sábado, 2 de marzo de 2013

EL DOCTOR TRUETA, VENCEDOR DE LA GANGRENA / Raúl VÁSQUEZ DE PARGA


            El traumatólogo eminente que nos libró de este azote secular.
           
   Paseaba cierta tarde el Dr.  JosepTrueta por la Rambla de Cataluña, en su nativa Barcelona, cuando se le acercó un hombre.
   -Mire usted mi pierna –le dijo el desconocido subiéndose el pantalón-. Durante la guerra civil me quedó tan destrozada por una bomba que temí no volver a andar ya nunca. Pero gracias a su tratamiento, ha estado sana y vigorosa estos últimos 34 años. Por eso quiero darle las gracias, doctor.
   Máxima autoridad entre los cirujanos osteólogos del mundo, el Dr. Trueta ha recibido honores en muchos países y llevan su nombre becas, técnicas quirúrgicas y secciones de hospitales ; es autor de ocho libros y 225 artículos ; la lista de sus clientes más bien parece un directorio de los más destacados personajes en el ámbito internacional.
Sin embargo, no llegarán a conocerse nunca los nombres de muchos de los primeros que se beneficiaron con el tratamiento que él ideó. Millones de soldados heridos, en todo el mundo, fueron tratados con el método Trueta.
   Los cirujanos carecieron durante siglos de armas para enfrentarse a la mortal gangrena que aparecía en las heridas causadas por bombas y otros proyectiles. Para los miembros invadidos por la gangrena no había sino un tratamiento : la amputación. Durante la primera guerra mundial, las salas de los hospitales estuvieron repletas de pacientes que en vez de piernas y brazos tenían muñones vendados. Pero apenas 30 años después, en la segunda guerra mundial, los cirujanos empleaban ya una técnica revolucionaria para el tratamiento de las heridas : el método Trueta, con el que se procede a suturar como de costumbre los miembros destrozados y lacerados y se les cubre  luego con vendas enyesadas ; las pavorosas heridas de guerra curaban así rápidamente, sin complicaciones ni dolor. En las guerras de Corea y Vietnam el empleo de potentes antibióticos no hizo necesario modificar el método Trueta, que siguieron utilizando los cirujanos militares estadounidenses. Actualmente ese mismo procedimiento, que consiste en una técnica operatoria precisa, drenaje de desechos tóxicos de los tejidos e inmovilización absoluta de la herida por medio de vendas enyesadas, está muy generalizado para tratar a las víctimas de las peores lesiones que ocurren en el trabajo industrial y en los accidentes de carretera.
Cirugía radical. Por primera vez, el método Trueta fue aclamado como “cura milagrosa” durante la sangrienta guerra civil española de 1936 a 1939 ; pero su origen se remonta a una noche del año de 1928, cuando el joven médico y su esposa Amelia asistían a una función de ópera en el Liceo. Durante el segundo acto le avisaron a Trueta que lo llamaban por teléfono de la Clínica Remedio, donde él era cirujano jefe. Había que atender al obrero de una fábrica metalúrgica cuya mano derecha había resultado gravemente lesionada al quedar cogida entre las ruedas de un engranaje en movimiento.
   El Dr. Trueta fue directamente a la clínica y vio que el accidentado tenía destrozados los dedos, cuyos tejidos blandos se habían desprendido. La práctica habitual en aquella época era limpiar la herida con antisépticos y luego aplicar vendas de gasa con la esperanza de evitar la gangrena. Había que repetir esta asepsia diariamente, en ocasiones durante semanas enteras : cada vez que se hacía este cambio de vendajes se volvía a abrir la herida y el paciente tenía que soportar atroces dolores.
