DE: "LAS MÁS BELLAS ORACIONES DEL MUNDO"
¡Oh Dios mío,
mi adorado,
mi Rey y mi
deseo!
¿Qué lengua
podría expresar
mi
agradecimiento hacia Ti?
Estaba
distraído,
y me
despertaste.
Me había
apartado de Ti,
y
generosamente
me ayudaste a
volver a Ti,
estaba como
muerto,
y me
resucitaste
con el agua
de la vida.
Estaba
consumido,
y me hiciste
revivir
con el raudal
celestial
de las
palabras que fluyen
del cálamo
del Misericordioso.
¡Oh
Providencia divina!
Toda
existencia es engendrada
por tu
magnanimidad;
no la prives
del agua
de tu gracia,
ni del océano
de tu
misericordia.
Te suplico me
ayudes
y asistas en
todo tiempo
y en toda
situación,
y me otorgues
desde el cielo
de tu gracia,
tu antiguo favor.
Tú eres en
verdad,
Señor de
generosidad
y soberano
del reino eterno.
Fe Bahá’I, Bahá a’ Itah
VENTANA AL
MUNDO
VERSALLES-FRANCIA
VERSALLES:
GLORIA DE FRANCIA
Por Donald y
Louise Peattie
Diecinueve
kilómetros al oeste de París, entre extensos jardines de ensueño, se alza el
más noble de los palacios de Occidente: enriquecido por el arte y el fausto de
tres siglos; admirado anualmente por cerca de dos millones de visitantes
llegados de todas partes del globo, Versalles es monumento que proclama la
gloria de Francia.
Crearon a Versalles los reyes de la casa de
Borbón para mostrar ante Europa, expresado en términos de belleza, el sumo
predominio de Francia. Pocos lugares menos adecuados habrían podido elegirse
para un palacio de recreo: terreno
cenagoso, arenisco, falto de agua viva. Verdad es que el primer castillo
allí edificado por el misógino Luis XIII lo destinaba este monarca a albergue
donde aislarse de París y de la Corte. Solo después de fallecido Luis XIII, en
1643, y durante el reinado de su hijo y sucesor Luis XIV, fue cuando la Corte
se trasladó a Versalles.
El joven Luis XIV, apuesto, majestuoso,
cortés hasta para con los más humildes, tomó a pecho lo que él llamaba “el
oficio del rey”. A más de creer, como la generalidad de los franceses del siglo
XVII, en el derecho divino de los reyes, creía asimismo que a tal derecho iba
unida la obligación de edificar con magnificencia y vivir con esplendidez. En
los siete decenios de su reinado, y aun en años subsiguientes, rara vez
estuvieron ociosos el martillo y la piqueta. Alcanzó a 35.000 el número de
obreros empleados a un tiempo en las obras de Versalles, y a millones de
francos oro el costo de esas obras. Lo que había sido un marjal quedó
trasformado en paraje maravilloso, digno de un cuento de hadas: kilómetros de
bosquecillos, senderos, cientos de estatuas, fuentes, y un palacio que en
ocasiones daba cabida a 10.000 residentes.
Actuaba en Versallles el “Rey Sol” en
calidad de protagonista de un espectáculo grandioso, siempre a la vista de los
súbditos; pues si estaba convencido de que su poder emanaba del mismo Dios,
estimaba igualmente que los súbditos debían tener “franco y libre acceso” a la
presencia del soberano. Toda persona de “porte decente” podía llegarse a
admirar al Rey cuando él, solitario y magnífico, permanecía sentado a la mesa
en que le servían plato tras plato de generosos manjares. Los jardines, los
salones de palacio, la larga Galería de los Espejos con sus muebles de plata
maciza y sus 17 arañas de cristal, estaban abiertos para cuantos acreditasen su
condición de caballeros portando espada, la cual se prestaba a alquileres el
conserje…
El escenario donde se desenvolvió este
espectáculo ofrecido por una monarquía absoluta fue, en lo principal, obra de
tres hombres: Luis XIV, el arquitecto Mansart y el diseñador de parques y
jardines Le Notre. Los tres se propusieron crear un mundo en que la majestuosa
regularidad del arte regulases la espontánea hermosura de la Naturaleza.
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