El
traumatólogo eminente que nos libró de este azote secular.
Paseaba
cierta tarde el Dr. JosepTrueta por la Rambla de Cataluña, en su
nativa Barcelona, cuando se le acercó un hombre.
-Mire
usted mi pierna –le dijo el desconocido subiéndose el pantalón-. Durante la
guerra civil me quedó tan destrozada por una bomba que temí no volver a andar
ya nunca. Pero gracias a su tratamiento, ha estado sana y vigorosa estos
últimos 34 años. Por eso quiero darle las gracias, doctor.
Máxima autoridad entre los cirujanos osteólogos del mundo, el Dr. Trueta
ha recibido honores en muchos países y llevan su nombre becas, técnicas
quirúrgicas y secciones de hospitales ; es autor de ocho libros y 225 artículos
; la lista de sus clientes más bien parece un directorio de los más destacados
personajes en el ámbito internacional.
Sin embargo, no llegarán a conocerse nunca los
nombres de muchos de los primeros que se beneficiaron con el tratamiento que él
ideó. Millones de soldados heridos, en todo el mundo, fueron tratados con el
método Trueta.
Los
cirujanos carecieron durante siglos de armas para enfrentarse a la mortal
gangrena que aparecía en las heridas causadas por bombas y otros proyectiles.
Para los miembros invadidos por la gangrena no había sino un tratamiento : la
amputación. Durante la primera guerra mundial, las salas de los hospitales
estuvieron repletas de pacientes que en vez de piernas y brazos tenían muñones
vendados. Pero apenas 30 años después, en la segunda guerra mundial, los
cirujanos empleaban ya una técnica revolucionaria para el tratamiento de las
heridas : el método Trueta, con el que se procede a suturar como de costumbre
los miembros destrozados y lacerados y se les cubre luego con vendas enyesadas ; las pavorosas
heridas de guerra curaban así rápidamente, sin complicaciones ni dolor. En las
guerras de Corea y Vietnam el empleo de potentes antibióticos no hizo necesario
modificar el método Trueta, que siguieron utilizando los cirujanos militares
estadounidenses. Actualmente ese mismo procedimiento, que consiste en una
técnica operatoria precisa, drenaje de desechos tóxicos de los tejidos e
inmovilización absoluta de la herida por medio de vendas enyesadas, está muy generalizado
para tratar a las víctimas de las peores lesiones que ocurren en el trabajo
industrial y en los accidentes de carretera.
Cirugía
radical. Por primera vez, el método Trueta fue
aclamado como “cura milagrosa” durante la sangrienta guerra civil española de 1936 a 1939 ; pero su origen
se remonta a una noche del año de 1928, cuando el joven médico y su esposa
Amelia asistían a una función de ópera en el Liceo. Durante el segundo acto le
avisaron a Trueta que lo llamaban por teléfono de la Clínica Remedio ,
donde él era cirujano jefe. Había que atender al obrero de una fábrica
metalúrgica cuya mano derecha había resultado gravemente lesionada al quedar
cogida entre las ruedas de un engranaje en movimiento.
El
Dr. Trueta fue directamente a la clínica y vio que el accidentado tenía
destrozados los dedos, cuyos tejidos blandos se habían desprendido. La práctica
habitual en aquella época era limpiar la herida con antisépticos y luego
aplicar vendas de gasa con la esperanza de evitar la gangrena. Había que
repetir esta asepsia diariamente, en ocasiones durante semanas enteras : cada
vez que se hacía este cambio de vendajes se volvía a abrir la herida y el
paciente tenía que soportar atroces dolores.
