DE: “LAS MÁS BELLAS ORACIONES DEL MUNDO”
Desde lo hondo grito a Ti, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica.
Si llevas cuenta de los
delitos,
Señor, ¿quién podrá
resistir?
Pero de Ti procede el
perdón,
y así infundes respeto.
Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la
aurora.
Salmo: 129
I DE CUARESMA
“Jesús, lleno del Espíritu
Santo, volvió de las orillas del Jordán
y se dejó guiar por el Espíritu a través del desierto, ‘donde estuvo cuarenta
días y fue tentado por el diablo’. En todos esos días no comió nada, y al fin
tuvo hambre". Luc. 4, 1-13.
Dios nos tienta, nos pulsa, nos somete a
prueba, con ocasiones y circunstancias duras, para perfeccionarnos, para
obligarnos a superar nuestra medida y a dar lo mejor de nosotros mismos. El
Demonio nos tienta con ocasiones y pruebas placenteras para ver si cedemos.
Tentar es provocar, al bien o al mal.
La tentación es el ejercicio de relaciones
públicas que realiza el demonio para convencernos –cuando no nos convencemos
nosotros mismos – a que adquiramos sus mercancías de muerte al precio de
nuestra salud, nuestra paz y nuestra alma misma.
Tratándose de productos
averiados o dañinos, tiene que basar su propaganda en la mentira. Y dentro de
nosotros cuenta con eficaces aliados: la imaginación, el desorden de los deseos
y nervios, la jerarquía de valores tergiversados, el ansia radical de ser
felices a toda costa y el hecho de que nada sea absolutamente malo sino que
incluya elementos parciales de verdad, bondad, belleza o siquiera satisfacción
y placer.
La tentación es el momento en que el pecado
es todavía fascinación y deseo, antes de ser hastío, desilusión, desequilibrio
o angustia. O el momento en que el deber es todavía exigencia, incomodidad y
temor, antes de ser satisfacción o, en todo caso, coherencia y unidad consigo
mismo, con el universo y con Dios.
La tentación –sea deseo desordenado,
confusión, desesperación, cansancio, temor desproporcionado – en el fondo no es
más que un desenfoque de la realidad. El dinero es medio; la tentación lo
presenta como fin. El placer es circunstancia; la tentación lo convierte en
esencia y contenido. El miedo es impulso; la tentación lo eleva a motivo.
Distorsión, desequilibrio, desenfoque,
provocados por algún aspecto especialmente grato del objeto, si se trata de una
tentación d elección y acción desordenadas o ilícitas. O por algún aspecto
especialmente ingrato objetiva o imaginativamente, si se trata de una tentación
de omisión o de fuga indebidas.
La tentación de Jesús en la Pintura de
Ary Scheffer, 1854.
Cristo aceptó ser tentado por el demonio,
como nos lo presenta el evangelio de este primer domingo de Cuaresma para
compadecernos y comprendernos experimentalmente, según señala San Pablo, y para
servirnos de ejemplo.
Cristo es tentado por el demonio en la
vanidad: procurarse el alimento de una manera espectacular, convirtiendo las
piedras en pan. En la soberbia, invitado a descender desde el pináculo del
templo de Jerusalén, sobre palmas de ángeles, deslumbrando a la multitud. Y por
último en la lujuria de poder, en el ansia de dominar las cosas y los hombres
aun al precio de vender la propia alma.
Cristo nos muestra cómo vencer las
tentaciones. Fuera de la última, en que Cristo rechaza duramente la pretensión
del demonio de ser adorado, Cristo actúa serenamente y acudiendo al resorte
religioso. Serenidad y religiosidad. Pretender rechazar violentamente un mal
deseo es un error, es fijar más ese mal deseo. Lo eficaz es quitarle tierra no
dándole importancia o dando más importancia a otras zonas positivas de la vida.
Pretender rechazar un mal deseo contando
sólo consigo mismo, es imposible a la larga.
Hay que contar con la fuerza suprema de
nuestra vida, Dios. Dios es trinidad. El hombre es duplicidad, como Cristo:
hombre y Dios. O, en todo caso, hombre con Dios.
José M. DE ROMAÑA.
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