando no son muy fuertes), porque suprime
la actividad de los nervios en el punto dolorido, bloqueando la transmisión de
la sensación dolorosa antes de que llegue al cerebro. En cambio, la morfina y
otros narcóticos actúan sobre los centros receptores de las sensaciones de
dolor en el cerebro mismo.
No se
comprende todavía del todo cómo la aspirina disminuye la inflamación, pero esta
cualidad la hace particularmente útil en las as afecciones artríticas y
reumáticas.
Después de haber conseguido sintetizar la cortisona en 1949, las
hormonas esteroideas suplantaron en gran medida a la aspirina en el tratamiento
de la artritis reumatoide, hasta que se fueron conociendo los efectos
secundarios del tratamiento hormonal prolongado. En la actualidad, según la Fundación
Norteamericana contra la Artritis , la aspirina es “la medicina más usada”
en el tratamiento de dicha enfermedad.
Aunque la aspirina es inofensiva cuando se emplea correctamente, en
ciertos casos es peligrosa. Unas cuantas personas (probablemente no más de una
por mil) son hipersensibles a ella; en esos individuos una sola tableta puede
provocar un atraque de asma quizá fatal. Muchos médicos son enemigos de dar
aspirina a enfermos con úlcera péptica, pues en cantidades muy grandes puede
provocar hemorragias internas.
Una
dosis excesiva de aspirina puede ser peligrosa, de ahí que en muchos países sea
causa de más intoxicaciones que cualquier otro medicamento, pues con frecuencia
la gente toma a la ligera grandes dosis. Buena parte de las víctimas son niños
menores de cinco años que, por curiosidad, destapan los frascos y se tragan un
puñado de comprimidos. Por eso es una medida muy oportuna que las autoridades
de sanidad pública limiten el número de aspirinas infantiles que se pueden
vender en un solo envase.
La
aspirina desciende en línea directa de una familia de remedios obtenidos de las
hierbas medicinales y usados en muchas partes del mundo ya desde la edad de
piedra. Se trata de los salicilatos, que se encuentran en la corteza, el fruto
y otras partes de muchas plantas. Los indios norteamericanos preparaban un té
febrífugo con corteza de sauce. El griego Hipócrates, padre de la medicina,
recomendó preparaciones de sauce para aliviar tanto la fiebre como el dolor. En
el decenio de 1850 los químicos comenzaron a sintetizar ácido salicílico puro,
y a los pocos años los salicilatos se habían convertido en medicamentos muy
comunes, usados incluso para esterilizar heridas y conservar alimentos.
Pero
tenían inconvenientes. El ácido salicílico es extremadamente irritante del
estómago, y el salicilato sódico, derivado menos corrosivo, tiene un sabor
dulce muy empalagoso. En 1893 Félix Hoffmann, químico empleado de la casa
Friedrich Bayer & Co., en Alemania, halló un derivado sin tacha: el ácido
acetilsalicílico. Al poco tiempo este ácido, que Bayer denominó Aspirina, se
convirtió en un pingüe negocio.
Hoy
muchísimas personas toman esta medicina en una u otra forma. La aspirina ha
sido incorporada aun número asombroso de productos: más de mil, si se cuentan
las diferentes marcas registradas y las de otros medicamentos tales como los analgésicos
y los comprimidos contra la gripe y el resfriado, y remedios para el dolor de
espalda.
¿Por
qué muchos prefieren no tomar aspirina
pura? Una razón es que la aspirina tarda un rato en disolverse, y durante ese
lapso a algunas personas les puede irritar la membrana mucosa del estómago.
Otra es que, por eso mismo, tarda en pasar al torrente circulatorio. Los
químicos casi han abandonado la esperanza de encontrar un salicilato más suave
y de acción más rápida, pero siguen probando en combinaciones con otros
ingredientes.
Una
solución consiste en combinar aspirina con algún neutralizante, como el
bicarbonato de sodio o las sales de aluminio, para contrarrestar la acidez.
Otra solución es asociar la aspirina con otros ingredientes activos, sobre todo
fenacetina y cafeína, con el fin de aumentar sus efectos. La fenacetina
equivale poco más o menos a la aspirina como analgésico y antipirético y, a
juzgar por algunos datos obtenidos, ambas drogas combinadas son más potentes
que cada una por su lado. Se supone, por otra parte, que la cafeína asociada a
la aspirina produce una suave sensación de euforia.
La
fenacetina es un medicamento que se ha de tomar con ciertas precauciones,
porque puede provocar trastornos en la sangre y los riñones.
Por tanto las autoridades de sanidad pública de los Estados Unidos han dispuesto que los laboratorios norteamericanos fabricantes de tabletas donde van unidas la aspirina, la cafeína y la fenacetina quiten esta última de la fórmula o, si la dejan, que adviertan claramente en el envase los peligros de usar el compuesto en dosis grandes o durante mucho tiempo.
Por tanto las autoridades de sanidad pública de los Estados Unidos han dispuesto que los laboratorios norteamericanos fabricantes de tabletas donde van unidas la aspirina, la cafeína y la fenacetina quiten esta última de la fórmula o, si la dejan, que adviertan claramente en el envase los peligros de usar el compuesto en dosis grandes o durante mucho tiempo.
Los
remiendos que se le van haciendo a la aspirina ¿realmente la mejoran? Los
farmacólogos todavía no saben lo suficiente acerca de su acción para poder decidirlo.
Muchas personas han llegado a depender de la aspirina, pero los médicos
están de acuerdo en que no hay peligro de habituarse a ella. Tanto a la corta
como a la larga, la aspirina empleada correctamente es una droga notable por no
ejercer efectos indeseables. Son pocos los medicamentos que poseen un margen
tan amplio entre la dosis que usualmente es útil y la que puede ser nociva.
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