Un patrimonio más rico
FRENTE a este panorama de naciones, moral y
religiones que surgen y desaparecen, la idea del progreso se vuelve muy dudosa.
Puesto que no hemos admitido ninguna modificación sustancial de la naturaleza
humana la época histórica, todos los progresos técnicos tendrán que apartarse a
un lado como simples medios nuevos de alcanzar viejas metas ; la adquisición de
bienes, la persecución de un sexo por el otro, el triunfo en la competición y
en la guerra.
Pero si miramos más lejos y comparamos
nuestra existencia moderna, por precaria, caótica y asesina que sea, con la
ignorancia, la superstición, la violencia y las enfermedades de los pueblos
primitivos, no salimos mal librados del todo. Quizá los más bajos estratos de
los Estados civilizados se diferencien poco de los bárbaros, pero por encima de
ellos hay millones de personas que han alcanzado niveles mentales y morales que
rara vez se encuentran entre los primitivos.
Si la
prolongación de la vida indica un dominio del medio, entonces las tablas de la
mortalidad proclaman el progreso del hombre, porque la longevidad entre los
blancos europeos y americanos se ha duplicado en los dos últimos siglos. Hace
algún tiempo, en una conferencia de enterradores, se discutió el peligro y la
amenaza que entrañaba para aquel gremio la tardanza de los hombres en cumplir
su cita con la muerte. Cuando los enterradores se preocupan, el progreso es
real.
En la
disputa entre antiguos y modernos no está claro, ni mucho menos, que los
antiguos se lleven el premio. ¿O vamos a decir que es poca cosa haber eliminado
el hambre en los Estados modernos, o haber logrado que un país sea capaz de
producir alimentos más que suficientes para sí y pueda despachar centenares de
millones de hectolitros de trigo a las naciones que lo necesitan? ¿Estamos
dispuestos a acabar con la ciencia, que tanto ha contrarrestado la superstición
y la intolerancia religiosa, o con la técnica que ha llevado a las masas
alimentos, vivienda propia, comodidades, educación y ocio en proporción jamás
antes conocida?
Algunas realizaciones preciosas han sobrevivido a las vicisitudes del
surgimiento y decadencia de los Estados : la invención del método de hacer
fuego y luz, la de la rueda y otras herramientas básicas; el idioma, la
escritura, la pintura y el canto; la agricultura, la familia, la organización
social, la moralidad y la caridad; y la utilización de la enseñanza para
transmitir los conocimientos de la familia y de la raza. Estos son los
elementos de la civilización y son el tejido conjuntivo de la historia humana.
Si la
educación consiste en transmitir la civilización, sin duda estamos progresando.
La civilización no se hereda : cada nueva generación tiene que aprenderla y
ganarla. Si la trasmisión se interrumpiera durante un siglo, la civilización
desaparecería y volveríamos a ser salvajes. De modo, pues, que nuestra más
espléndida realización contemporánea consiste haber destinado riqueza y
esfuerzos de magnitud sin precedentes para que todos puedan disfrutar de
educación superior. Hemos levantado el nivel y el promedio de los conocimientos
por encima de cualquier otra época de la Historia.
Nadie
que no sea un chiquillo puede quejarse de que nuestros maestros todavía no
hayan desterrado los errores y supersticiones de 10,000 años. El gran
experimento apenas ha comenzado. El patrimonio que hoy podemos trasmitir más
cabalmente es más rico que nunca. Es más rico que el de Pericles, puesto que
comprende todo el florecimiento griego que vino después de él; es más rico que
el de Leonardo, porque incluye el Renacimiento italiano; más rico que el de
Voltaire, porque abarca toda la
Ilustración francesa. Si el progreso es real a pesar de
nuestras lamentaciones, no se debe a que hayamos nacido con mejor salud, o
mejores, o más sabios que los que nacían en anteriores épocas, sino que nacimos
con un patrimonio más rico.
El
historiador no se lamentará porque no pueda ver en la existencia humana otro
significado que el que el hombre mismo le da. Sea para nosotros motivo de
orgullo el que podamos dar sentido a nuestra vida, y a veces un sentido que
trasciende la muerte. El hombre, si le acompaña la suerte, recogerá antes de
morir lo más que pueda de su patrimonio civilizado y lo trasmitirá a sus hijos.
Y hasta exhalar el último aliento se mostrará agradecido por este legado
inagotable, sabedor de que es nuestra madre nutricia y nuestra vida perdurable. (Fin)
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