   El Dr. Trueta tomó la decisión de ensayar un procedimiento radicalmente diferente, que había venido madurando desde hacía tiempo. Reflexionó que las bacterias se multiplican en los tejidos muertos y que cuanto más lesivo es el traumatismo tanto mayor es la cantidad de células que mueren. El cirujano catalán consideró que hacía falta ayudar al organismo a eliminar los desechos celulares, pues de otra manera la cirugía sería incompleta. Con todo esmero procedió a extirpar de la herida los tejidos muy dañados. Una vez que estuvo convencido de haber eliminado todas las células muertas, suturó la mano lesionada. Luego, con el fin de mantener la herida perfectamente inmóvil sin que se detuviera el delicado proceso de cicatrización, aplicó un vendaje de yeso al miembro herido. A continuación  recurrió a un aparato de tracción para que por gravedad escurriera la linfa, sustancia acuosa de los tejidos, y así arrastrara los detritos celulares.
   Cuando el cirujano jefe anunció que iba a dejar puesto el vendaje de yeso sin tocarlo, sus colaboradores se quedaron perplejos. Pensaban que sin la acostumbrada limpieza diaria no tardaría en presentarse la gangrena en la mano herida. Pero Trueta les aseguró que no sobrevendrían complicaciones. A pesar de su confianza, durante noches enteras, privándose del sueño, no dejó de telefonear al hospital a intervalos de pocas horas para informarse del estado de su paciente, al que quitaron el yeso a las tres semanas. Los dedos habían sanado limpiamente. Y es más ; como no se hizo la renovación diaria del vendaje, el enfermo no había tenido que soportar los terribles dolores de las curaciones después de la operación inicial.
Procedimiento indoloro. La nueva técnica no repercutió en el mundo médico hasta que se demostró su eficacia en la prueba suprema de los heridos de guerra. Al estallar en España la guerra civil, en 1936, el Dr. Trueta desempeñaba el cargo de jefe de cirugía del Hospital General de San Pablo, en Barcelona, de 3000 camas. La capital catalana sufrió centenares de bombardeos aéreos durante los tres años de esa guerra, y el hospital se vio repleto de víctimas con las más tremendas heridas que el Dr. Trueta hubiera tratado hasta entonces. Con la práctica, el cirujano barcelonés fue refinando su técnica. Cuando se acabó la tintura de yodo, que hasta entonces era considerada un desinfectante indispensable, prescindió de ese antiséptico, y tuvo oportunidad de comprobar algo que ya había sospechado : las heridas cicatrizaban igualmente bien sin que se les aplicara yodo. Siempre le había preocupado que la gasa empleada habitualmente se adhería a las heridas ; el Dr. Trueta  ensayó un tipo de gasa muy fina y poco empleada que podía desprenderse más fácilmente sin que la herida volviera a abrirse. Cuando se agotó la existencia de vendas de gasa las sustituyó satisfactoriamente con tiras de camisas y prendas interiores de seda.
   En los 1073 casos tratados con el método Trueta hubo solamente seis defunciones. Tras un período inicial de escepticismo, el jefe de servicio médico del ejército republicano adoptó el nuevo procedimiento y no tardó en registrarse un marcado descenso  de los casos de gangrena. Cuando el jefe de sanidad militar le habló con entusiasmo de tan buenos resultados, el Dr. Trueta le señaló que se habría eliminado por completo la gangrena, de haber operado a todos los pacientes en las ocho horas siguientes a la lesión. *
Una visita que se prolonga.  Al finalizar la guerra española el Dr. Trueta, al igual que muchos miles de catalanes, cruzó la frontera y se reunió con su esposa y sus tres jóvenes hijas que ya estaban en Francia. Fue allí donde lo visitaron dos médicas inglesas que en diversas ocasiones habían presenciado su labor en el hospital de Barcelona. Sonriente, una de las doctoras le mostró la traducción al inglés del Tratamiento de heridas de guerra y fracturas, obra que Trueta había escrito para explicar su método.
- ¿ Podría usted ir a Inglaterra dos semanas para dictar algunas conferencias ? –le preguntó la doctora.
