miércoles, 24 de febrero de 2016

AL NACER DIOS EN EL SUELO, SE VISTE DE GALA EL MUNDO Y ABRE SUS PUERTAS AL CIELO / Antonio FERNÁNDEZ GRILO

Cuando nacemos anunciamos nuestra llegada llorando, y este llorar al llegar a la Vida, “valle de lágrimas”, aparece en toda la grande literatura. Salomón dice que la primera voz que pronunció fue la del llanto, “como todos los otros”. “Vivir es empezar a llorar”, según manifestara un amargo filósofo.


Pero hay en la historia del hombre un Nacimiento en el que no se habla de lágrimas; una sola criatura humana que vino a nosotros radiante y luminosa: el Niño Jesús.


Mi madre lloró, dice Shakespeare, después una estrella brilló en el firmamento y bajo aquella estrella nací yo. Es así como ocurrió el nacimiento del hijo de Dios: las estrellas brillaron en el firmamento, el mundo se vistió de gala y un murmullo de gozo corrió por todos los valles.


La ocasión divina registró un alborozo que alcanzó dimensión inusitada.

“Pues hacemos alegrías
cuando nace uno de dos,
¿cuánto más naciendo Dios?”

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