El
Dr. Trueta tomó la decisión de ensayar un procedimiento radicalmente diferente,
que había venido madurando desde hacía tiempo. Reflexionó que las bacterias se
multiplican en los tejidos muertos y que cuanto más lesivo es el traumatismo
tanto mayor es la cantidad de células que mueren. El cirujano catalán consideró
que hacía falta ayudar al organismo a eliminar los desechos celulares, pues de
otra manera la cirugía sería incompleta. Con todo esmero procedió a extirpar de
la herida los tejidos muy dañados. Una vez que estuvo convencido de haber
eliminado todas las células muertas, suturó la mano lesionada. Luego, con el
fin de mantener la herida perfectamente inmóvil sin que se detuviera el
delicado proceso de cicatrización, aplicó un vendaje de yeso al miembro herido.
A continuación recurrió a un aparato de tracción
para que por gravedad escurriera la linfa, sustancia acuosa de los tejidos, y
así arrastrara los detritos celulares.
Cuando el cirujano jefe anunció que iba a dejar puesto el vendaje de
yeso sin tocarlo, sus colaboradores se quedaron perplejos. Pensaban que sin la
acostumbrada limpieza diaria no tardaría en presentarse la gangrena en la mano
herida. Pero Trueta les aseguró que no sobrevendrían complicaciones. A pesar de
su confianza, durante noches enteras, privándose del sueño, no dejó de telefonear
al hospital a intervalos de pocas horas para informarse del estado de su
paciente, al que quitaron el yeso a las tres semanas. Los dedos habían sanado
limpiamente. Y es más ; como no se hizo la renovación diaria del vendaje, el
enfermo no había tenido que soportar los terribles dolores de las curaciones
después de la operación inicial.
Procedimiento
indoloro. La nueva técnica no repercutió en el mundo
médico hasta que se demostró su eficacia en la prueba suprema de los heridos de
guerra. Al estallar en España la guerra civil, en 1936, el Dr. Trueta
desempeñaba el cargo de jefe de cirugía del Hospital General de San Pablo, en
Barcelona, de 3000 camas. La capital catalana sufrió centenares de bombardeos
aéreos durante los tres años de esa guerra, y el hospital se vio repleto de
víctimas con las más tremendas heridas que el Dr. Trueta hubiera tratado hasta
entonces. Con la práctica, el cirujano barcelonés fue refinando su técnica.
Cuando se acabó la tintura de yodo, que hasta entonces era considerada un desinfectante
indispensable, prescindió de ese antiséptico, y tuvo oportunidad de comprobar
algo que ya había sospechado : las heridas cicatrizaban igualmente bien sin que
se les aplicara yodo. Siempre le había preocupado que la gasa empleada
habitualmente se adhería a las heridas ; el Dr. Trueta ensayó un tipo de gasa muy fina y poco
empleada que podía desprenderse más fácilmente sin que la herida volviera a
abrirse. Cuando se agotó la existencia de vendas de gasa las sustituyó
satisfactoriamente con tiras de camisas y prendas interiores de seda.
En
los 1073 casos tratados con el método Trueta hubo solamente seis defunciones.
Tras un período inicial de escepticismo, el jefe de servicio médico del
ejército republicano adoptó el nuevo procedimiento y no tardó en registrarse un
marcado descenso de los casos de
gangrena. Cuando el jefe de sanidad militar le habló con entusiasmo de tan
buenos resultados, el Dr. Trueta le señaló que se habría eliminado por completo
la gangrena, de haber operado a todos los pacientes en las ocho horas
siguientes a la lesión. *
Una
visita que se prolonga. Al finalizar la guerra española el Dr. Trueta, al igual que muchos
miles de catalanes, cruzó la frontera y se reunió con su esposa y sus tres
jóvenes hijas que ya estaban en Francia. Fue allí donde lo visitaron dos
médicas inglesas que en diversas ocasiones habían presenciado su labor en el
hospital de Barcelona. Sonriente, una de las doctoras le mostró la traducción
al inglés del Tratamiento de heridas de
guerra y fracturas, obra que Trueta había escrito para explicar su método.
- ¿ Podría usted ir
a Inglaterra dos semanas para dictar algunas conferencias ? –le preguntó la
doctora.
Él sabía muy bien que no estaba lejana una
guerra entre la Gran Bretaña
y Alemania. Cualquier asesoría que él pudiera dar sería muy valiosa.
