Releyendo a Emilio Prados, de quien soy ferviente devoto, voy directamente a sus "Tres canciones de despedida", a propósito del martirio y de la muerte de Andrés Ulises Calderón. Sé que él se irguió ante la desgracia con una valentía y estoicismo propios del espíritu reflejado en las canciones de Prado.
Ya Andrés Ulises se había referido, en artículo que no olvidaré, "al valor de la poesía como irrenunciable necesidad, la del hombre que acepta la auténtica lucha, la heroica milicia". Esto equivale a renunciar a la vida pensando en los valores eternos, los del arte, que él cuidaba con decidida vocación. ¿Qué es, después de todo, la vida, si según las enseñanzas cristianas nos espera un paraíso cuando se ha cumplido con los mandatos divinos?
"Huyendo voy de la muerte / vengo huyendo de mí mismo / ya que la muerte y mi cuerpo / tienen el mismo sentido". Sí, el sentido de la perennidad, de la peregrinación por los terrenos del amor, como Cristo lo quiso y lo predicó.
Será, acaso, que el hombre llega al convencimiento total de que el único cambio es la muerte; cuando nos llama "Quien nos tiene que llamar" y que no nos queda sino la satisfacción de haber cumplido con lo que él nos encomendó. En Ulises su sacerdocio, su consagración, el ejercicio natural de la música divina que él quiso extender para desterrar la vulgaridad, lo llevaron a crear la Casa de la Cultura para recrear las artes.
"Quiero ser fin de mi espera, / no mitad de tu infinito, / Quiero ser puerto del alba, / no puente de oscuro río". Así, la espera es irritante, sobre todo cuando la vida ya no tiene sentido material. Por eso Santa Teresa se esforzaba por morir y Vallejo decía que para sólo morir tenemos que morir a cada instante.
Como en el poema de García Lorca, no quise verlo. No hubiera tenido nada que decirle, ni él contestarme. Todo estaba por consumarse a breve plazo, apenas lo detenía el espesor del tiempo, cuya lentitud bajaba como los granos de arena en un reloj abandonado.
Y así se fue Andrés Ulises, sin despedirse, como quien se va a la esquina. Pienso en lo que sucedería en el abstruso mundo de su alma inteligente. Tal vez se desesperó por hacer a última hora lo que no pudo hacer en toda su vida. Ah, el tiempo que todo lo vence y de cuya pérdida sólo nos damos cuenta cuando ya es tarde; hecho que exasperó a Vallejo al decir que hay tanto que hacer entre los hombres humanos.
¡Qué le iba a decir a Ulises! Acaso darle un consejo; pero qué consejo le iba a dar a un alma superior, llena de filosofía, con más experiencia y ejecutoria en la vida porque la transitó dos veces, de ida y regreso, como hombre y como sacerdote.
¡Qué le iba a decir! Tal vez a recitarle un trozo de esas tres canciones de despedida de Emilio Prados, cuyo trance constituye un paralelo con la vida de Andrés Ulises.
¡Qué le iba a decir! Así las cosas, así. -
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