Si es verdad que los trastornos climáticos son
antropogénicos, es decir, que tienen su génesis en los comportamientos
irresponsables de los seres humanos (menos de los pobres, y mucho más de las
grandes corporaciones industriales), entonces es claro que la cuestión es antes
ética que científica. Es decir, la calidad de nuestras relaciones con la
naturaleza y con la Casa Común no eran y no son adecuadas y buenas. Dice el
Papa Francisco en su inspiradora encíclica Laudato Si: sobre el cuidado de la
Casa Común (2015): «Nunca maltratamos y herimos nuestra Casa Común como en los
dos últimos siglos... Esas situaciones provocan los gemidos de la hermana
Tierra, que se unen a los gemidos de los abandonados del mundo, con un clamor
que reclama de nosotros otro rumbo» (n. 53).
Ese otro rumbo implica, urgentemente, una ética regeneradora
de la Tierra. Esta ética debe estar fundamentada en algunos principios
universales, comprensibles y practicables por todos. Es el cuidado esencial,
que es una relación amorosa con la naturaleza; es el respeto por cada ser
porque tiene un valor en sí mismo; es la responsabilidad compartida por todos
acerca del futuro común de la Tierra y de la humanidad; es la solidaridad
universal por la cual nos ayudamos mutuamente; y, por último, es la compasión
por la cual hacemos nuestros los dolores de los otros y de la propia
naturaleza.
Esta ética de la Tierra debe devolverle la vitalidad
vulnerada a fin de que pueda continuar regalándonos todo lo que nos ha regalado
siempre durante todos los tiempos de nuestra existencia sobre este planeta.
Pero no es suficiente una ética de la Tierra. Necesitamos
acompañarla de una espiritualidad. Ésta hunde sus raíces en la razón cordial y
sensible. De ahí nos viene la pasión por el cuidado y un compromiso serio de
amor, de responsabilidad y de compasión por la Casa Común.
El conocido y siempre apreciado Antoine de Saint-Exupéry,
en un texto póstumo escrito en 1943, Carta al General “X” , afirma con gran
énfasis: “No hay sino un problema, solamente uno: redescubrir que hay una vida
del espíritu que es aún más alta que la vida de la inteligencia, la única que
puede satisfacer al ser humano” (Macondo Libri 2015, p. 31).
Otro texto, escrito en 1936, cuando era corresponsal de
Paris Soir durante la guerra civil española, lleva como título «Es preciso dar
un sentido a la vida». En él retoma el tema de la vida del espíritu. Para eso,
afirma, “necesitamos entendernos recíprocamente; el ser humano solamente se
realiza junto con otros seres humanos, en el amor y en la amistad; sin embargo,
los seres humanos no se unen aproximándose los unos a los otros, sino
fundiéndose en la misma divinidad. Tenemos sed, en un mundo convertido en
desierto, sed de encontrar compañeros con los cuales compartir el pan” (Macondo
Libri 2015, p. 20). Y termina la Carta al General “X” : “Tenemos tanta necesidad
de un Dios...” (op. cit. 36).
Efectivamente, sólo la vida del espíritu satisface
plenamente al ser humano. Ella es un bello sinónimo para espiritualidad, a
veces identificada o confundida con religiosidad. La vida del espíritu es más,
es un dato originario de nuestra dimensión profunda, un dato antropológico como
la inteligencia y la voluntad, algo que pertenece a nuestra esencia.
Sabemos cuidar de la vida del cuerpo, hoy un verdadero
culto celebrado en tantas academias de gimnasia. Los psicoanalistas de varias
tendencias nos ayudan a cuidar de la vida de la psique, de cómo equilibrar
nuestras pulsiones, los ángeles y demonios que nos habitan, para llevarla con
un relativo equilibrio.
Pero en nuestra cultura prácticamente olvidamos cultivar
la vida del espíritu, que es nuestra dimensión más radical, donde se albergan
las grandes preguntas, anidan los sueños más osados y se elaboran las utopías
más generosas. La vida del espíritu se alimenta de bienes no tangibles como el
amor, la amistad, la compasión, el cuidado y la apertura al infinito. Sin la
vida del espíritu divagamos por ahí, desenraizados y sin un sentido que nos
oriente y que haga la vida apetecible.
Una ética de la Tierra no se sustenta sola por mucho
tiempo sin ese supplément d’âme que es la vida del espíritu, que nos convoca a
lo alto y a acciones salvadoras y regeneradoras de la Madre Tierra. Ética y
vida del espíritu son dos hermanas gemelas inseparables.
Leonardo BOFF / 12-febrero-16
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