-No
dispongo de dinero ni de pasaporte –respondió el médico catalán-. Además, tengo
que sostener a mi familia.
- No se preocupe. Nos encargaremos de todo
eso –insistieron sus visitantes. Se trataba en realidad de dos agentes del
servicio secreto inglés enviadas para convencer al Dr. Trueta de que se
trasladara a Inglaterra.
Las dos semanas convenidas se convirtieron
en un mes, a cuyo término el Dr. Trueta manifestó tener que regresar a
Perpiñán.
-Necesitamos urgentemente sus servicios ;
quédese –le suplicaron unos
funcionarios del gobierno británico.
Se
dispuso todo lo necesario para que se trasladara a Inglaterra la familia el
cirujano, y éste accedió a quedarse.
Ante los planos de Londres y de otras grandes ciudades inglesas, el médico
catalán explicó en un defectuoso inglés cómo y dónde convenía instalar puestos
móviles de primeros auxilios, tanto en la metrópoli como en los campos de
batalla.
-Hay
que clasificar a los pacientes –indicó-, para enviar a los hospitales a los más
gravemente lesionados y que se les opere inmediatamente.
Basado en sus experiencias de Barcelona, el Dr. Trueta dio asesoría
respecto a los más convenientes emplazamientos de los puestos de bomberos,
hospitales y centrales de ambulancias ; además, aconsejó cómo organizar
brigadas móviles de primeros auxilios y puestos de trasfusión de sangre para el
caso de que invadieran Inglaterra. Cuando se inició el blitz, o serie de bombardeos aéreos en gran escala contra Londres
el 7 de septiembre de 1940, ya se había adoptado el método Trueta, tanto para
aplicarse en las ciudades británicas como en las fuentes de batalla.
Al
terminar la guerra se vio claramente la trascendencia de las enseñanzas del
gran cirujano catalán. Un porcentaje muy considerable de heridos de la
Real Fuerza Aérea logró recuperación total, y sus hombres pudieron
desempeñar nuevamente sus tareas. Los rusos, que inicialmente reconocieron su
deuda con el Dr. Trueta antes de rebautizar, en un arranque de patrioterismo,
su técnica para llamarla método de Pirogoff, se ufanaban de que 80 de cada 100
soldados heridos regresaban al frente de batalla. Los canadienses no
escatimaron elogios para el médico al referirse a la mortalidad extremadamente
baja entre los heridos lograda por sus cirujanos militares con motivo del desembarco
en Dieppe. En una ceremonia para honrar al gran traumatólogo barcelonés, el
finado Dr. William Edward Gallie, profesor de cirugía en la Universidad de
Toronto, declaró sencillamente : “le damos las gracias en nombre de las madres
canadienses”.
Pacientes
satisfechos. En 1949, ante la insistencia de los
funcionarios universitarios británicos, el Dr. Trueta adoptó la ciudadanía
inglesa y aceptó el nombramientos de profesor de cirugía ortopédica en la Universidad de Oxford.
Únicamente otros dos españoles han ejercido la docencia en esa casa de
estudios. Como titular de la mencionada cátedra le correspondió la dirección
científica del Hospital Ortopédico Wingfield-Morris, que posteriormente recibiría
el nombre de Centro Ortopédico Nuffield.
El
Dr. Trueta, hombre locuaz e inquieto, les parece a los flemáticos ingleses la
quintaesencia del temperamento latino. Hasta que se retiró, a la edad de 68
años, hacía todos los días el trayecto de kilómetro y medio de su casa al
hospital, y subía corriendo las escaleras hasta su apartamento, mientras los
jóvenes lo seguían en el ascensor.
Su
especialidad, después de la guerra, fue la cirugía correctiva de la columna
vertebral y de otros huesos defectuosos. En su clientela figuran personajes tan
distintos como el príncipe Bernardo
de Holanda, el magnate naviero griego
Stavros Niarchos, el actor David Niven y el torero Luis Miguel Dominguín.
