El
grado de civilización y de espíritu humanitario de una sociedad se mide por la
forma como ella acoge y convive con los diferentes. Bajo este aspecto Europa
nos ofrece un ejemplo lastimoso que bordea la barbarie. Ella se muestra tan
centrada en sí misma y en sus laureles que le cuesta enormemente acoger y
convivir con los diferentes.
Generalmente
la estrategia era y sigue siendo esta: o marginaliza al otro, o lo destruye.
Así ocurrió en el proceso de expansión colonial en África, en Asia y
principalmente en América Latina. Llegó a destruir etnias enteras como en Haití
y en México.
El
mayor límite de la cultura europea occidental es su arrogancia, que se revela
en la pretensión de ser la más elevada del mundo, tener la mejor forma de
gobierno (la democracia), la mejor conciencia de los derechos, la creadora de
la filosofía y de la tecnociencia y, como si eso no bastase, la portadora de la
única religión verdadera: el cristianismo. Resquicios de esta soberbia pueden
verse todavía en el Preámbulo de la Constitución de la Unión Europea. En él se
afirma sencillamente:
«El
continente europeo es portador de civilización, sus habitantes lo habitaron
desde el inicio de la humanidad en etapas sucesivas y a lo largo de los siglos
desarrollaron valores, base para el humanismo: igualdad de los seres humanos,
libertad y el valor de la razón…»
Esta
visión es verdadera solo en parte. Olvida las frecuentes violaciones de esos
derechos, las catástrofes que creó con ideologías totalitarias, guerras
devastadoras, colonialismo sin piedad e imperialismo feroz que subyugaron e
inviabilizaron culturas enteras en África y en América Latina en contraste
frontal con los valores que proclama. La situación dramática del mundo actual y
las levas de refugiados venidos de los países mediterráneos se debe, en gran
parte, al tipo de globalización que ella apoya, pues, en términos concretos
configura una especie de occidentalización tardía del mundo, mucho más que una
verdadera planetización.
Este es
el telón de fondo que nos permite entender las ambigüedades y las resistencias
de la mayoría de los países europeos para acoger a los refugiados y emigrantes
que vienen de los países del norte de África y del Medio Oriente, huyendo del
terror de la guerra, provocada en gran parte por las intervenciones de los
occidentales (NATO) y especialmente por la política imperial norteamericana.
Según
datos el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR)
solamente este año 60 millones de personas se han visto forzadas a abandonar
sus hogares. Solamente el conflicto sirio ha provocado 4 millones de
desplazados. Los países que más acogen a estas víctimas son el Líbano con más
de un millón de personas (1,1 millón) y Turquía (1,8 millones).
Ahora
esos miles de personas buscan un poco de paz en Europa. Solo en este año
cruzaron el Mediterráneo cerca de 300.000 personas entre emigrantes y
refugiados. Y el número crece día a día. La recepción está cargada de mala
voluntad, despertando en la población de ideologías fascistoides y xenófobas
manifestaciones que revelan gran insensibilidad y hasta inhumanidad. Solamente
después de la tragedia de la isla de Lampedusa, al sur de Italia, en la que se
ahogaron 700 personas en abril de 2014, se puso en marcha una operación Mare
Nostrum con la misión de rastrear posibles naufragios.
La
acogida está llena de incidentes, especialmente por parte de España y de
Inglaterra. La más abierta y hospitalaria, a pesar de los ataques que se hacen
a los campamentos de refugiados, ha sido Alemania. El gobierno filo-fascista de
Viktor Orbán de Hungría ha declarado la guerra a los refugiados. Tomó una
medida de gran barbarie: mandó construir una cerca de alambre de púas de cuatro
metros de altura a lo largo de toda la frontera con Serbia, para impedir la
llegada de los que vienen del Medio Oriente. Los gobiernos de Eslovaquia y de
Polonia declararon que solamente aceptarían a refugiados cristianos.
Estas
son medidas criminales. ¿Todos estos sufrientes no son humanos, no son hermanos
y hermanas nuestros? Kant fue uno de los primeros en proponer una República
Mundial (Welterepublik) en su último libro La paz perpetua. Decía que la
primera virtud de esta república debería ser la hospitalidad como derecho de
todos y deber para todos, pues todos somos hijos de la Tierra.
Ahora
bien, esto está siendo negado vergonzosamente por los miembros de la Comunidad
Europea. La tradición judeocristiana siempre afirmó: quien acoge al extranjero
está hospedando anónimamente a Dios. Valgan las palabras de la física cuántica
que mejor escribió sobre la inteligencia espiritual, Danah Zohar: «La verdad es
que nosotros y los otros somos uno solo, que no hay separatividad, que nosotros
y el ‘extraño’ somos aspectos de la única y misma vida» (QS: conciencia
espiritual, Record 2002, p. 219). Cómo sería diferente el trágico destino de
los refugiados si estas palabras fuesen vividas con pasión y compasión.
Leonardo BOFF/ 11-setiembre-15
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