Él sabía muy bien que no estaba lejana una guerra entre la Gran Bretaña y Alemania. Cualquier asesoría que él pudiera dar sería muy valiosa.
   -No dispongo de dinero ni de pasaporte –respondió el médico catalán-. Además, tengo que sostener a mi familia.
   - No se preocupe. Nos encargaremos de todo eso –insistieron sus visitantes. Se trataba en realidad de dos agentes del servicio secreto inglés enviadas para convencer al Dr. Trueta de que se trasladara a Inglaterra.
   Las dos semanas convenidas se convirtieron en un mes, a cuyo término el Dr. Trueta manifestó tener que regresar a Perpiñán.
  -Necesitamos urgentemente sus servicios ; quédese –le suplicaron unos
funcionarios del gobierno británico.
    Se dispuso todo lo necesario para que se trasladara a Inglaterra la familia el cirujano,    y éste accedió a quedarse. Ante los planos de Londres y de otras grandes ciudades inglesas, el médico catalán explicó en un defectuoso inglés cómo y dónde convenía instalar puestos móviles de primeros auxilios, tanto en la metrópoli como en los campos de batalla.
   -Hay que clasificar a los pacientes –indicó-, para enviar a los hospitales a los más gravemente lesionados y que se les opere inmediatamente.
   Basado en sus experiencias de Barcelona, el Dr. Trueta dio asesoría respecto a los más convenientes emplazamientos de los puestos de bomberos, hospitales y centrales de ambulancias ; además, aconsejó cómo organizar brigadas móviles de primeros auxilios y puestos de trasfusión de sangre para el caso de que invadieran Inglaterra. Cuando se inició el blitz, o serie de bombardeos aéreos en gran escala contra Londres el 7 de septiembre de 1940, ya se había adoptado el método Trueta, tanto para aplicarse en las ciudades británicas como en las fuentes de batalla.
   Al terminar la guerra se vio claramente la trascendencia de las enseñanzas del gran cirujano catalán. Un porcentaje muy considerable de heridos de la Real Fuerza Aérea logró  recuperación total, y sus hombres pudieron desempeñar nuevamente sus tareas. Los rusos, que inicialmente reconocieron su deuda con el Dr. Trueta antes de rebautizar, en un arranque de patrioterismo, su técnica para llamarla método de Pirogoff, se ufanaban de que 80 de cada 100 soldados heridos regresaban al frente de batalla. Los canadienses no escatimaron elogios para el médico al referirse a la mortalidad extremadamente baja entre los heridos lograda por sus cirujanos militares con motivo del desembarco en Dieppe. En una ceremonia para honrar al gran traumatólogo barcelonés, el finado Dr. William Edward Gallie, profesor de cirugía en la Universidad de Toronto, declaró sencillamente : “le damos las gracias en nombre de las madres canadienses”.
Pacientes satisfechos. En 1949, ante la insistencia de los funcionarios universitarios británicos, el Dr. Trueta adoptó la ciudadanía inglesa y aceptó el nombramientos de profesor de cirugía ortopédica en la Universidad de Oxford. Únicamente otros dos españoles han ejercido la docencia en esa casa de estudios. Como titular de la mencionada cátedra le correspondió la dirección científica del Hospital Ortopédico Wingfield-Morris, que posteriormente recibiría el nombre de Centro Ortopédico Nuffield.
   El Dr. Trueta, hombre locuaz e inquieto, les parece a los flemáticos ingleses la quintaesencia del temperamento latino. Hasta que se retiró, a la edad de 68 años, hacía todos los días el trayecto de kilómetro y medio de su casa al hospital, y subía corriendo las escaleras hasta su apartamento, mientras los jóvenes lo seguían en el ascensor.
   Su especialidad, después de la guerra, fue la cirugía correctiva de la columna vertebral y de otros huesos defectuosos. En su clientela figuran personajes tan distintos como el príncipe  Bernardo de  Holanda, el magnate naviero griego Stavros Niarchos, el actor David Niven y el torero Luis Miguel Dominguín.
