jueves, 11 de febrero de 2016

EL DÍA FESTIVO POR EXCELENCIA


DE: “LAS MÁS BELLAS ORACIONES DEL MUNDO”

Desde lo hondo grito a Ti, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica.

Si llevas cuenta de los delitos,
Señor, ¿quién podrá resistir?
Pero de Ti procede el perdón,
y así infundes respeto.

Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora.
                                                                                        Salmo: 129

I DE CUARESMA

“Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió de las orillas  del Jordán y se dejó guiar por el Espíritu a través del desierto, ‘donde estuvo cuarenta días y fue tentado por el diablo’. En todos esos días no comió nada, y al fin tuvo hambre".  Luc. 4, 1-13.


   Dios nos tienta, nos pulsa, nos somete a prueba, con ocasiones y circunstancias duras, para perfeccionarnos, para obligarnos a superar nuestra medida y a dar lo mejor de nosotros mismos. El Demonio nos tienta con ocasiones y pruebas placenteras para ver si cedemos. Tentar es provocar, al bien o al mal.

   La tentación es el ejercicio de relaciones públicas que realiza el demonio para convencernos –cuando no nos convencemos nosotros mismos – a que adquiramos sus mercancías de muerte al precio de nuestra salud, nuestra paz y nuestra alma misma. 

  Tratándose de productos averiados o dañinos, tiene que basar su propaganda en la mentira. Y dentro de nosotros cuenta con eficaces aliados: la imaginación, el desorden de los deseos y nervios, la jerarquía de valores tergiversados, el ansia radical de ser felices a toda costa y el hecho de que nada sea absolutamente malo sino que incluya elementos parciales de verdad, bondad, belleza o siquiera satisfacción y placer.

   La tentación es el momento en que el pecado es todavía fascinación y deseo, antes de ser hastío, desilusión, desequilibrio o angustia. O el momento en que el deber es todavía exigencia, incomodidad y temor, antes de ser satisfacción o, en todo caso, coherencia y unidad consigo mismo, con el universo y con Dios.

   La tentación –sea deseo desordenado, confusión, desesperación, cansancio, temor desproporcionado – en el fondo no es más que un desenfoque de la realidad. El dinero es medio; la tentación lo presenta como fin. El placer es circunstancia; la tentación lo convierte en esencia y contenido. El miedo es impulso; la tentación lo eleva a motivo.

   Distorsión, desequilibrio, desenfoque, provocados por algún aspecto especialmente grato del objeto, si se trata de una tentación d elección y acción desordenadas o ilícitas. O por algún aspecto especialmente ingrato objetiva o imaginativamente, si se trata de una tentación de omisión o de fuga indebidas.


                                               La tentación de Jesús en la Pintura de
                                                                              Ary Scheffer, 1854.

   Cristo aceptó ser tentado por el demonio, como nos lo presenta el evangelio de este primer domingo de Cuaresma para compadecernos y comprendernos experimentalmente, según señala San Pablo, y para servirnos de ejemplo.

   Cristo es tentado por el demonio en la vanidad: procurarse el alimento de una manera espectacular, convirtiendo las piedras en pan. En la soberbia, invitado a descender desde el pináculo del templo de Jerusalén, sobre palmas de ángeles, deslumbrando a la multitud. Y por último en la lujuria de poder, en el ansia de dominar las cosas y los hombres aun al precio de vender la propia alma.

   Cristo nos muestra cómo vencer las tentaciones. Fuera de la última, en que Cristo rechaza duramente la pretensión del demonio de ser adorado, Cristo actúa serenamente y acudiendo al resorte religioso. Serenidad y religiosidad. Pretender rechazar violentamente un mal deseo es un error, es fijar más ese mal deseo. Lo eficaz es quitarle tierra no dándole importancia o dando más importancia a otras zonas positivas de la vida.

   Pretender rechazar un mal deseo contando sólo consigo mismo, es imposible a la larga.

   Hay que contar con la fuerza suprema de nuestra vida, Dios. Dios es trinidad. El hombre es duplicidad, como Cristo: hombre y Dios. O, en todo caso, hombre con Dios.
                                                               José M. DE ROMAÑA.

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