Sus
pacientes lo consideran “hombre milagroso”, y varios de ellos contribuyen a una
bolsa de 600 libras
esterlinas (1530 dólares), la Beca Trueta
establecida en 1966, que se otorga anualmente a un joven cirujano osteólogo
para que viaje a cualquier parte del mundo a estudiar y practicar en un centro
de traumatología durante un mes.
La
maestría del Dr. Trueta en la cirugía no es menor que sus méritos de
investigador. Fue él quien demostró que los huesos son en realidad órganos que
forman parte del sistema circulatorio y que se originan a partir de los vasos
sanguíneos. Descubrió también que en el choque, estado de colapso
neuro-circulatorio, la sangre de los riñones se desplaza en dos direcciones,
fenómeno conocido con el nombre d circuito de desviación de Trueta. El Dr. John
Goodfellow, uno de los jefes de cirugía en Nuffield, opina : “El que se le haya
dado su nombre a la nueva unidad de tratamiento quirúrgico y terapia intensiva
de la Universidad
de Oxford da la medida de la deuda de gratitud que este centro contrajo con uno
de sus más distinguidos maestros, que es, por cierto, el más pintoresco de
todos”.
Un símbolo. En 1968, después de 29 años
de estancia en Inglaterra, el Dr. Trueta regresó a su tierra natal. Hombre
delgado, bien vestido, de cabello ondulado gris-plata e increíblemente
vigoroso, el gran osteólogo catalán, nacido el 27 de octubre de 1897 no daba
muestras de disminuir el ritmo de sus actividades. Casi todos los días
laborables operaba a las 11 de la mañana en la clínica local ; de 4 de la tarde
a 8 de la noche daba consulta. Aceptaba ocasionalmente algunas invitaciones
para dictar conferencias, y jugaba al tenis diariamente durante el verano y dos
veces por semana el resto del año. “No puedo sentarme a no hacer nada”,
declaraba convencido.
En un
fresco día invernal subí las escaleras de un hermoso edificio de piedra en la
calle de Valencia para entrevistar al Dr. Trueta en su apartamento del tercer
piso. En el interior reinaba un ambiente apacible y acogedor. Pero en una de
las paredes se ve una copia de Guernica de Pablo Picasso, cuadro en el que hay
cabezas y miembros cercenados en horrendo desorden de abstraccionismo.
-Ese
es mi símbolo –me dijo el médico mientras conversamos en un sofá azul
muellemente acojinado-.
Expresa la repulsión que siento por la guerra.
En
otra de las paredes hay estantes repletos de libros entre los que figura su
obra aparecida en 1968, Estudios del
desarrollo y la decadencia del armazón humano, publicada inicialmente en
inglés y proyectada para editarse en castellano en el verano de 1973. En una
repisa llena de fotografías se ve una que aparecen los esposos Trueta junto a
Georges Pompidou cuando era primer ministro de Francia.
-Esa
foto –me explicó- fue tomada cuando me nombraron oficial de la Legión de Honor.
Al
mostrarme recuerdos de los momentos culminantes de su carrera, el Dr. Trueta
parecía tranquilo, casi indiferente. No ocurrió lo mismo cuando le pedí que me
enseñara los retratos de sus tres hijas. Al momento se puso de pie y, muy
orgulloso, regresó con las fotografías que les tomaron en sus respectivas
bodas.
-Tengo nueve nietos –dice con una gran sonrisa-. La vida me ha tratado
bien.
Pensé
en los muchos seres humanos que hoy pueden mirar retrospectivamente su
existencia plena y útil gracias a la obra de este brillante cirujano.
* Posteriormente, el uso de la penicilina y de
otros antibióticos ha hecho posible una espera más larga que las ocho horas
recomendadas en un principio por el Dr. Trueta para operar y enyesar las
heridas. Pero los demás aspectos básicos del tratamiento siguen en pie.
-Raúl
VÁSQUEZ DE PARGA.
No hay comentarios:
Publicar un comentario