   Sus pacientes lo consideran “hombre milagroso”, y varios de ellos contribuyen a una bolsa de 600 libras esterlinas (1530 dólares), la Beca Trueta establecida en 1966, que se otorga anualmente a un joven cirujano osteólogo para que viaje a cualquier parte del mundo a estudiar y practicar en un centro de traumatología durante un mes.
   La maestría del Dr. Trueta en la cirugía no es menor que sus méritos de investigador. Fue él quien demostró que los huesos son en realidad órganos que forman parte del sistema circulatorio y que se originan a partir de los vasos sanguíneos. Descubrió también que en el choque, estado de colapso neuro-circulatorio, la sangre de los riñones se desplaza en dos direcciones, fenómeno conocido con el nombre d circuito de desviación de Trueta. El Dr. John Goodfellow, uno de los jefes de cirugía en Nuffield, opina : “El que se le haya dado su nombre a la nueva unidad de tratamiento quirúrgico y terapia intensiva de la Universidad de Oxford da la medida de la deuda de gratitud que este centro contrajo con uno de sus más distinguidos maestros, que es, por cierto, el más pintoresco de todos”.
   Un símbolo. En 1968, después de 29 años de estancia en Inglaterra, el Dr. Trueta regresó a su tierra natal. Hombre delgado, bien vestido, de cabello ondulado gris-plata e increíblemente vigoroso, el gran osteólogo catalán, nacido el 27 de octubre de 1897 no daba muestras de disminuir el ritmo de sus actividades. Casi todos los días laborables operaba a las 11 de la mañana en la clínica local ; de 4 de la tarde a 8 de la noche daba consulta. Aceptaba ocasionalmente algunas invitaciones para dictar conferencias, y jugaba al tenis diariamente durante el verano y dos veces por semana el resto del año. “No puedo sentarme a no hacer nada”, declaraba convencido.
   En un fresco día invernal subí las escaleras de un hermoso edificio de piedra en la calle de Valencia para entrevistar al Dr. Trueta en su apartamento del tercer piso. En el interior reinaba un ambiente apacible y acogedor. Pero en una de las paredes se ve una copia de Guernica de Pablo Picasso, cuadro en el que hay cabezas y miembros cercenados en horrendo desorden de abstraccionismo.
   -Ese es mi símbolo –me dijo el médico mientras conversamos en un sofá azul muellemente acojinado-.
Expresa la repulsión que siento por la guerra.
   En otra de las paredes hay estantes repletos de libros entre los que figura su obra aparecida en 1968, Estudios del desarrollo y la decadencia del armazón humano, publicada inicialmente en inglés y proyectada para editarse en castellano en el verano de 1973. En una repisa llena de fotografías se ve una que aparecen los esposos Trueta junto a Georges Pompidou cuando era primer ministro de Francia.
   -Esa foto –me explicó- fue tomada cuando me nombraron oficial de la Legión de Honor.
   Al mostrarme recuerdos de los momentos culminantes de su carrera, el Dr. Trueta parecía tranquilo, casi indiferente. No ocurrió lo mismo cuando le pedí que me enseñara los retratos de sus tres hijas. Al momento se puso de pie y, muy orgulloso, regresó con las fotografías que les tomaron en sus respectivas bodas.
   -Tengo nueve nietos –dice con una gran sonrisa-. La vida me ha tratado bien.
   Pensé en los muchos seres humanos que hoy pueden mirar retrospectivamente su existencia plena y útil gracias a la obra de este brillante cirujano.
* Posteriormente, el uso de la penicilina y de otros antibióticos ha hecho posible una espera más larga que las ocho horas recomendadas en un principio por el Dr. Trueta para operar y enyesar las heridas. Pero los demás aspectos básicos del tratamiento siguen en pie.
-Raúl VÁSQUEZ DE PARGA.

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