viernes, 1 de marzo de 2013

LLORAR HACE BIEN / Por Eve ROCKETT


   El llanto es probablemente la expresión emocional más personal y al mismo tiempo más universal. Llorar puede ser tan absurdamente fácil como difícil. A todos ha sucedido estar serenos y de repente, sentir un nudo en la garganta, precursor de llanto incontenible. Pero sabemos contenerlo, sin saber que la prolongada incapacidad para llorar cuando el cuerpo y la mente nos lo piden nos puede acarrear una grave neurosis.
   La literatura ha consagrado el llanto como un desahogo romántico, saludable y noble. Charles Dickens define así las lágrimas : “El cielo sabe que no debemos avergonzarnos de nuestras lágrimas, pues son la lluvia que lava el polvo cegador de nuestro endurecido corazón”. Para un gran número de cristianos, la frase más conmovedora del evangelio es sin duda alguna “… y Jesús lloró”.
   Tras verter lágrimas por enésima vez el filme en que aparece Charles de Gaulle el día de la liberación atravesando París victoriosamente, a pie y al son de la Marsellesa, empecé a meditar en esa emoción. Charles de Gaulle no me interesaba particularmente ; ¿qué motiva mi llanto?
   Son muchas, extrañas y variadas, las circunstancias que nos hacen llorar. Por ejemplo, ver una solitaria anciana que espera el autobús sin tener realmente adónde ir. Lloramos por un pajarito muerto, por alguna pérdida o algún triunfo; al oír una vieja canción del terruño, o cuando las melancólicas notas de una armónica rasgan el silencio en una polvorienta noche estival. También ante las risas y el optimismo de un ser querido del que sabemos está condenado a morir pronto. O bien cuando a un pequeño se le escapa el helado de las manos, o si es objeto de mal trato.
   ¿Qué ocurre cuando lloramos? Debajo de los párpados tenemos unas glándulas segregadoras de un fluido que limpia y lubrica los ojos. Cuando lo estimulan nuestras emociones fuertes, el sistema nervioso involuntario puede enviar una señal a estas glándulas para que produzcan exceso de líquido o, lo que es igual, lágrimas.
   “Las razones para llorar caen por lo general en una de estas dos categorías”, explica el Dr. Dominic McAleer, siquiatra de Vancouver (Canadá) : “la autocompasión y la gratitud”. En el primer caso, nos identificamos con la frase del poeta John Donne: “No preguntes por quien doblan las campanas, pues doblan por ti. dicho en otras palabras, deploramos nuestra condición de seres mortales.
   “Cuando lloramos de alegría, lo hacemos en realidad por gratitud : agradecemos a la vida que tal o cual cosa sea tan bella. Por ello se nos saltan las lágrimas ante un ACRO de heroísmo o en un momento triunfal (como cuando los franceses ven a de Gaulle desfilando por París el día de la liberación), y también por esta razón lloramos cuando el público, de pie, ovaciona a alguien. Los aplausos nutridos no constituyen tanto una muestra de aprecio como de gratitud, pues agradecemos que alguien nos haya arrancado unos minutos del fango de la rutina diaria ; nos complace que alguien haya tenido fe en sí mismo y nos la haya ofrendado”.
   Las mujeres lloran más a menudo que los hombres ; este fenómeno obedece a causas fisiológicas y sicológicas. “La mujer tiene un juego de hormonas diferente de la dotación del hombre, lo cual la hace más propensa al llanto”, explica el Dr. McAleer. “Pero, sicológicamente, muchas guardan una relación estrecha con los niños, y tienen que valerse de buen número de medios expresivos y emocionales para hacerse entender. En cambio el varón debe mostrarse reservado. Como guerrero y cazador, el hombre primitivo no podía permitirse el lujo de llorar, pues tenía que ver claramente lo que hacía. Y lo mismo sucede al de nuestro tiempo ; por tradición, no puede dar rienda suelta al llanto, por grande que sea el pesar que lo abrume. Esta crisis interior es una de las razones de que muchos mueran de hipertensión y ataques coronarios”.
   Richard Weaver y Jean, su esposa, dirigen el Instituto de Cold Mountain, “taller” terapéutico establecido en Columbia Británica. “Un gran número de personas que acuden a nosotros”, nos confía Richard, “no sólo han reprimido el llanto, sino todos sus sentimientos. Se preguntan : ¿Qué ha sido de la otra mitad de mi vida? Cuando advierten de pronto que comparten la condición humana de sus semejantes y que nuestras motivaciones son esencialmente las mismas para todos, se sienten aceptadas y dignas de atención. Y esto puede provocarles el llanto el llanto. Se conmueven a tal grado que rompen el bloqueo de la represión en que han vivido y lloran sin recato”.
   Cierta vez pregunté a una amiga mía qué la hacía llorar. Ella se sonrojó, eludió responder directamente y me dijo que sus pocas razones eran sentimentaloides y triviales. Pero no había tal, según descubrí. “Ver a la gente despedirse en el aeropuerto me hace llorar”, me confesó después. “Lloro de lástima si alguien no aprecia la comicidad de un gran artista. También cuando me olvido del cumpleaños de mi madre, y cuando veo que alguien lucha para expresar su amor, ese amor que jamás ha sido capaz de comunicar”.
   Sí ; son muchas y muy variadas las cosas que nos hacen llorar. Los acordes de una marcha militar, la noble futilidad de Don Quijote. Y derramamos lágrimas de eterna gratitud cuando el hombre logra alcanzar, tras muchísimas penalidades, esa estrella que hasta entonces juzgamos inalcanzable.

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