El
llanto es probablemente la expresión emocional más personal y al mismo tiempo
más universal. Llorar puede ser tan absurdamente fácil como difícil. A todos ha
sucedido estar serenos y de repente, sentir un nudo en la garganta, precursor
de llanto incontenible. Pero sabemos contenerlo, sin saber que la prolongada
incapacidad para llorar cuando el cuerpo y la mente nos lo piden nos puede
acarrear una grave neurosis.
La
literatura ha consagrado el llanto como un desahogo romántico, saludable y
noble. Charles Dickens define así las lágrimas : “El cielo sabe que no debemos
avergonzarnos de nuestras lágrimas, pues son la lluvia que lava el polvo
cegador de nuestro endurecido corazón”. Para un gran número de cristianos, la frase
más conmovedora del evangelio es sin duda alguna “… y Jesús lloró”.
Tras
verter lágrimas por enésima vez el filme en que aparece Charles de Gaulle el
día de la liberación atravesando París victoriosamente, a pie y al son de la Marsellesa , empecé a meditar en esa emoción.
Charles de Gaulle no me interesaba particularmente ; ¿qué motiva mi llanto?
Son
muchas, extrañas y variadas, las circunstancias que nos hacen llorar. Por
ejemplo, ver una solitaria anciana que espera el autobús sin tener realmente
adónde ir. Lloramos por un pajarito muerto, por alguna pérdida o algún triunfo;
al oír una vieja canción del terruño, o cuando las melancólicas notas de una
armónica rasgan el silencio en una polvorienta noche estival. También ante las
risas y el optimismo de un ser querido del que sabemos está condenado a morir
pronto. O bien cuando a un pequeño se le escapa el helado de las manos, o si es
objeto de mal trato.
¿Qué
ocurre cuando lloramos? Debajo de los párpados tenemos unas glándulas
segregadoras de un fluido que limpia y lubrica los ojos. Cuando lo estimulan
nuestras emociones fuertes, el sistema nervioso involuntario puede enviar una
señal a estas glándulas para que produzcan exceso de líquido o, lo que es
igual, lágrimas.
“Las
razones para llorar caen por lo general en una de estas dos categorías”,
explica el Dr. Dominic McAleer, siquiatra de Vancouver (Canadá) : “la
autocompasión y la gratitud”. En el primer caso, nos identificamos con la frase
del poeta John Donne: “No preguntes por
quien doblan las campanas, pues doblan por ti. dicho en otras palabras,
deploramos nuestra condición de seres mortales.
“Cuando lloramos de alegría, lo hacemos en realidad por gratitud :
agradecemos a la vida que tal o cual cosa sea tan bella. Por ello se nos saltan
las lágrimas ante un ACRO de heroísmo o en un momento triunfal (como cuando los
franceses ven a de Gaulle desfilando por París el día de la liberación), y
también por esta razón lloramos cuando el público, de pie, ovaciona a alguien.
Los aplausos nutridos no constituyen tanto una muestra de aprecio como de
gratitud, pues agradecemos que alguien nos haya arrancado unos minutos del
fango de la rutina diaria ; nos complace que alguien haya tenido fe en sí mismo
y nos la haya ofrendado”.
Las
mujeres lloran más a menudo que los hombres ; este fenómeno obedece a causas
fisiológicas y sicológicas. “La mujer tiene un juego de hormonas diferente de
la dotación del hombre, lo cual la hace más propensa al llanto”, explica el Dr.
McAleer. “Pero, sicológicamente, muchas guardan una relación estrecha con los
niños, y tienen que valerse de buen número de medios expresivos y emocionales
para hacerse entender. En cambio el varón debe mostrarse reservado. Como
guerrero y cazador, el hombre primitivo no podía permitirse el lujo de llorar,
pues tenía que ver claramente lo que hacía. Y lo mismo sucede al de nuestro
tiempo ; por tradición, no puede dar rienda suelta al llanto, por grande que
sea el pesar que lo abrume. Esta crisis interior es una de las razones de que
muchos mueran de hipertensión y ataques coronarios”.
Richard
Weaver y Jean, su esposa, dirigen el Instituto de Cold Mountain, “taller”
terapéutico establecido en Columbia Británica. “Un gran número de personas que
acuden a nosotros”, nos confía Richard, “no sólo han reprimido el llanto, sino
todos sus sentimientos. Se preguntan : ¿Qué
ha sido de la otra mitad de mi vida? Cuando advierten de pronto que
comparten la condición humana de sus semejantes y que nuestras motivaciones son
esencialmente las mismas para todos, se sienten aceptadas y dignas de atención.
Y esto puede provocarles el llanto el llanto. Se conmueven a tal grado que
rompen el bloqueo de la represión en que han vivido y lloran sin recato”.
Cierta vez pregunté a una amiga mía qué la hacía llorar. Ella se
sonrojó, eludió responder directamente y me dijo que sus pocas razones eran
sentimentaloides y triviales. Pero no había tal, según descubrí. “Ver a la
gente despedirse en el aeropuerto me hace llorar”, me confesó después. “Lloro
de lástima si alguien no aprecia la comicidad de un gran artista. También
cuando me olvido del cumpleaños de mi madre, y cuando veo que alguien lucha
para expresar su amor, ese amor que jamás ha sido capaz de comunicar”.
Sí ;
son muchas y muy variadas las cosas que nos hacen llorar. Los acordes de una
marcha militar, la noble futilidad de Don Quijote. Y derramamos lágrimas de
eterna gratitud cuando el hombre logra alcanzar, tras muchísimas penalidades,
esa estrella que hasta entonces juzgamos inalcanzable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario