Álbum: Aldo Segismundo |
DE: "LAS MÁS BELLAS ORACIONES DEL MUNDO"
Inclina mi
corazón
para servir
en tu reino
y haz puro mi
pensamiento
para que
pueda conocer tu divinidad.
Jehuda Halevi
VENTANA AL
MUNDO
ACAPULCO-MÉXICO
BONANZA EN ACAPULCO
Por Michael
Scully
Hacia 1934,
don Carlos Barnard, mexicano, empezó la construcción de lo que esperaba
llegaría a ser un hotel de verano en Acapulco, a la sazón un pequeño caserío
del sur de México que dormitaba entre palmeras a las orillas del Pacífico. No
se proponía hacer nada en grande, pues en aquel entonces casi nadie sabía ni
siquiera que Acapulco existiese. Cinco años antes, Barnard tenía que recorrer
en mula parte de los 460 kilómetros que hay de la ciudad de México al caserío
de pescadores. Pero ya estaba para terminarse una carretera, y él se había
cerciorado de que, como decían, Acapulco tenía la ventaja de que allí nunca
había invierno.
En vez de escoger las anchas playas, Barnard
compró por unos pocos pesos un peñasco que se empinaba en la orilla del mar
como un legendario castillo gótico. Construyó allí siete cuartos y dio al lugar
el nombre de El Mirador.
A don Carlos le fue muy bien. Con audacia
que dejó pasmados a los arquitectos, hizo en las concavidades de su peñasco 50
cuartos en 10 pisos; abrió una piscina en un saliente de la roca e instaló en
otra un restaurante con cantina; sentados allí, los huéspedes ven a jóvenes
tostados por el sol zambullirse alegremente desde una altura de 24 metros en el
recodo que forma el mar entre dos paredes rocosas cortadas a plomo. El Mirador es quizá el único hotel del
mundo cuya entrada principal está en el sexto piso.
Acapulco ha prosperado mucho. En las amenas
colinas que rodean las aguas azules de la bahía se han levantado varios hoteles
que en conjunto tienen más de 2000 cuartos. Casi todos esos hoteles datan de
años posteriores a 1945. La construcción de centenares de casas particulares de
invierno ha traído consigo un repentino auge en el negocio de fincas raíces.
Cuando el turismo llega a su apogeo en la mitad del invierno, aterrizan diariamente
seis aviones cargados de pasajeros en el hermoso aeropuerto nuevo de la ciudad.
En las calles pululan hoy automóviles procedentes de todas partes de México y
de los Estados Unidos.
Acapulco tiene ahora muchos habitantes,
servicio sanitario moderno, sistemas de abastecimiento de agua y electricidad,
calles bien pavimentadas, escuelas y hospitales. En las noches tropicales, las
luces del bulevar de 11 kilómetros que rodea la bahía forman una enorme
gargantilla a la que de trecho en trecho da más brillo la iluminación de los
sitios donde se baila al aire libre. Durante el día aviones de deporte
revolotean como insectos polícromos sobre barcos pescadores y hermosos yates.
La yuxtaposición pintoresca de riberas escabrosas, anchas playas y lagunas rodeadas
de selvas está convirtiendo aquella región en escenario favorito para películas
cinematográficas, de las cuales ya se han hecho más de una docena.
Los acapulqueños viejos, que recuerdan los
tiempos en que un forastero en su pueblo era una gran novedad, se han habituado
ya al nuevo ritmo de vida. Hasta se han acostumbrado a ver sin inmutarse
estrellas jóvenes de Hollywood –y damas que no quieren dar crédito al
espejo—luciendo trajes de baño que en otro tiempo hubieran provocado la
intervención de la policía.
Pero en la transformación de la que fue
humilde aldea hay más de lo que a primera vista se nota. Acapulco tiene hoy
gran importancia económica por ser un poderoso imán para el turismo, y el
turismo es una de las mayores fuentes de moneda extranjera con que cuenta la
economía mejicana.
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