viernes, 11 de septiembre de 2015

EL DÍA FESTIVO POR EXCELENCIA


DE: "LAS MÁS BELLAS ORACIONES DEL MUNDO"

¡Oh Dios mío,
mi adorado,
mi Rey y mi deseo!
¿Qué lengua podría expresar
mi agradecimiento hacia Ti?
Estaba distraído,
y me despertaste.

Me había apartado de Ti,                     

y generosamente
me ayudaste a volver a Ti,
estaba como muerto,
y me resucitaste
con el agua de la vida.
Estaba consumido,
y me hiciste revivir
con el raudal celestial
de las palabras que fluyen
del cálamo del Misericordioso.

¡Oh Providencia divina!
Toda existencia es engendrada
por tu magnanimidad;
no la prives del agua
de tu gracia, ni del océano
de tu misericordia.

Te suplico me ayudes
y asistas en todo tiempo
y en toda situación,
y me otorgues desde el cielo
de tu gracia, tu antiguo favor.
Tú eres en verdad,
Señor de generosidad
y soberano del reino eterno.
         Fe Bahá’I, Bahá a’ Itah

VENTANA AL MUNDO
VERSALLES-FRANCIA















VERSALLES: GLORIA DE FRANCIA
Por Donald y Louise Peattie

Diecinueve kilómetros al oeste de París, entre extensos jardines de ensueño, se alza el más noble de los palacios de Occidente: enriquecido por el arte y el fausto de tres siglos; admirado anualmente por cerca de dos millones de visitantes llegados de todas partes del globo, Versalles es monumento que proclama la gloria de Francia.

   Crearon a Versalles los reyes de la casa de Borbón para mostrar ante Europa, expresado en términos de belleza, el sumo predominio de Francia. Pocos lugares menos adecuados habrían podido elegirse para un palacio de recreo: terreno  cenagoso, arenisco, falto de agua viva. Verdad es que el primer castillo allí edificado por el misógino Luis XIII lo destinaba este monarca a albergue donde aislarse de París y de la Corte. Solo después de fallecido Luis XIII, en 1643, y durante el reinado de su hijo y sucesor Luis XIV, fue cuando la Corte se trasladó a Versalles.

   El joven Luis XIV, apuesto, majestuoso, cortés hasta para con los más humildes, tomó a pecho lo que él llamaba “el oficio del rey”. A más de creer, como la generalidad de los franceses del siglo XVII, en el derecho divino de los reyes, creía asimismo que a tal derecho iba unida la obligación de edificar con magnificencia y vivir con esplendidez. En los siete decenios de su reinado, y aun en años subsiguientes, rara vez estuvieron ociosos el martillo y la piqueta. Alcanzó a 35.000 el número de obreros empleados a un tiempo en las obras de Versalles, y a millones de francos oro el costo de esas obras. Lo que había sido un marjal quedó trasformado en paraje maravilloso, digno de un cuento de hadas: kilómetros de bosquecillos, senderos, cientos de estatuas, fuentes, y un palacio que en ocasiones daba cabida a 10.000 residentes.

   Actuaba en Versallles el “Rey Sol” en calidad de protagonista de un espectáculo grandioso, siempre a la vista de los súbditos; pues si estaba convencido de que su poder emanaba del mismo Dios, estimaba igualmente que los súbditos debían tener “franco y libre acceso” a la presencia del soberano. Toda persona de “porte decente” podía llegarse a admirar al Rey cuando él, solitario y magnífico, permanecía sentado a la mesa en que le servían plato tras plato de generosos manjares. Los jardines, los salones de palacio, la larga Galería de los Espejos con sus muebles de plata maciza y sus 17 arañas de cristal, estaban abiertos para cuantos acreditasen su condición de caballeros portando espada, la cual se prestaba a alquileres el conserje…

   El escenario donde se desenvolvió este espectáculo ofrecido por una monarquía absoluta fue, en lo principal, obra de tres hombres: Luis XIV, el arquitecto Mansart y el diseñador de parques y jardines Le Notre. Los tres se propusieron crear un mundo en que la majestuosa regularidad del arte regulases la espontánea hermosura de la Naturaleza.

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